Navidades reales

¿Cómo es la realidad de las fiestas de navidad? Desde luego, no igual que como nos venden en las películas de Hollywood. Desde el equipo de PK os explicamos nuestras realidades particulares para desmontar mitos.

Ilustración: Caribay

Para mí navidad era familia paterna. Familia paterna y obligación porque, te sintieras como te sintieras llegada la fecha, te tocaba ir. También significaba conflicto con mi madre: nunca quería ir. Yo, al final, siempre acababa disfrutándolas porque no había mal ambiente en las reuniones y de hecho con la familia de mi padre siempre nos hemos apoyado entre nosotres.

Esta es la parte brillante pero también está el contrapunto: las fiestas significaban también escisión, vacío. No sé nada de la familia de mi madre, y es que es una familia con más drama que Dallas. Llena de mala gente. Y creo que estas fiestas afectan más a mi madre de lo que me puede llegar a afectar a mí, ya que siempre las pasa tensa. Creo que le vienen todos los recuerdos de su infancia que no son demasiado buenos.

En conjunto las fiestas eran algo ambivalente en lo que, para mí, predominaba la alegría aunque con un innegable manto oscuro sobrevolando. Y digo “eran” porque con el tiempo la escisión también pasó a afectar a mi familia paterna, por lo que ahora mismo las fiestas de navidad no son otra cosa que el recuerdo de cuando todos estábamos unidos. El recuerdo de algo que no volverá.

Irene

 

Todas las Navidades de mi vida las he pasado con mis padres y mis hermanos y siempre sentí pena por las personas que pasaban esa fecha solas. Muchas veces las imaginaba en casa sin sus familias mientras yo estaba acompañada, creía que seguro estaban muy tristes porque pensaba que la soledad era algo malo de lo que alejarse.

Desde pequeña me enseñaron la importancia de la familia; está por encima de todo, se les apoya, se les quiere, se les perdona y se les aguanta a pesar de todo. Mensajes tóxicos que calaron tan hondo en mí que me hicieron mucho daño.

El año pasado mis padres se separaron, ese hecho tuvo un impacto en la vida de todes, pero para mí se convirtió en algo tremendamente positivo; significó el quiebre de esa familia perfecta, de esa familia que aguanta todo, significó la fragilidad de ese ideal que se tambaleó tanto durante toda nuestra vida que al final se derrumbó. Pude ver a todes tal cual son. Vulnerables. Personas. Y me liberé, me deshice de toda esa mierda que me hicieron tragar desde pequeña y esa Navidad mi familia no volvió a ser lo mismo para mí.

Decidí no celebrar esa fecha. Mi compañero, con el que vivo, fue a pasar la Navidad en casa de sus padres, yo elegí estar en casa con nuestros gatitos. Hice la cena, compré helado y estuve toda la noche viendo películas en pijama, calentita en el sofá. Me dormí. Pasó ese día y no ocurrió nada, creí que sería duro y triste, pero fue liberador, y en ese momento entendí que superé esa relación obligada con mi familia, que superé mi miedo a estar sin elles, que superé la presión social y descubrí que ahora mi familia es otra, es la familia que yo elegí: mi compañero y mis gatitos con quienes comparto mi vida y quienes me hacen feliz. Y desde ahora en adelante pienso celebrar esta fecha sola en casa, como la película, pero a diferencia del personaje de Macaulay, yo elegí estar sola y no es nada malo.

Dani

 

Las navidades, al igual que tantas otras cosas en mi vida, se han ido resignificando con el correr de los años. De niña, recuerdos navidades con calor, en la pileta y comiendo asado. Me gustaban mucho. Es que sí, en Argentina las navidades se pasan muy distinto.

Luego, mis padres se separaron y navidad comenzó a ser un motivo de disputa. ¿Con quién festejar? ¿Familia materna o familia paterna? Ese era el dilema que siempre me ponía en aprietos. Con el correr de los años y la juventud, formé pareja. Las navidades seguían siendo con calor, pileta y asado pero la pregunta de “¿dónde festejar?, ¿con quién?” eran cada vez más incómodas. Además de mis dos familias, se sumaba la de él. De este modo, siempre me sentía mal. Sentía que había “traicionado” a quién había rechazado, sentía que no podía cumplir con todes, sentía que Navidad era un verdadero problema y que siempre yo dejaba un plato vacío en alguna mesa.

En el año 2013 decidimos irnos de viaje. Nada más y nada menos, que dar la vuelta al mundo. Eso, entre otras cosas, significaba pasar navidad fuera.

Este año va a ser mi cuarta navidad fuera de Argentina y a diferencia de lo creía, tampoco me cae bien la idea. Por un lado, descubrí que la navidad con frío solo es linda en las películas y por otro lado, me di cuenta que extraño a mis familias más de lo habitual en esas fechas. Cuando a las doce de la noche, enciendo el Skype para brindar con ellos, me dan muchísimas ganas de cruzar la pantalla y sentarte por un rato a disfrutar del calor porteño. Pero claro, debería cruzar muchas pantallas porque, nuevamente lo mismo, no sabría en casa de quién ni con quién celebrarlo.

Navidad sigue siendo un largo y complicado dilema para mi.

Ludmila

 

La Navidad me hace tener sentimientos muy encontrados. Recuerdo que cuando era pequeña eran fechas geniales en las que podías comer turrón de chocolate y recibías los regalos de los Reyes Magos. Normalmente pasaba Nochebuena con mi familia paterna y Nochevieja con la materna. En el caso de mi familia paterna, era una situación muy hipócrita, porque no nos veíamos apenas durante el resto del año. Con mi familia materna estaba bien, aunque siempre fue un poco aburrido porque no tengo primes ni hermanes. Pero disfrutaba de las fiestas.

Cuando yo tenía 15 años, mis padres se separaron; y debido a la mala (hoy en día nula) relación con mi padre, empecé a pasar la Navidad siempre con mi familia materna. A día de hoy, no puedo evitar llorar cuando suenan las doce campanadas porque me da pena y rabia que las cosas hayan salido así. Es una tontería, pero en ese momento siempre te paras a hacer balance de algún modo y a mí me suele asaltar la tristeza.

Durante un tiempo perdí la ilusión por las fiestas por la situación familiar y, además, porque en casa siempre hemos sido las mujeres las que nos hemos encargado de comprar, cocina y recoger todo. Al final, en lugar de disfrutar, trabajas más que cualquier otro día del año. Si últimamente me gusta un poco más la Navidad es porque pasamos parte de ella con los sobrines de mi pareja y verles ilusionados y felices, me contagia mucho. Creo que al final les niñes son les que más disfrutan de estos días, así que espero que elles lo hagan por muchos años.

Elo

 

Cuando eres pequeña, las navidades son perfectas. Todo está diseñado y planificado para que tú (y tus hermanes) las disfrutéis.
Cuando creces, te das cuenta de que para tu madre también son días especiales: días de especial trabajo, en los que pasa más horas en la cocina que disfrutando de la familia.

Y cuando te conviertes en madre -y vives en la otra punta del país-, aún te quedan más amargores navideños que descubrir. Los equilibrios para que los dos pares de abuelos estén contentos y disfruten de su nieto. Para que nuestra recién creada familia también tenga un rato de disfrute y descanso en nuestra propia casa. Para que las fiestas y los billetes de tren encajen con las -poquitas- vacaciones que a ambos nos quedan, después de un otoño de viruses de guardería y una red muy escasa en la que apoyarnos para la crianza de nuestro hijo.

Entonces llegas a la conclusión de que en navidad todo el mundo es importante y prioritario. Todo el mundo, menos mamá (sí, la tuya probablemente también).

Mines

Las navidades eran despertares de siestas acompañados de dulces y frutos secos, ver películas que habías visto justo en la misma fecha un año antes, de poder pasar más tiempo con las amigas; de mi madre estresada pensando en el menú de los días señalados, las compras para esos días, la vajilla guardada el año anterior; de mi madre acariciándome el pelo cuando me quedaba dormida…

Mi madré murió hace 5 años y 3 meses.

Las navidades son volver al pueblo, reencontrarme con el calor del hogar, ver películas en el sofá, pensar en el menú de los días señalados, ver el mar; quedar con las amistades que siguen volviendo, cenar y almorzar con la vajilla guardada desde el año anterior; echar de menos a mí madre, llorar y retomar fuerzas para reír…

Las navidades me gustan y me destrozan por dentro a partes iguales.

Luisa

Las fiestas de fin de año, al igual que muchas otras celebraciones, han resultado fuertes pruebas de fuego para mi reducido ánimo de estar rodeada de mucha gente. Lo más emocionante que recuerdo de esas épocas era aventurarme con una de mis hermanas, a encontrar los regalos (ya empacados) y volverlos a empacar como si nada pasara.

Pasan los años, y aún me cuesta sacar ánimos de hacer grandes reuniones, pero cada vez hay menos personas, y las emociones al igual que las celebraciones se vuelven algo más personal e individual, y no peor, no mejor, simplemente diferente.

De adulta siento más autonomía para celebrar de manera más íntima y cómoda; en pijamas, con maratón de películas y mucha comida recalentada.

Hellen

 

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