No crucifiquéis a mamá

«Voy a salir a que me dé el aire, estaré unos meses fuera, sola con mi mochila y un puñadito de miedo. Si no vuelvo, decidle a mi madre que la quiero y que yo rompí el jarrón que le dieron en el banco.»


Ilustración: Inés


Escribo esto como quien escribe su propio epitafio para un futuro cercano: enfadada, triste y, sobre todo, cagada de miedo. Ahora es cuando os digo que nací más abajo de Despeñaperros y todos pensáis muy convencidos que soy una andaluza exagerada más, y puede que no os falte razón.

El asunto es que voy a salir de casa, sola, para dar un paseo durante unas cuantas semanas y he caído en la cuenta que quizá no vuelva jamás. A veces se me cruza este mismo pensamiento cuando regreso de noche a casa, pero opto por no darle muchas vueltas, acelero el paso y siempre acabo llegando. En esta ocasión es diferente porque casi todos han intentado disuadirme o, los menos, me han lanzado miradas de desaprobación absoluta, sembrando una pequeña semilla dentro de mí: no sería la primera a la que le joden la existencia, por desgracia, es una probabilidad que está ahí. Siendo políticamente correcta diría que me molesta mucho esa posibilidad, pero lo que me pasa realmente es que me toca mucho el coño que dicha posibilidad la determine mi género. Yo no vine mujer para andar asustada todo el tiempo.

Sin duda lo peor de no volver, de dejar de existir, sería que todos esos cobardes pensarán: yo lo sabía, yo ya se lo dije, ya le advertí… Por eso escribo: para que, si se da el caso, nadie culpe a mi madre ni señale a mi padre por empujarme a vivir, por dejarme ser yo con todas las consecuencias. He sido feliz cada día de mi vida gracias a ellos y la libertad que no me han quitado. Así que no martiricéis a mi madre, ni a ninguna madre del mundo pues ninguna propicia un fatídico desenlace dejándonos ir.

O colgad del cuello a todas las madres del mundo, pues ellas no sólo crían a las víctimas, sino también a sus verdugos. Algo de culpa tendrán, algo de culpa tendremos todos nosotros. Pero por esta vez no, por favor, dejad en paz a mi madre y no me culpéis a mí tampoco, no he elegido mi final. No me lo he buscado.

¿Por qué tengo que quedarme en casa, esconderme del mundo y de la gente mala que habita en él? ¿Por qué no se esconde esa gente? ¿Por qué nos les señalamos hasta que se les caiga la cara de vergüenza y no quieran ver nunca más la luz del sol? Es más fácil señalarme a mí, pero os voy a decir una cosa: lo voy a hacer, y sí me asalta el miedo lo haré con miedo, pero lo haré.

Ojalá pudiera ser libre y no tener que hacerme la valiente…

No solo nos estáis quitando las alas, que no las hemos tenido nunca, nos estáis impidiendo hacer un millón de cosas, buenas y malas, que nos convierten en seres humanos iguales al resto. Y en lugar de eso nos obligáis a vivir con miedo, que es mucho peor que ser violada o desangrarse en una cuneta. Porque el miedo lo inunda todo, no hay nada que se salve. Y la peor parte es que después del miedo puede que pase algo o puede que nunca pase nada, pero es igualmente infranqueable, no se va, aunque las estadísticas le quiten la razón algunas veces. El miedo no se esfuma, como la propia sombra, como el reflejo del espejo. El miedo me convierte en una valiente temeraria que se expone tontamente para los que saben lo que es estar en este lado de la barrera, y en una loca exagerada para los que han tenido el lujo de pasar por aquí sin temor alguno. Pero yo no soy ni lo uno ni lo otro, solo soy la hija de mi padre, la misma que se niega a ir toda la vida de su mano para poder sentirse a salvo.

 

Ana P. S. (28), Granada (España)
https://m.facebook.com/a.paintersnake

 

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