Gracias, compañeras

Abel escribe desde las entrañas una reflexión en forma de agradecimiento sobre su manera de vivir el feminismo.

 

Ilustración: Qam

Gracias, compañeras:

Lo que nos define son muchas cosas: nuestro trabajo, nuestros estudios, nuestres amigues, nuestra familia, nuestra tierra. Lo que nos define son muchas cosas y en realidad, lo que más nos llega a definir no es el dinero que tenemos, la casa donde vivimos, el coche, la bici, nuestro perfil en facebook, las fotos de instagram.

Lo que más nos define son nuestras ideas, nuestras riquezas más intangible.

Hace tiempo leí un artículo en la revista de riotandroll. Ese artículo me emocionó. Y lo digo muy alto, porque parece que un hombre es menos hombre por emocionarse leyendo algo, pero uno ya ha corrido algo en este mundo para conseguir estar por encima de esa normativa social de género que dice que los hombres no lloran, tienen que pelear. Pero yo lucho y lloro cuando tengo que llorar. Y no es que me crea un ejemplo a seguir ni nada de eso, ni siquiera digo que ser emocionalmente duro esté mal. Solo digo que mi posición es totalmente válida, aunque la mayoría (porque sigue siendo una gran mayoría) se posicione en contra, lo ignoren, se rían, lo vean extraño, lo acepten pero dentro de ellos piensen: “qué poco hombre”, “qué marica”, “qué puto” .

Pero leí ese artículo hace tiempo, y me puse a reflexionar sobre el valor que esas palabras tienen en mí. Pienso en mi yo de hace cinco, diez, quince años y puedo ver la evolución, lo mucho que ha cambiado. Mucha gente cree que los cambios son malos, la evolución. Dicen: “Ella /él ha cambiado, ya no es como antes” y parece que nos decepcionamos porque creemos que la personalidad es inamovible, que uno tiene que permanecer igual en todas las situaciones de su vida a lo largo del tiempo. Une misme no puede actuar igual ante todas las situaciones. Une cambia. La conducta, los pensamientos, las emociones no son entes fijos y pesados, deben ser (y de hecho son) modificables. Por lo tanto, si es posible el cambio de pensamiento y comportamiento a nivel individual es también posible la transformación de una sociedad, aunque esta transformación sea ardua y difícil.

Todo esto lo señalo porque estoy de acuerdo con la premisa de que muchos cambios locales pueden albergar un cambio global. Por eso es importante luchar, aunque luchar signifique “sólo” intentar convertir en un lugar mejor lo que está inmediatamente alrededor nuestro.

Hace unos años entré en Proyecto Kahlo por una casualidad. Y tengo que agradecer a que esa casualidad (la Luz en mi camino), me abriera un mundo que era en gran parte desconocido para mí.

La transformación fue lenta y por momentos, dolorosa. Como en 1984 o en V de Vendetta, no es fácil darse cuenta de que el mundo donde une vive no es como une cree que es. Si hay una cosa que agradezco al feminismo sobre todo es que haya cambiado mi mirada frente a la sociedad. Que haya aprendido a cazar  las trampas de los medios, la música, la educación, de las conversaciones con amigos (y amigas) dolorosamente patriarcales.

A veces intento parar porque creo que juzgo demasiado, pero no puedo.

La revolución comenzó en mi interior y,  como una apisonadora, no la puedo frenar.

Recuerdo la primera vez que me sorprendí viendo la TV y darme cuenta que un anuncio era sexista. Y luego otro. Y al rato otro. Y los programas también eran sexistas, más allá de que me gustaran o no. En definitiva, que la TV era sexista, clasista y mentirosa.

Recuerdo un día que estaba en un evento de las calles de Madrid donde se bailaba swing cuando ocurrió ese momento extraordinario en el que dos chicos comenzaron a bailar juntos y no me pareció raro, ni que estuvieran locos, ni que fueran homosexuales. Solo pensé que era un gesto cotidiano, espontáneo y hermoso.

Recuerdo la primera vez que no me callé cuando en una conversación alguien presentó a una mujer como culpable de algo de lo que, obviamente, no era culpable, sino que se trataba de un punto de vista abiertamente patriarcal, y  me encontré defendiendo algo contra una inmensa mayoría. Y que eso se fuese repitiendo más a menudo, y a veces desistir, otras callar, la mayoría darlas por imposible, y unas pocas (muy pocas) hablar con alguien durante un largo rato y vislumbrar en su mirada o en sus palabras cierto cambio de opinión.

Microtriunfos del feminismo, en mañanas soleadas, tardes lluviosas y noches viajeras de sentidos.

Y llegó el día en que me pidieron que fuera sincero conmigo mismo y hablara sobre los privilegios que había disfrutado por ser hombre. Es complicado para uno reconocer los errores pero la venda que había tenido, la ceguera que no me dejaba ver; había empezado a clarear y la visión aún borrosa era algo más nítida como para reconocerme en el chico de 15 años que dejaba que su hermana fregara siempre los platos porque mis padres eran más permisivos conmigo, sabiendo que aquella situación NO ERA JUSTA y luego hacía proclamas en las manifestaciones de la calle por la injusticia social. Corrillos de hombres en los que participé, hablando de las mujeres como ganado, y cuando llego el día en que me sentí incómodo hablando así, callarme (ese eterno silencio, que aun al día de  hoy recorre muchas conversaciones entre mis amigos). Relacionar durante mucho tiempo promiscuidad con “indeseabilidad”. Que siempre me sirvan primero cuando estoy fuera de casa. El ex jefe que me decía siempre “que entra tanta mujer siempre hay mal rollo (mala onda)” y que prefería contratar a hombres, porque “vamos mas de cara” y de nuevo callarme, porque el que calla demasiado, al final, es cómplice.

Descubrirme en comentarios y actos machistas, que me persiguen aún con el impulso rotativo del pasado.

Pero sobre todo, el día que presencié cómo un hombre gritaba en tono amenazante a una mujer por la calle y no hice nada.

Seguí reflexionando sobre ese y más momentos y me di cuenta que había estado dormido mucho tiempo, y que poco a poco había despertado, y el mundo tal y como lo había visto hasta entonces no era real, era un percepción mía, llena de privilegios, donde las desigualdades estaban enfocadas hacia otros lados, y no me paraba a pensar en que mi madre, mi hermana, mi vecina , mis amigas, mis compañeras, en que la gran mayoría de las personas a las que conocía y amaba estaban siendo golpeadas día tras día con el yugo del heteropatriarcado. Y yo había sido cómplice.

Compañeras: supervivientes en la oscura tempestad de esta sociedad que nadan en busca de la luz.

Ojalá que algún día erradiquemos las noticias sobre femicidios que los medios de información disfrazan de noticia suceso, las trampas de los que creen que feminismo es sólo igualar los salarios, que la lucha feminista está sobredimensionada por lo políticamente correcto, que el feminismo busca la supremacía de a mujer frente al hombre (¿hay un bulo más extendido que ese?).

El acabar con los asesinatos y las violaciones.

Ni una más.

Y no es menos cierto que a veces me sorprendo en una idea, un hecho, un comentario, una manera de pensar cimentada durante años que me es difícil de erradicar. Me pregunto si mi mirada es la correcta. A veces me pierdo en la búsqueda de nuestro papel como hombres en esta contienda.

Sin embargo, aún con mis defectos, mis luchas, sigo aprendiendo y  ahora me siento en la responsabilidad de no callarme.

Y en agradeceros. Y en pediros perdón.

Pero sobre todo, en daros las gracias.

Gracias, compañeras.

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