Rigoberta, una voz que nos inspira y conmueve

Cecilia nos presenta a Rigoberta Menchú una mujer condecorada con el Nobel de la Paz, que ha demostrado que un mundo mejor es posible.

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Ilustración de Anabella González

Cuando era pequeña, de las ancestrales tierras mayas hasta la Pampa húmeda de mi país viajó la historia de una mujer que sin imaginarlo me enseñaría mucho. En 1992 yo tenía sólo 10 años y en todos los noticieros y radios hablaban de una mujer hasta entonces desconocida por muches, una mujer que había sido condecorada con el Premio Nobel de la Paz y cuyo reconocimiento tenía que ver con su lucha por los derechos de los pueblos indígenas y la protección de la naturaleza. Así nació para mí la leyenda de Rigoberta Menchú

Desde las antiguas tierras mayas a todo el mundo

Nacida en el año 1959 en la región de LaJ Chimel, una zona rural enmarcada por suaves y selváticas colinas que aún hoy en día se mantienen casi vírgenes de presencia humana, Rigoberta Menchú forma parte de la comunidad indígena Quiché. Este grupo étnico posee ascendencia maya y es uno de los muchísimos pueblos que sobreviven en diferentes partes de Latinoamérica al dominio blanco. Aunque los libros no nos hablen de elles, aunque cuando imaginemos a América pensemos en las grandes metrópolis, estos ancestrales pueblos indígenas existen y luchan todavía en la actualidad por la dignidad que les ha sido robada.

Además de poseer una fuerte filiación con las costumbres y tradiciones de sus ancestros, un fuerte vínculo emocional que le dio su identidad, Rigoberta nació y creció en una Guatemala que no escapaba a la realidad de la mayor parte de Latinoamérica para los años ’60. La injusticia, la desigualdad, la explotación económica y la anulación de toda forma de inclusión de la cosmovisión indígena en la conformación política y social de la época eran elementos cotidianos con los que las comunidades rurales debían acostumbrarse a vivir.

Entre 1960 y 1966 explotó la durísima guerra civil en Guatemala que, además de una mayúscula inestabilidad política y enormes pérdidas económicas, supuso miles de muertos. Esta guerra, en la que se enfrentaron el poder económico y político del Estado guatemalteco y las fuerzas revolucionarias y guerrilleras de la época, marcó la infancia de Rigoberta y de su comunidad. Esto es así debido a que muchas de las luchas se desataron en los montes y selvas que rodeaban a aldeas campesinas. Además, estos enfrentamientos tuvieron que ver con reclamos por el acceso a la tierra de quienes la trabajaban, por el fin de la explotación económica de empresas extranjeras como la infame United Fruit Company, por el acceso a derechos laborales para campesines y por la participación política de grupos históricamente ignorados.

Transformar la injusticia en lucha

Fue inevitable, ineludible para Rigoberta crecer con una fuerte conciencia política formada por todos estos eventos y por una desigualdad que no desaparecía. La violencia fue parte central de toda su vida: tanto su madre como su padre murieron en diferentes situaciones de abuso militar y tortura. Su padre pereció en 1980 junto a varias personas más cuando a la policía de Guatemala se le ocurrió que para terminar con la protesta que se estaba llevando en la embajada española lo mejor era prender el edificio en fuego y que murieran dentro todes les que allí se encontraran.

Pero además de la violencia física más evidente, Rigoberta y muches de les integrantes de su comunidad sufrieron desde muy pequeñes la violencia más invisible, aquella que se hace presente a través de la desidia, de la explotación. El trabajo en las plantaciones de café marcó su cuerpo desde muy pequeña, dejando dolores y padecimientos que contribuirían a consolidar su determinación. Así lo cuenta en su libro de memorias «Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia» cuando recuerda su infancia:

Yo siempre iba del altiplano a la costa pero nunca conocí el paisaje
por donde pasábamos. Oíamos ruidos de otros camiones o de carros
pero no veíamos tampoco eso. Me recuerdo, desde los ocho años hasta
los diez años yo trabajé en corte de café. Pero después de eso, bajaba al
corte de algodón que es en la mera costa donde hay mucho, mucho calor.
Entonces el primer día que estábamos en corte de algodón, me recuerdo
que me desperté como a media noche y encendí una candela y cuando vi
la cara de mis hermanitos, estaban llenos, llenos de zancudos, llenos de
mosquitos y me toqué la cara y que tenía lo mismo, pues, y que los
animales estaban metidos hasta en la boca de toda la gente.»

Formó parte desde joven de diferentes comités como el CUC (Comité de Unidad Campesina) y organizaciones de lucha campesina que la hicieron una figura cada vez más visible en la escena política guatemalteca. Su conciencia política fue acrecentándose y lentamente comenzó a participar en un gran número de actividades que tenían por objetivo resolver desde cuestiones concretas para la comunidad hasta pedidos de igualdad y justicia. Por esta razón, luego de recorrer muchas comunidades indígenas de Guatemala y llevar a todas ellas su voz, debió exiliarse por unos años en México. Desde allí siguió denunciando al régimen militar que gobernaba su país y además construyendo una opción pacífica de lucha frente a la sistemática violencia ejercida contra el pueblo.

Luchar por les demás y todo lo que nos rodea

Rigoberta también creció en consciencia en otros dos temas fundamentales para la vida, tal vez hoy mucho más visibles pero que en aquel entonces, hacia fines de los ’80 eran problemáticas que les importaban a unes poques: el cuidado del medioambiente y la naturaleza por un lado; la defensa del lugar de la mujer.

En toda su obra política podemos encontrar una claridad maravillosa en lo que respecta a la protección del medio ambiente. Rigoberta no entendía a la naturaleza a partir del miedo por el cambio climático, sino señalando que nos precede y que todo en ella forma quienes somos. Es imposible escapar de nuestro vínculo con todo lo que nos rodea, y así nos lo cuenta:

Todo niño nace con su nahual. Su nahual es como su sombra. Van a vivir paralelamente y casi siempre es un animal el nahual. El niño tiene que dialogar con la naturaleza. Para nosotros el nahual es un representante de la tierra, un representante de los animales y un representante del agua y del sol».

En su lucha por la paz de los pueblos y el reconocimiento de sus derechos Rigoberta también incluyó los derechos de las mujeres, víctimas de la violencia del Estado, usadas como cuerpos desechables ya sea para el trabajo o la violación. En sus memorias cuenta cómo escuchaba desde joven los relatos de las mujeres de diferentes aldeas que soportaban ambos padecimientos con estoicidad . Al ser su madre partera, Rigoberta se maravillaba del poder que las mujeres tenían para, en comunidad, asistir a la llegada de una nueva vida. También para construir el trabajo cotidiano de las comunidades rurales.

En el año 1992, año en el que se cumplieron 500 años de la llegada de los europeos a América, Rigoberta recibió el Premio Nobel de la Paz. Aunque esto fuera más que nada un símbolo, le permitió dar a conocer su voz en todo el mundo, transformándose desde entonces en una lideresa por la lucha de los pueblos oprimidos de América. Pero su trabajo no cesó ni aún con tal galardón. En los años subsiguientes continuó su lucha de manera activa, ocupando el espacio político que históricamente le había sido negado. 2007 fue el año en que se presentó como candidata a presidenta en las elecciones nacionales de Guatemala pero su alianza política Encuentro por Guatemala sacó sólo un 3% de los votos y luego se disolvió.

Hoy en día Rigoberta continúa llevando a cabo su trabajo político y por el reconocimiento de los pueblos indígenas. Su imagen y su figura son un estandarte para quienes creemos que un mundo mejor es posible.

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Si quieres leer su biografía, escrita por Elizabeth Burgos y titulada «Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia» puedes hacerlo clickeando aquí.

Si quieres leer otras historias reales y personales que hemos escrito en Proyecto Kahlo puedes hacerlo en nuestra sección Biografías.

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