Combate junto a mí

Cecilia nos cuenta cómo la poesía de Safo se convirtió en una oportunidad de amor y reconexión con la frágil memoria de su madre.

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Ilustración de yolanda

Solemos pensar en el paso del tiempo cuando notamos que nuestro cuerpo cambia, que nuestra forma de pensar no es igual a la que teníamos cuando éramos jóvenes, cuando algunas funciones de nuestro organismo empiezan a perder fuerza. Pero allí al lado del paso inexorable de nuestro tiempo ocurre el mismo fenómeno con quienes nos rodean, quienes llegaron a este mundo antes que nosotres y llevan más años viviendo en él.

Ya no soy una niña y aunque soy joven todavía (y lo siento más en mi mente que en mi cuerpo) el paso del tiempo avanza. Eso quiere decir necesariamente que si avanza para mí avanza también para todes. Y es a mi mamá a quien quiero dedicarle este artículo, a quien le han diagnosticado con alguna forma de Alzheimer y quien imperceptiblemente va perdiendo recuerdos, memorias de nuestra infancia, historias, todo aquello que construye la identidad propia y que necesariamente al marchitarse tiende a desaparecer. Mi mamá fue docente toda su vida y además de enseñar lenguas clásicas también siempre estuvo vinculada a la literatura desde joven, tanto a través de su avidez para leer como para encontrar en la poesía especialmente un rincón de paz e intimidad. Los estantes de su biblioteca se van vaciando porque ella misma reconoce que ya no le alcanzará el tiempo para terminar de leer todos sus libros y entonces los regala.

Desde lo poco o nada que entiendo de poesía, siempre desde chica la escuché hablar de Safo, la famosa poetisa griega originaria de la isla de Lesbos que creó su propia academia de poetisas e inspiró a cientos de mujeres que por allí pasaron. La tradición de Safo es una de las más importantes porque nos lleva a la Antigüedad, una época en la que las mujeres no soñaban ni siquiera con poder dar lugar a su voz. Acostumbradas a ser consideradas seres inferiores o débiles, las mujeres no intentaban hacerse oír ni siquiera en la «moderna» y «civilizada» Grecia. Excepto por Safo.

Así fue que se me ocurrió que para poder conectarme algo más con mi madre Safo sería una buena excusa: yo podría aprender algo de su poesía y ella podría retomar algo de aquello que siempre enseñó con amor y dedicación.

Lentamente, las páginas del cuadernito que elegí para registrar todo lo que pudiera enseñarme mi mamá se empezaron a llenar de ideas y de datos sobre los versos y las estrofas en los que la poetisa griega describía con pasión a otras mujeres. Y a medida que los renglones se iban marcando con tinta, también los recuerdos empezar a agolparse en la cada vez más frágil memoria de mi madre. Su emoción y su indescriptible maravilla al descubrir sus propias notas en los libros fueron y son tan valiosas para mi como probablemente recordar lo sea para ella.

Aprendí de Safo que era una poetisa lírica, un género que en la Antigüedad era bastante menospreciado en comparación con la poesía épica que relataba batallas y escenas de valentía masculina. Frente a Aquiles y la famosa Ilíada, la poesía de Safo y su delicada belleza permanecieron en un círculo de poca difusión, aunque sus poemas han sido retomados por artistas desde entonces. Es también su obra una de las primeras en la historia de Occidente en las que se describen claramente, con términos definidos, las sensaciones que genera en el cuerpo estar frente a aquella persona en la que se deposita el amor, sea este correspondido o no. La visión nublada, las palpitaciones, un fuego interior que no se puede explicar racionalmente son algunas de las sensaciones que sus versos evocan, y con las que necesariamente cualquiera de nosotres puede sentirse identificade.

Con sus anteojos puestos y el histórico diccionario griego-castellano que ha sido su fiel asistente a lo largo de toda su carrera, mi mamá teje sin darse cuenta remembranzas de su juventud y de una vida dedicada a enseñar. Ahora soy yo su alumna privilegiada, quien escucha sus explicaciones y quien observa casi en silencio la emoción que en ella provoca releer los versos en griego de un tiempo remoto conservado a través de los siglos. Ojalá mi libretita sirva para guardar entre sus páginas una parte de lo que es mi mamá y lo que ha sido toda su vida.

En su poema 1, también conocido como Oda a Afrodita, Safo le habla a la inmortal diosa del amor y le solicita ayuda para conseguir, a través de sus favores, el amor correspondido de aquella por la que Safo siente en carne viva. Afrodita responde preguntando a qué se debe la súplica de su enloquecido corazón y así, aparece uno de los versos que más conmovedor resulta, cuando Safo, en ese ruego íntimo entre dos mujeres, le dice

«También ahora ven a mí, y librame

de penosos desvelos; cuantas cosas

mi corazón desea, realízalo; tú misma

combate junto a mí.

En una época en la que el único combate conocido era entre hombres y por causas ajenas a las decisiones femeninas, que un poema haga referencia a combatir por el amor entre dos mujeres es sin duda algo que emociona y que crea una especie de lazo entre aquellas poetisas y diosas de la Antigüedad y la sororidad que hoy podemos construir entre muchas.

Pero la sororidad para mí no queda solamente en las compañeras de lucha, aquellas con las que te puedas encontrar en una marcha o movilización, o aquellas con las que puedas encontrarte a discutir por las temáticas actuales del feminismo. A partir de ahora, la sororidad es también permitir que aquellas que están desde antes (en este caso mi preciosa madre) me transmitan su conocimiento para que el mismo no se pierda ni quede en las tinieblas del silencio. Poseer ese conocimiento y observar el cariño y la emoción con los que ella me lo comparte como oro puro es uno de los principales premios que me han regalado el feminismo y la sororidad.

2 Comentarios

  1. Oh, Ceci!

    Piel de gallina leerte. No conocía a Safo, me voy a poner a buscar.
    Un abrazos muy fuerte para vos y para tu mamá.

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