Sororidad contra la soledad

La sociedad condena a la soledad a aquellas con enfermedad mental. Sol ha descubierto que la sororidad entre aquellas que la sufren es la clave para seguir adelante.


Ilustración: Ori


Soledad. Soledad es una palabra normalmente asociada a la ausencia de otros, a la presencia de un único cuerpo, a habitaciones vacías y camas individuales.

Pero la soledad, a mí, me suena bulliciosa; me suena a risas, gritos y conversaciones.

La soledad me recuerda a aquellas veces que, rodeada de gente, me he quedado sola con mis propios pensamientos. Me recuerda a los ataques de ansiedad en público, a llorar en el baño mientras todo el mundo duerme, a medicarme a escondidas en una cena de clase.

La soledad me recuerda a los impulsos suicidas en medio del metro, a la sensación de abandono que me embarga aun cuando me faltan dedos en las manos para contar a las personas que me acompañan. La soledad me recuerda a la angustia que me impide permanecer en un aula mientras el resto de mis compañeras toman apuntes como si nada. Soledad es perder la consciencia y que no me salgan las palabras mientras mis seres queridos hablan y hablan.

Porque, ¿qué hay más solitario que sentirte sola cuando estás rodeada de gente? Qué hay más solitario que saberte la rara, la única, la diferente…

Y esto es lo que me ha supuesto a mí el trastorno mental. Secretismo, culpabilidad, invisibilidad: soledad.

Una de cada cuatro adultas comparten conmigo la experiencia de la enfermedad mental y, sin embargo, nadie habla de ello abiertamente. Una de cada cinco jóvenes comparte conmigo la experiencia de la enfermedad mental y, sin embargo, parece que tan sólo los adultos tengan problemas serios.

Y no es culpa nuestra. Es culpa del estigma; ese estigma que nos tilda de “locas” e “histéricas” a las afectadas, que convierte nuestras explicaciones en excusas y nos condena al silencio y la vergüenza.

El mismo estigma que hizo de la depresión de Andreas Lubitz titular de los periódicos. El mismo estigma que hace de la esquizofrenia y la psicosis temática del cine de terror.

El mismo estigma por el que fui antes capaz de auto-lesionarme que de admitir que necesitaba ver a una psicóloga. El mismo estigma por el que disfrazo mi indisposición mental de dolor de cabeza.

Y, sin embargo, a pesar de este estigma que nos roba la voz y habla por nosotras algunas nos estamos atreviendo a abrir la boca. Empezamos cuchicheando, poco a poco vamos subiendo el volumen y acabamos descubriendo que no es casualidad que a las locas se nos dé tan bien gritar.

Y así, descubrimos que no estamos tan solas. Descubrimos que detrás de muchas jóvenes corrientes operan los mismos demonios que nos quitan el sueño a nosotras. Descubrimos que somos muchas a las que rondan los mismos fantasmas; descubrimos que, juntas, somos un ejército de enfermas que nos negamos a perder esta guerra.

Descubrimos que la de 15 tiene mucho que aprender de la de 60, y la de 60, mucho que recordar gracias a la de 15.

Descubrimos, gracias a Internet, que la distancia es menor cuando nos unen sufrimientos compartidos y consejos intercambiados; descubrimos que también en nuestros barrios viven más como nosotras.

Y descubrimos la sororidad. Sororidad, para quien no conozca una de mis palabras favoritas, es un término específico que designa la hermandad entre mujeres.

Porque también me han ayudado hombres, porque no olvido a mis hermanos, pero había cosas que sólo ellas podían enseñarme: que las acostumbradas a consolar a todo el mundo también tenemos derecho a que nos consuelen a nosotras. Que no somos “exageradas” por reconocer la importancia y la gravedad de nuestros propios problemas.

Son ellas las que me han enseñado que se puede ser buena madre viviendo con trastorno bipolar. Que no ser capaz de manifestarnos no nos convierte en “malas feministas”. Que desde casa, con lápiz y papel o frente a una pantalla, también se puede luchar. Que los trastornos de personalidad producto de abusos, acosos, agresiones y maltratos no sólo nos hacen víctimas sino, sobre todo, supervivientes.

Y de las más cercanas he aprendido a cuidar y, ante todo, a dejarme cuidar. A admitir que necesito ayuda, que no soy Super Woman, que hoy tú me coges el teléfono de madrugada porque se me ha cerrado la garganta y no logro respirar y mañana yo como contigo para ayudarte a romper el ayuno. Que hoy tú duermes conmigo porque te da miedo dejarme sola y mañana yo te acompaño a terapia.

He aprendido cuidados y sororidad que quebrantan los límites espaciales, temporales, socioeconómicos. He aprendido que yo vierto en una red social mis pequeñas tragedias y una compañera me las alivia ofreciéndome consejo desde la otra punta de España, América del Sur incluso. Que los ataques de pánico se pueden calmar también por teléfono, incluso si hace falta despertar a la que contesta.

He aprendido que la que puede pagarse una psicóloga privada comparte sus descubrimientos con la que debe resignarse con una sesión de terapia mensual, virtud de nuestro más que insuficiente sistema de salud mental pública.

He aprendido, como ya he escrito antes, que no estoy sola. Que la soledad es un engaño, que es hija del estigma, que me quiere callada pero si alzo la voz, alguien me contestará. Que nuestros gritos viajan de continente a continente y estiramos los brazos hasta que nuestras manos alcanzan a secar las lágrimas de nuestras hermanas.

Por eso, hoy os digo, compañeras: sororidad contra la soledad. No crecimos solas; nos aislaron al crecer. Pero tenemos, en nuestras manos y en nuestras voces, las herramientas necesarias para romper con el aislamiento.

 

3 Comentarios

  1. Gabriela

    Me ha encantado el artículo. Quisiera ponerme en contacto con personas que padezcan enfermedades mentales, para poder armar estas redes de contención o poder unirme a una de ellas. Padezco de trastorno generalizado de la ansiedad, pánico y depresión. Hago terapia y actualmente volví a estar medicada, me gustaría compartir experiencias y poder charlar sobre estos temas que en la sociedad son poco comprendidos

  2. Este artículo es impresionante, pero lo mejor es que por medio de éste pude llegar al blog completo «Pensando en lila», es muy interesante el material que hay allí. Gracias por compartir estos saberes que salvan vidas. Saludos desde Colombia.

  3. Cristina

    Me encantó y me soltó una lagrimilla. Gracias por escribir cosas como estas!

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