La mujer In-sostén-ida

Se trata de una invitación a reflexionar sobre nuestros pechos, su lugar de objeto y la insostenible función del sostén como normativa cultural.

Ilustración: Inés

«Allá en la colina se vislumbra una sombra. Erguida y despreocupada, avanza poderosa entre el gentío. ¡Era la mujer sin sostén! Alarmadas, vecinas y vecinos admiraban, entre el desprecio y la excitación, la silueta desnuda y firme que dejaba entrever la fina camisa de aquella joven. Las nobles gentes del lugar no podían permitir que una guarra-cualquiera-sin-sostén compartiera espacio con la mirada atenta de sus inocentes niñas y niños: Debían expulsarla de allí…Antes de que las vicisitudes del destino cobraran forma de pezón deforme, agónico y vengativo»

***

Entre las numerosas restricciones y opresiones que nos son impuestas dentro del teatro social, el sostén actúa sobre nuestros cuerpos y mentes como factor limitador de la mujer, de represión, y de acoso. ¿Cómo es posible que algo que se supone útil pueda llegar a connotar un uso degenerado de sí mismo? Si bien presume de una gran funcionalidad, el trasfondo que enmascara es muy distinto: Se trata de una herramienta hetero-normativa de contención, de comercialización de nuestra anatomía y por tanto, fruto de disyuntiva moral entre el juicio interno, alimentado por nuestros tabúes y miedos, y el externo, sometido a la presión social. Hemos, entonces, de cuestionarnos la verdadera utilidad del mismo, como personas activas y reactivas ante las imposiciones sociales que estandarizan nuestra figura.

El liberarnos del sostén, es un proceso de reafirmación del Yo: reconocernos en nuestras formas, y empoderarnos, re-adueñarnos de nuestro propio campo de disidencias, como diría Lucrecia Masson, y arrebatárselo al régimen patriarcal que lo alimenta, sometiéndonos bajo el yugo de la normalidad.

In-Sostén-idas ante el acoso de les demás

No obstante, la ruptura con los estándares establecidos lleva consigo una dicotomía moral. Como reactivas e insostenidas ante la lógica represiva que encarna el sostén, nuestra contienda abarcará amplias dimensiones: Por un lado, nos enfrentaremos a un tabú interno ―auto-represivo―; por otro, existirá un juicio externo ―acoso ajeno―, que tomará forma en dos vertientes: el juicio en base a una superioridad moral extraída de una ortodoxia generalizada, y el acoso sexual.

Como todo acto político, subversivo, de oposición a la norma moral establecida, se trata de un proceso arduo, pues implica el derribe de limitaciones mentales auto-impuestas y coadyuvadas por el sistema que lo impulsa, que nos determinan a la hora de llevarlo a cabo.

Por ello, hemos de deconstruirnos, de abolir nuestros miedos y reconstruirnos en base a nuestra propia moralidad, fuera de las imposiciones sociales. De reafirmarnos como sujetos activos con capacidad decisoria sobre nuestros cuerpos. Y es, entonces, cuando nos daremos cuenta de que nuestros pechos no son redondos como pelotas y nuestros pezones no son figuras vergonzantes: el sostén simula todo ello. Nos oprime y nos reprime a reconocernos en nuestras formas, nos obliga a alimentar un juego de apariencias del que las únicas perjudicadas somos las mujeres.

Con ello, negarnos a la comercialización de nuestros pechos: sujetadores que realzan, que esconden, que crean un modelo corporal que se adapte a la moda imperante, modificando a placer nuestra concepción de lo que debería ser un buen pecho, a gusto del consumidor. Creando en nuestras mentes una sensación de insatisfacción y conflicto con nuestra propia anatomía. Con nuestros cuerpos inapropiados e impropios. Con todo: Creernos válidas.

En cuanto al juicio externo, dentro de toda estructura social se crean ortodoxias: una serie de ideas que son asumidas por el compendio de la población, y aceptadas sin discusión alguna; una censura silenciosa que determina aquello que está bien, y lo que por el contrario, está mal. Dentro de estas, destacaremos al seno como agente sexual, fruto de perversión. Se trata de una ortodoxia que toda mujer decente suscribirá y alimentará, por la que deberá esconder sus formas, a fin de no correr el riesgo de parecer una guarra, una cualquiera. Esta, además, implicará un sesgo de clase: Aquella que no lleve sostén será calificada como indecente, y esa indecencia será fruto de pertenecer a una clase más baja, por lo que toda mujer-decente-de-clase-alta deberá llevar sostén. De lo contrario, será expuesta a marginación o exclusión social, pues solo las mujeres de clase baja mostrarán sus formas tal y como son.

Siguiendo con el juicio externo, la segunda vertiente a abordar será el acoso sexual. No será extraño que vean tu falta de sostén como una clara señal para practicar sexo: Una muy extendida, arraigada, histórica y normalizada cultura de la violación se hace cargo de ello. De este modo, ante una sociedad que admite y normaliza violencias y acosos contra la mujer ―que habrá de cumplir con el rol pasivo y sumiso que le caracteriza―, y que de forma cultural ha de obedecer y sentirlos como naturales, queda patente la necesidad de acabar con estos parámetros; de reapropiarnos de nuestros senos y sacarlos del terreno de las fantasías masculinas; de destruir las imposiciones que nos someten, pues el hecho de que exista una norma generalizada no significa que esta sea buena, y hemos de darnos cuenta de ello.

En definitiva, el prescindir de sostén como acto político, simbólico. Como una pequeña ruptura con la cultura opresiva que el Patriarcado encarna. Como empoderamiento de nuestro propio cuerpo y rechazo a todo juicio guiado y suscitado por la lógica machista. Como reencuentro, y como liberación.

Por Patrizia Blake, (21) España.

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