Mafalda

Ha sido leer el fallecimiento de Quino a sus 88 años y sentir un pequeño crack en el corazón.

He intentado seguir haciendo cositas que tenía que hacer pero sólo me venía una a la cabeza. Ella. Mafalda.

Así que me rindo a la evidencia y aquí estoy, escribiendo de ella.

Llorando por -¿o con?- ella.

Agradecida por todo lo que me enseñó en mi vida. Porque aprendí muchísimo con sus tiras.

Aprendí a preguntarme cosas, a no asumir todo tal cual me las cuentan si no a darle una vuelta y ver con qué me quedo.

Me enseñó a ver las diferencias de clases, el machismo y a hacer preguntas incómodas a mis padres.

También me mostró lo que era la democracia y el antifascismo sin saber yo todavía ponerle palabras a esos conceptos dada mi edad.

Me ayudó a entender el mundo, a reflexionar sobre muchos temas que -visto con el paso del tiempo- igual podían parecer que me quedaban muy grandes. Pero no me frustraba, si no entendía preguntaba más y más… y más. Porque también me enseñó que preguntar cuando no sabes, entiendes o comprendes algo es lo lógico.

Además descubría palabras que llegaban con aroma argentino y que en España no se utilizaban como «panqueques», a la vez que no entendía cómo podía odiar tanto la sopa con lo rica que está, hasta que leí el mensaje entre líneas: ‘no te comas todo lo que te echan en el plato’.

No me gustaría escribir en pasado porque, si bien fue una gran influencia cuando era pequeña, seguí disfrutando de ella todos los siguientes años y agradeciendo su espíritu crítico.

Tampoco me gustaría hacerlo solo de manera individual porque sé que no soy la única, que hay millones de personas a lo largo del mundo que adoramos a Mafalda.

Mafalda seguirá acompañándonos con esa magia de todo personaje creado, esa virtud de estar siempre presente, de no desaparecer nunca.

Mafalda es eterna y así Quino ha conseguido burlar a la muerte siéndolo también.

Gracias, Quino. Por tanto.