Juguetes Sexistas

Celia nos cuenta a través de experiencias y recuerdos de la infancia cómo desde pequeñes nos exponen al sexismo y a la diferenciación por sexo.

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Ilustración de Lucie Charcosset

La luz asomó por el pasillo como si se tratara de las puertas del cielo. Entonces, en
aquellas cuatro paredes, se vislumbraba juventud entusiasmada, toda una vida imberbe a descubrir y la paz de la mañana temprana. Yo acababa de cumplir tres años, y con mis gafas ya redondas, quise descubrir qué buenos eran aquellos famosos Reyes Magos. ¡Oía tanto hablar
de ellos! Pocas cosas acumuladas al lado de una mesita redonda de madera, casi no puedo describir qué tantas cosas me aguardaban después de una noche a oscuras en el salón, eso sí, lo que nunca podré arrinconar en el olvido de mi consciencia insignificante, será aquella
cocinita verde que tanto degusté con el paso del tiempo. Y haciendo aquí un inciso, ya que es preciso separar la literatura del comentario, debo decir que no quisiera que mis santos y queridos padres pudieran sentirse de ninguna de las maneras leyendo estas líneas, era cosa de nuestro tiempo, o mejor dicho, de todos los tiempos.
Porque ‘de todos los tiempos’ sigue siendo la mayor verdad que nunca reflexioné
antes. Poco después me llegó el carrito, el bebé de juguete, la Barby rubia de bote, su coche descapotable, así como su mansión rosa chillón, y hasta una plancha, o más bien, planchita.

Mientras, mi hermano iba disponiendo de toda una amalgama de cacharros de alta tecnología despampanantes, sofisticados y de última generación. De propiedad privada, claro, no fuera a ser. Sin embargo, poco discutíamos por ello, a mí me interesaba crear historias con Barbies de todos los colores, su parte buena tenía, delgadas y románticas en una habitación que estaba
siendo caldo de cultivo para la edad adulta. Ya de pequeña aprendí, indirectamente, a ser la cuidadora perfecta de bebés, a ser la mujer que nunca engorda y ama de su hogar, un tres por uno hecho realidad a través de los juguetes de mi infancia. La industria había ganado, incluso a unos padres que poco tenían que ver con aquel pensamiento colectivo, mayoritario,
posfranquista que decía así: los hombres a trabajar y las mujeres a cuidar. Incluso a ellos, sí.

Hace poco, leyendo los análisis tan acertados de Fuhem, leí algo que no me dejó indiferente: “Una mujer, realmente mujer, se siente madre abnegada para sus hijos como también para su esposo, luego va a sacrificarse a sí misma para apoyarles en cada momento”.

Mujeres invisibles para el sistema, imprescindibles en el sistema de reproducción. Pero… ¡tú chitón, niña! ¡A callar, que las cosas son así! ¡No se protesta, ni se cuestiona, tenéis que ser
perfectas mujeres, redondeadas, con perfil atractivo y chica de su hogar!

Y… ¡Voilá! Llegó la gran crisis de los cuidados, como bien la nombra el periodista
Ignacio Muro en su artículo Mayores y mujeres, la tercera fase de la crisis, no podía haberlo descrito mejor. El feminismo encarnó en sus manifestaciones del 8-M la lucha por empoderar a las mujeres en un sistema patriarcal que no vela por su bienestar, el 75% de los cuidados no
remunerados lo lideran las mujeres, así como sesenta mil criadas en España trabajan por 350 euros al mes. ¿Igualdad? ¿Quién dijo igualdad? Porque eso sí, es que las mujeres son tremendamente más sensibles e intuitivas, saben lo que quieren sus hijos a cada rato, o su pareja, o su esposo, qué se yo… Saben todo, ellas son únicas en su empeño desgarrador, madre sólo hay una, porque padres… Los padres son diferentes, no se les da tan bien eso de
ser padres. Por si acaso, por si quedara la duda de que no fuera una cuestión biológica y sí cultural, las niñas con bebés de plástico mientras crecen y los niños a jugar con la Play Station supersónica. Niñas, vosotras a cambiarle el pañal al Baby Born.

Todo es una rueda, que rueda y rueda, que gira lento, lento, lento. La brecha salarial
persiste como aquella cuerda incapaz de resquebrajarse por mucho jalar, por eso, mientras que vivamos, todes debemos tirar de ella hacia el vacío de la igualdad, con nuestra fuerza, imparable feministas del mundo. Ahora sí, feministas del mundo, repito. Porque nuestro destino no está marcado, porque los hombres necesitan del feminismo para poder dejar de ser
esos hombretones rudos que no entienden a sus hijos, así como tampoco tener la
responsabilidad de haber marchitado a su otro yo de la misma especie durante tantos siglos.

La sensibilidad se trabaja, también la habilidad de los cuidados. No culpo a aquellas personas que leen feminismo y se asustan, que no lo entienden, somos hijos de nuestras circunstancias y época, contexto y educación. De ahí que necesitemos en las escuelas una educación de género fuerte, asignaturas delicadas, profundas, inquietas, que enseñen un futuro libre de roles marcados, sin destinos preconcebidos.
Ni juguetes sexistas.

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