No ser la pareja ideal

No todas las parejas son iguales a pesar del peso de los estereotipos. Algunas deciden tener hijes, a otras les gusta ver películas todo el fin de semana y otras disfrutan de vivir la vida viajando. Lucas y Ludmila deciden desmitificar a la pareja ideal.


Ilustración: Ninde


Vivimos en una sociedad que todo el tiempo actúa como un espejo en el cual nos reflejamos y comparamos. Constantemente nos bombardean con estereotipos, con consejos, con sugerencias y con imposiciones. Todo el tiempo nos indican qué camino corresponde tomar. Y eso aplica a nuestro cuerpo, a nuestra ropa, a nuestros estudios, a nuestros pasatiempos, a nuestros deseos y a nuestras parejas.

La pareja debe ser heterosexual, el hombre más grande que la mujer (nunca al revés). Debemos casarnos, convivir, tener hijes (en lo posible dos, primero el varón y luego la nena). Debemos tener una casa con piscina, un perro y un auto. Basta ver cualquier publicidad de detergentes para lavar los platos o de alguna marca de pastas para corroborar esto.

Pero qué pasa cuándo tus deseos no coinciden con la sociedad. Puede ocurrir que no quieras estar en pareja, o que no quieras convivir, o que si lo quieras pero no como las instituciones mandan. Puede ocurrir que prefieras vivir de fiesta o que si quieras el combo casa+perro+piscina, pero lo importante es que ésto sea por que vos realmente lo querés, no porque se te impuso como un mandato social.

Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, eso es verdad. A nosotros nos pasó. Fue al terminar la universidad que nos fuimos a vivir juntos, y esto sí fue porque queríamos. Nuestro presupuesto no alcanzaba para la casa grande, pero sí para un apartamento. Compramos la heladera, el microondas y un par de plantas para poner en el balcón. Teníamos nuestro espacio y estábamos contentos por eso. El siguiente gran paso estaba claro: cinco años de novio y ya nuestros conocidos empezaban a preguntar por el casamiento y por los hijos. Pero, a nosotres nos interesaba otra cosa.

Llevábamos un año viviendo juntos y decidimos hacer algo por nosotres. No es que la pasábamos mal, ni nada parecido, pero sentíamos que esa vida no era la que queríamos, al menos en ese momento. No queríamos formar una familia, ni casarnos ni comprarnos un súper televisor 3D. Sólo sabíamos que queríamos estar juntes y viajar por el mundo.

Íbamos a vender lo poco que teníamos y con eso partiríamos de viaje. La reacciones fueron de lo más variadas: nos trataron de locos, de hippies, de irresponsables, de egoístas. Intentamos no hacerle caso a los comentarios de los demás, pero siempre en algún lugar, los mandatos y los preconceptos nos picotean la cabeza cuál pájaro carpintero a un árbol.

Así fue que comprendimos que lo nuestro era diferente. Que no nos identificábamos con las parejas “estándar”, que no nos interesaba acumular bienes, tomar dos semanas de vacaciones en un resort de lujo ni que tampoco íbamos a perder la vida esperando que llegue el momento de jubilarnos para comenzar a vivir la vida que soñábamos. Tampoco, por el momento, íbamos a tener hijes. Nuestros planes no coincidían con lo políticamente correcto.

Salimos de viaje y comenzamos a experimentar eso que muchos llaman libertad o felicidad. No nos arrepentíamos de nuestra decisión. Para nuestra sorpresa nos encontramos con muchísimas parejas que habían tomada una decisión similar (también con muchísimas personas que viajaban solas). Así conocimos a Rodrigo y a José, una pareja que viajaba por Europa con sus dos perros. O a Jimena y a su hija de 12 años, ella era lesbiana y estaban yendo a encontrarse con su novia mexicana. Conocimos a una pareja en Siberia que les apasionaba bailar tango, aunque estaban a miles de kilómetros de Buenos Aires y a una argentina que decidió separarse de su novio de toda la vida para dedicarse a estudiar fotografía, su gran sueño postergado.

A lo que vamos es que no se trata de salir de viaje en específico, sino de construir una identidad propia como pareja. Algo que nos haga sentir plenos, sabiendo que no estamos resignando nuestra libertad (ni la individual, ni la de la pareja). Se trata de construir una identidad propia no condicionada por la sociedad, ni por los medios, ni por nuestras familias. Se trata de sentirse completos, pero porque así lo queremos y decidimos, no porque creemos en el cuentito de la media naranja que dice que necesitamos sí o sí de otra persona para encontrar la perfección.

No todas las parejas somos iguales y está perfecto que así sea. Tampoco todas las parejas son perfectas, porque la perfección sólo existe en las películas de Disney. El amor se trata de otra cosa. Se trata de una elección constante, a toda hora y a todo lugar. El amor no necesita alianzas, ni papeles firmados, ni mensajitos por celular. Cada pareja es un mundo y nuestra invitación es a que creen su propio mundo. Un mundo saludable, respetuoso y libre. Un mundo que sepan que cada día lo van a volver a elegir. ¡Abajo los estereotipos y arriba la diversidad!

 

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