Una chica encontrada

Emma nos cuenta como une misme puede darse lecciones, sabiéndose escuchar y descubriendo algo novedoso y que te gusta. En este caso su descubrimiento fue el boxeo.

Ilustración de aNi ilustra

Hablamos de una chica que andaba un poco perdida. Tampoco es nada raro en estos tiempos en los que nos movemos. A ver, es una pandemia mundial: probablemente, te haya trastocado en algún área de tu vida.

No sabía bien qué hacer para recuperar el equilibrio pero, bueno, el primer paso lo tenía: sabía que había que hacer algo.

Por supuesto, pasó ese tiempo en el que sabía que tenía algo que cambiar pero “se estaba preparando”.

A veces, el problema de estar un poco perdida es que nos falta una pizca de autoconocimiento, así que ahí podría estar su segundo paso a seguir. Claro que… hablar con una misma también es algo que roza lo espiritual, que parece de ciencia ficción. Pero, ¡aviso!: esto solo es así cuando no estás acostumbrada a preguntarte qué tal, cómo te va por ese camino o si te apetece probar algo diferente para salir de la rutina. 

En la historia de nuestra protagonista, esto fue lo que pasó. Sabiendo que necesitaba un cambio, decidió hacer algo novedoso. Desafió al miedo – porque, a veces, el cuerpo te pide que des un paso que antes no se te habría ocurrido – y acertó.

Respiró, se abrigó y con toda su energía y espantando los sentimientos limitantes, cerró la puerta y se fue a la calle. Una hora y media más tarde, estaba de vuelta y con otra actitud: se había apuntado a boxeo. ¡A boxear! ¡Ella, que nunca había hecho deporte!

A veces, los cambios no deben ser gigantescos. A veces, el cambio, simplemente, es echarte a la calle con miedo pero con proactividad, esperando hacer algo diferente.

Tener una idea y querer llevarla a cabo es el inicio de un cambio. Aquí es donde se deja atrás la ambivalencia.

El motor para el cambio ya estaba encendido, ahora tenía que superar las diferentes pruebas.

Lo que vino después no fue tan agradable y sencillo como podría ser lo imaginado gracias a los dibujos animados de su infancia. Sin lugar a dudas, antes de ir a su primera clase, se le vino el mundo encima, pero ella estaba preparada y había contado con ese momento en el que su mente intentaría hacerle boicot bombardeándola únicamente con mensajes negativos, ligeramente irracionales, con alta calidad en bajada de autoestima. 

Se sobrepuso a los factores del ambiente dándoles otro significado. Optó por el humor como salvación para esa situación (cada maestrilla tiene su librillo). En anteriores ocasiones le había funcionado hacer esto y no iba a fallarle ahora.

Entró a la clase y se sintió muy pequeña, como si hubiese un foco iluminador a máxima potencia en ella y toda la gente la mirase desde altas posiciones, mucho mejor vestida que ella, con esa complicidad entre todes que te hace sentir fuera de lugar. Aquí empezó la tortura: ¿qué hago aquí?, ¿cómo se te ha ocurrido esta tontería?, ¿no ves que tú no vales para esto?, lo que vas a hacer es ralentizar a la clase…

A medida que fue pasando la clase, la tensión que ella sentía disminuyó, concentrándose en hacer lo que le decían y sin hacer comparaciones injustas con otras personas que llevaban más tiempo allí.

Esa fue la primera gran lección que ella misma había aprendido y, es más, ella misma se la había enseñado. Ese día no solo aprendió a lanzar algunos golpes, también aprendió a bajar la velocidad de los pensamientos y a ser justa con ella misma. Si las comparaciones aparecían solas en su mente, ella conseguía cesarlas diciendo “sé justa, trátate bien. Todas empezamos como yo un día. Y es una suerte porque me he atrevido a estar hoy aquí”.

Con el tiempo, se dio cuenta de que cada día salía más ilusionada, no porque fuese mejor, sino porque tenía más confianza en sí misma. Ella se había demostrado que pensamientos automáticos aprendidos como “aquella chica me mira mal”, “se van a reír de mí” o “no quiero pelear con un chico” era ella misma jugando en su contra.

Pudo ver cómo ella valía para un deporte “de hombres”, cómo ella podía conocer personas nuevas, cómo podía hacer el ridículo y darse cuenta que todo el mundo lo hace alguna vez. Aprendió a ser paciente, también a saber parar, a no ser exigente y a sentirse parte de un grupo que jamás se habría imaginado, simplemente, porque una vez decidió oírse a sí misma diciendo que quería un cambio.

La chica que protagoniza esta historias somos todos las chicas, todas las mujeres adultas y las más jóvenes. Porque nosotras podemos ser quienes queramos ser cuando nos hacemos caso, nos prestamos atención y ponemos el foco en nosotras mismas porque nos apetece y no porque nos vamos a torturar con palabras. Hoy te recomiendo que te cites a ti misma para una conversación sobre lo más importante: tu propia vida, tus necesidades y tus deseos. Estoy segura de que acabarás encantada.

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