La revolución empieza en casa

Sin darnos cuenta, inculcamos a les más pequeñes de la casa prejuicios de género que tenemos muy interiorizados. Debemos evitar esto para conseguir generaciones más respetuosas y feministas en el futuro. Tú puedes cambiar el mundo con la educación.


Ilustración: Patricia


No llores, que eso es de niñas.

Cierra las piernas, que así no se sientan las señoritas.

Son frases que en principio podríamos pensar que están desterradas de la educación que se da a los niños y niñas hoy en día… Pero os aseguro que no es así. Yo no soy madre, pero recientemente tuve una experiencia con alguien muy cercano en la que aluciné en colores. La situación fue la siguiente:

Un niño se quejó de que una de las cosas que estaba comiendo picaba. Su padre le dijo que era un quejica y que se estaba volviendo un poco afeminado. Siendo como era alguien de mi entorno más cercano, no quise entrar en polémicas (a veces decido apagar mi modo activista en aras de preservar mi propia salud mental. Las que estáis metidas en esto me entenderéis seguro); pero me dieron ganas de poner varios asuntos encima de la mesa.

El primero, que el gusto o no por el picante, no tiene nada que ver con el género. Seguimos con las viejas ideas de que los sabores fuertes o los deportes rudos tienen que ser cosa de machotes. Por favor, ¡que estamos en el siglo XXI! Las mujeres podemos practicar deportes como el rugby y comer chili por un tubo si nos da la real gana. El que nos pueda gustar más o menos, depende de una cuestión personal independiente del género, vamos, es de lógica, ¿no? Pues parece que hay gente que aún no se ha dado cuenta.

El segundo, que ser afeminado o femenino, no tiene nada de malo. Es terrible ver cómo se compara lo femenino con cosas siempre negativas. Está muy bien visto que tu hijo sea un machote, pero, ¡ay!, qué vergüenza si te sale una nenaza. Recuerdo una asignatura sobre mujeres y medios de comunicación que cursé en la universidad en la que hicimos un ejercicio muy interesante. Teníamos que colocar pares de palabras que nos dictaban en dos columnas diferentes según la connotación que tenían para nosotras. Dos de las palabras del dictado eran masculino y femenino. ¿Adivináis? Inconscientemente, masculino iba asociada a cosas como luz, razón, sol… Y femenino iba asociado a locura, oscuridad, noche… Es increíble como dotamos a las palabras de significados sin darnos ni cuenta.

Creo que es importante reivindicar que lo femenino no tiene que estar asociado a palabras con significados malos; y que algunas palabras asociadas a las mujeres y tradicionalmente negativas, deberían ser reconsideradas como positivas. Por ejemplo, si alguien es muy emocional o sensible, lo vemos como un síntoma de debilidad. ¿Por qué no enseñar a nuestres hijes que saber expresar nuestras emociones es bueno o que llorar nos puede ayudar a sentirnos mejor? Es importante hacerles ver que ser fuerte no es sólo levantar pesas. Ser fuerte es tener inteligencia emocional, ser asertive y expresar cómo nos sentimos con libertad.

La revolución empieza en casa; y cuando digo esto me refiero a que, para criar a niños y niñas en la igualdad, tenemos que dar ejemplo. Para empezar, desterrando este tipo de frases de nuestro vocabulario y, como ya he apuntado, siguiendo con nuestros actos. Si un niño o niña ve en su casa que es su madre la que se ocupa de todas las tareas, además de pensar que mamá es una aburrida y papá mola mucho, aprenderá que es así como se reparten los quehaceres del día a día. Poco a poco le habremos inoculado la idea de que los hombres no tienen que ocuparse de las tareas domésticas, así que no será sorprendente si luego la criatura en cuestión reproduce esos comportamientos o hace ciertos comentarios.

Creo que el único modo de cambiar el sistema patriarcal en el que vivimos es educar, educar y educar. Es muy importante concienciar a la gente adulta de las injusticias que las mujeres vivimos cada día; y aunque se diga muchas veces eso de que la gente no cambia, mi experiencia me dice que, si hay voluntad, se puede hacer. Yo misma sigo deconstruyéndome cada día y luchando contra todo aquello que me enseñaron y que no me gusta. Pero más importante aún es enseñar a esas generaciones que vienen para que no reproduzcan todos nuestros errores.

Hace poco leí una reflexión que me gustó mucho. A veces nos sorprendemos a nosotras mismas diciendo o haciendo cosas machistas que nos horrorizan al pararnos a pensar en ellas. Por ejemplo, cuando juzgamos la apariencia de una mujer gorda con ropa ceñida y pensamos que está horrible. Pero, si te paras a pensarlo, racionalizas y dices: si ella es feliz así, está en su derecho. Es simplemente que me han enseñado a que una mujer gorda con ropa ceñida no es bonita. Pero puede serlo. La reflexión es que muchas veces nuestro primer pensamiento es el aprendido y el segundo el que nosotras mismas hemos decidido enseñarnos.

Y este proceso es agotador. Cada día debes luchar contra todo aquello que un día te explicaron y que ahora no es válido. Así que ahorrémosle este trabajo a las generaciones venideras transmitiéndoles valores de respeto y feminismo, revolucionando los cimientos de esta sociedad heteropatriarcal. Así, en unos años, el mundo será un lugar mejor.

 

3 Comentarios

  1. Ximenique

    Soy mamá de un pequeño de 6 años y bueno como padres hemos decidido ser el factor de cambio! Es difícil pero cada vez que veo los frutos me da esperanza, me hace creer! Y aunque el no lo sepa es mi inspiración.
    Nuestros hijos serán los adultos del mañana y aunque suene muy cliché es la pura verdad!

  2. Me gustó mucho esta nota! Sobretodo las últimas líneas! Saludos desde Argentina.

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