La cultura del acoso

Nuestra nueva redactora, Sol, nos cuenta una experiencia personal para ilustrar cómo el acto de ligar suele llevar intrínseca la insistencia más desagradable y, en definitiva, el acoso.


Ilustración: Mitucami Mituca


El acoso es una realidad para muchas, demasiadas, mujeres. El acoso es, al fin y al cabo, algo que está en el engranaje mismo de nuestra cultura; y, antes de llamarme extremista, recordad por favor que también tildamos nuestra sociedad de consumista, de violenta, porque así es. Deberíamos temer las tinieblas de nuestra realidad, y no a quienes nos atrevemos a alumbrar estos recovecos oscuros y ponerle nombre a lo que vemos.

Si digo que el acoso forma parte de nuestra cultura, lo digo porque la idea que tenemos de ligar implica en muchos sentidos una insistencia, una persistencia. La idea que tenemos de ligar implica que quien la sigue la consigue, que si él averigua donde vives y te manda rosas después de que le ignoraras en el trabajo es un romántico (ella, sin embargo, sería una puta loca; ni lo dudéis).

La idea que tenemos del sexo tampoco implica de por sí la existencia del consentimiento mutuo. Entendemos la violación como algo que se da solo mediante fuerza física, en un callejón, a manos de un desconocido; cuando la realidad es que la mayoría de abusos sexuales los cometen conocidos de la víctima. No entendemos la violación como el resultado de la presión, del chantaje emocional, del si me quisieras, lo harías por mí… porque no nos educan para que la entendamos así. Porque nos educan para anteponer, como hombres, lo que nosotros queremos a lo que ellas no quieren; y, como mujeres, lo que ellos quieren a lo que nosotras no queremos. Educamos a los hombres para conseguir siempre lo que quieren mientras puedan obtenerlo de una mujer. Para visualizar el sexo como un objetivo, como algo que obtener y no un proceso de placer mutuo.

Y una cultura de la insistencia, una cultura que no valora el consentimiento, es una cultura del acoso. Una cultura que divide entre elementos activos (los hombres) y elementas pasivas (las mujeres). Una cultura peligrosa.

Pero la cuestión es que, cuando las feministas alumbramos la problemática social del acoso con nuestra linterna lila, enseguida saltan a llamarnos exageradas. Conspiranoides. Quejicas. Si eso ha pasado siempre. Pero qué dirían las violadas de verdad. Si eso ni siquiera cuenta.

Y eso es lo que a mí más daño me ha hecho. La retórica del “eso ni siquiera cuenta”. Así es como, después de sufrir acoso, la pregunta que me martilleaba constantemente y me hacía sentir culpable y, lo peor de todo, una exagerada era la del ¿esto cuenta? Se lo pregunté una y otra vez a mis amigas, las de las violaciones y abusos de verdad y no tan de verdad. Y todas me contestaron: sí, esto cuenta. Porque tengo las amigas correctas.

Pero en el momento en que pasó, cuando me atreví a llamar acosador a mi acosador (no, no era un violador; no, no había abusado de mí; en ningún momento sugerí nada de esto), una conocida sí me dijo tampoco es eso, solo era un pesado. Porque hemos cogido la palabra pesado y la estamos usando para suavizar, para subestimar las terribles experiencias que sufrimos las mujeres casi diariamente. Porque es más fácil descartar el problema que confrontarlo llamándolo por su nombre.

En el momento en que pasó, lo que pasó fue que, en un concierto en el Feslloch de música en valenciano, nuestro vecino de la tienda de campaña de al lado pareció fijarse en mí. Yo soy lesbiana y además este chico no me interesaba lo más mínimo, pero cuando me rodeó con los brazos y empezó a meterme mano y bailar pegado a mí en una de las canciones más marchosas, me quedé paralizada. Habríamos cruzado diez palabras en total aquella tarde, él iba sin camiseta, yo con poca ropa también, y pasé de sentirme incómoda cuando empezó a tocarme a directamente sentir que me ahogaba por dentro cuando trataba de seguir saltando al ritmo de la música y él no hacía más que sobarme y susurrarme al oído intentando enrollarse conmigo. Esto duró un buen rato y a mí no me salían las palabras; me hervía la cabeza, sentía que quería gritar, decir algo, apartarle, pero no lograba hacer otra cosa con mi cuerpo que seguir moviéndolo mecánicamente y mantener la boca cerrada.

Y ese es mi problema. Lo entiendo. Lo reconozco. Ya lo he identificado, y estoy intentando solucionarlo. Pero lo que no es mi problema es que un tío que prácticamente ni me conoce decida por mí que a mí me apetece que me soben, me metan mano y se intenten enrollar conmigo en medio de un concierto. Cuando digo que no estamos acostumbrados a contar con el consentimiento de la otra, no me refiero a que haya que interrumpirlo todo para preguntar: ¿perdona, te importaría si te meto la mano en la camiseta un momento? Me refiero a preguntar: ¿estás cómoda? ¿Puedo acercarme? Te cojo, ¿vale?

Y, más que a preguntar, me refiero a que si el 90% de la comunicación humana es no verbal tenemos que aprender a descifrar los gestos ajenos. Mientras nuestra capacidad comunicativa nos lo permita, tenemos que estar alerta y si alguien está inmóvil, si no te sigue el rollo, si ni siquiera te mira y obviamente tu tonteo no es recíproco ha llegado la hora de parar. Porque ligar no es cosa de un cazador y una presa, es cosa de dos personas que se buscan y se encuentran a la vez. O, mejor dicho, ha llegado la hora de no empezar ni siquiera si no está el horno para bollos.

Pero aquí no se acabó la cosa. Cuando, por fin, conseguí zafarme del pulpo y escapar con mis amigas decidí volver a la tienda para tranquilizarme (me estaba dando uno de los ataques de ansiedad más horribles de mi vida). Una vez en la tienda, sin embargo, descubro que no me consigo dormir, salgo a tomar el aire y… me encuentro a mi querido amigo con su compañero de festival.

Aquí dio comienzo una breve pero impactante conversación que recordaré siempre como asquerosa por cómo me hizo sentir: como un objeto. El amigo me interrogó para averiguar si yo estaba dispuesta a enrollarme con el del concierto, yo les confesé que era lesbiana y el compañero se ofendió con la excusa de que antes no lo parecías. ¿Qué, exactamente, te parece una chica inmóvil, diez años menor que tú (detalle que había olvidado mencionar), que ni te sigue el rollo ni te mira siquiera? ¿Una desesperada por llevarte a la cama? Porque entonces quizás deberías replantearte tus impresiones, la verdad.

Y entonces su amigo volvió rápidamente a la carga con un desagradable pues yo pensaba que le dabas a todo como sustituto de bisexual y el siempre presente qué cachonda, y por qué no te buscamos otra tía y os hacéis un trío los tres, a mi compa le encantaría. Pues claro que a tu compa le encantaría. A la que no me encantaría es a mí, que soy bollera, y aunque fuera bisexual. Que mi orientación sexual no gira alrededor de vuestras pollas. Que paréis ya, que conmigo no vais a conseguir nada. Me parecía obvio.

Pero aparentemente en eso también diferíamos, porque en cuanto el amigo se enteró de que compartía tienda con mi ex novia (ahora somos amigas íntimas), sintió la necesidad de comunicarme que eso da mucho morbo y de preguntarme si podían mirar.

Y por eso me sentí como un objeto. Porque yo, para ellos, no era más que un objeto: un objeto que toquetear, que llevarse a la cama, que interrogar; un objeto del que obtener todo tipo de placer sexual. No era una persona, con mis preferencias, con mi derecho a la comodidad y la privacidad. Era solo un objeto para su consumo propio.

Porque así es como se te hace sentir en nuestra cultura si eres mujer. Como un sujeto pasivo, como un sujeto que recibe y solo tiene suficiente cuando a ellos les apetece parar. Como alguien que está siempre disponible, siempre abierta a todo y más. Como un, qué digo un sujeto: un objeto. Me repito, pero es así.

Y, cuando llamo a esto acoso, a esta experiencia que me dejó sin dormir, hiperventilando y llorando y sintiéndome tan sucia que necesitaba lavarme; me contestan que solo era un pesado. Que qué dirían las violadas de verdad (sorprendentemente, nunca me ha reprochado esto mismo una de las famosas violadas de verdad; solo tíos anónimos en una red social que no han tenido contacto ninguno con violaciones ni acosos). Y esto no sucede porque sí, yo lo sé bien: sucede porque, si etiquetamos este suceso de acoso, estamos admitiendo que muchos (incluso la mayoría) de hombres acosan. Y eso es demasiado. Eso es echar culpas. Eso es señalar a los culpables.

Y yo sé que los culpables no sois vosotros. Yo sé que es lo que os han enseñado. Yo sé que a nosotras nos han enseñado a callarnos lo nuestro y a vosotros a seguir proclamando lo vuestro. Yo sé que a nosotras nos han enseñado a complaceros y a vosotros a esperar ser complacidos. A vosotros, a insistir; a nosotras, a resistirnos para, inevitablemente, ceder al final.

Pero al sexo, al tonteo, a un rollo no se cede. El sexo, el tonteo, un rollo son cosas que tú quieres; no cosas a las que consientes por hacer un favor. Por quitártelo de encima. Por el otro. Porque no sabes cómo decir no.

Y, si no estáis de acuerdo, buscad la definición de acosar en el diccionario: insistir o persistir una persona en algo que resulta molesto o dañino para otra persona. Ya no somos tan exageradas, ¿eh? Quizás las exageradas no somos nosotras por llamar a eso acoso, quizás los exagerados sois vosotros por decir que algo tiene que ser así de terrible para poder etiquetarlo de acoso.

Quizás sería mejor dejar de haceros los inocentes y empezar a confrontar el problema de que, sí, os educan para acosar. Y a nosotras, para ser acosadas y callárnoslo. Por eso la mayoría de mis amigas cuentan experiencias parecidas. Por eso a mí no fue la primera, ni tampoco la última, vez que me pasó algo por el estilo. Por eso lo cuento por las redes sociales y cientos de chicas reaccionan, me apoyan, me explican que a mí también me pasó eso y gracias por contarlo y me callé porque nadie me tomaba en serio.

Quizás viene siendo hora de empezar a tomarnos en serio.

 

6 Comentarios

  1. Me ha encantado este artículo. Me he identificado con él, porque yo también he sufrido situaciones similares de acoso. Cuando era adolescente, ahora tengo 49 años, era habitual que los chicos “jugando” me tocaran donde querían. Como tengo los pechos grandes desde los 14 años ya os podéis imaginar la cantidad de roces, pellizcos, sobeteos, etc que he tenido que soportar, tanto de “amigos” como de desconocidos en el metro, el autobús, en la calle… Creo que debemos enfatizar que nuestro cuerpo es nuestro y que si queremos que alguien lo toque le tenemos que autorizar.
    Por cierto, soy una “violada de verdad”, con 15 años un hombre me asaltó y me violó. Por diversas circunstancias conozco a varias mujeres que también han sido violadas a las que les he recomendado este artículo y también les ha gustado. Puedes afirmar que las violadas de verdad están de acuerdo contigo.

  2. Muy bueno tu análisis. Lo compartí en mi página sobre acoso callejero.
    Saludos!

  3. Lamentablemente, tenés toda la razón. Tengo 17 años y es increible la cantidad de veces que me han pasado situaciones parecidas y cada vez que habria la boca recibia comentarios como «hay que ver como estabas vestida» «puede ser que lo miraste mucho y pensó mal» y NO, mi ropa no es una invitación, mucho menos gestos interpretado erradamente. Nadie me escucho aquella vez que me forzaron a un beso para luego manosearme, dejandome con una sensacion tan asquerosa que no me impidio dormir en paz, me dejo indignada y llena de miedo, un acto realizado por un «amigo»que queria con el alma y ahora lo considero un mounstro.
    No sos exagerada nada más estas diciendo lo correcto en una sociedad que tiene naturalizado (y bien visto) lo incorrecto.
    Gracias por hablar. Por decir lo que muchas callamos.

  4. Tuve, más bien, tengo una experiencia similar. Hay un chico de mi edad (18) que ha estado detrás mio casi un año. Empezó cuando ambos teníamos 17, se me declaró tres veces y las tres le he rechazado. No callé, se lo he dicho a mis padres, pero no le han prestado atención al asunto y terminaron diciendo que son «cosas de adolescentes».
    Me ha estado acosando tanto por vida real como por redes sociales, en total tengo 21 cuentas suyas bloqueadas en facebook. Además no soy la única persona a la cual acosa, he hablado con una chica que tiene 12 cuentas suyas bloqueadas.

  5. Pues no, no eres una exagerada. No SOMOS unas exageradas. A todas nos ha pasado algo así, peor, más leve o todo a la vez. No sé quien te habrá dicho que que te metan mano sin preguntarlo es exagerado, pero esa persona, o está totalmente de acuerdo con que eso es lícito o es que lo ha hecho ya en una ocasión.

    No esperas algo así de alguien a quien no le has dado ninguna señal de quererlo, no lo esperas de nadie porque no lo concives, y por eso la parálisis. Pero cada vez reaccionamos más rápido y más fuerte. Esto va a cambiar y somos nosotras las que tenemos que hacerlo.

  6. Federico

    Me conmueve profundamente tu relato, solo quisiera acotar una cosa.
    Pones en un momento que sabes que nosotros los hombres no somos los culpables, que nos han enseñado a acosar y a ustedes las mujeres les enseñan a recibir acosos. Como yo lo veo si somos culpables! Por que a tí te han enseñado a ser sumisa y ceder ante los acosos, pero fuiste capaz de ver eso y pensar por ti misma. Así como yo he sido capaz de darme cuenta que no era sano acosar, y que si lo hacía iba a ser culpable del acoso.
    Hay una frase de Sartre que dice «Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros», hay un contexto que nos influye, pero cada cual debe hacerse responsable de las acciones que toma.
    Tampoco es que sea tan dificil! De hecho creo que es más facil y cómodo tratar con respeto a las personas que acosarlas e imponer la propia voluntad, o por lo menos siempre a sido así para mí.
    Te mando un saludo desde Argentina!

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