Somos mucho más que lo que comemos

El principio es fácil: todas comemos. ¡Por la cuenta que nos trae! El meollo de la cuestión está en los “qué”, los “cuánto” y los “cómo”.


Ilustración: Conchi G.


 

El otro día estuve viendo la gala de Supervivientes (sí, lo confieso, veo Supervivientes; ¡y ya te adelanto que ésta no es la peor confesión que voy a hacer en este artículo!) y en un momento dado, le dijeron a cada participante cuánto peso habían perdido durante los tres meses del programa. Los récords los batieron Rafi Camino, con 30 kilos menos; e Isa Pantoja, con 100 gramos menos. Y lo curioso es que mi mente pensó que me hubiese cambiado por cualquiera de ellos: porque ambos estaban en su peso, sin tener que pensar cada día en cómo conseguirlo. Y eso me hizo sentir muy triste.

No voy a marcarme un discurso sobre la presión social, las tallas de la ropa o el mundo de la moda. Es verdad que es un tema que siempre resulta interesante, pero hoy prefiero hablar de la alimentación. No soy nutricionista y, aunque soy psicóloga, no voy a hablaros como profesional, sino como “comedora”.

Mi experiencia es muy distinta: no conozco absolutamente a ninguna mujer que haya tenido una relación saludable con la comida durante toda su vida. Es verdad que no para todo el mundo esta relación es igual de problemática (afortunadamente), pero que algo que es una necesidad vital y que hacemos varias veces al día suponga una dificultad para tantas personas (también para muchos hombres, me temo) es increíble.

En mi caso el problema ha estado ahí siempre, aunque yo no siempre he sido consciente: cuando era niña, solía coger algunos kilos durante el verano, cuando se acababan las clases, que perdía durante el resto del año. Yo no me daba cuenta de la subida ni de la bajada de peso, no me importaba y no tenía que hacer nada, ¡no era yo quien controlaba mi alimentación! Así fue también durante la adolescencia. Pero ¡ay amigas! Llegó la universidad, empecé a comer más veces fuera, a hacer comidas más desordenadas y a tener menos tiempos de ocio; así que empecé a tener que esforzarme para mantenerme en mi peso, controlar un poco mi alimentación y hacer alguna dieta de vez en cuando. Hasta aquí, todo parecía dentro de la normalidad; yo me decía que tenía que ver con que hacía menos ejercicio y que mi metabolismo ya no era tan agradecido como antes.

Y de ahí tengo que pasar a hace un año, cuando me encontré con esta realidad: un sobrepeso de 15 kg y un trastorno alimentario con atracones. ¿Y cómo se llega a esta situación? Pues me encantaría decirte que hay que tener una situación de partida muy “enfermiza” y dejarse mucho; o que sólo les ocurre a personas muy concretas, con perfiles muy específicos… Pero eso es justo lo que pensaba yo antes de verme metida en este jardín.

He empezado diciendo que la relación con la comida no es tan problemática para todo el mundo y ojalá muchas de vosotras no entendáis nada de lo que digo; pero creo que mi caso (por mucho que a mí me afecte) ni siquiera es de los peores. Después de darle muchas vueltas creo que lo único que ha hecho falta para haber entrado en esta dinámica es haber utilizado la comida como reforzante y motivante; y lo que para unas es algo positivísimo, para mí se ha convertido en un problema:

“¡Ay qué día más duro! Voy a darme un homenaje que me lo he ganado!”, “A ver, con este pedazo de logro, ¡hoy habrá que hacer una excepción y hacer una cenita especial!”, “Patri, mujer, por un día, sáltate la dieta, que nos hemos juntado todas”…

Hasta que te descubres un día en casa comiendo aceitunas y galletas de chocolate a dos manos porque tienes tantísima sensación de malestar que sientes que sólo comiendo puedes tapar esa sensación tan desagradable porque la comida no es un alimento, es mucho más, es el mayor reforzante que tienes.

Pero además de la malnutrición y la ganancia de peso hay otra trampa: la culpabilidad y la vergüenza. Atreverme a hablaros de estas cosillas me ha costado un año de terapia y todo un arsenal de estrategias de ocultación (bajar la basura antes de que llegue alguien a casa, reponer la despensa a escondidas después de cada atracón, no tener nada en casa, pero bajar a la tienda de enfrente corriendo en un momento de crisis…) Un asco, de verdad que sí.

Cuando me da el bajón y siento tristeza, vergüenza y frustración, me recuerdo que esto sólo es un parte de mí, de mi vida; que aunque afecta, y mucho, yo soy mucho más que mi peso y mi alimentación. ¡A veces funciona!

¿Y cómo solucionar esto? Pues la verdad es que todavía estoy en esa fase. Como no peso 40 kilos, no tengo el esófago dañado, ni trato de ocultarlo (que al parecer son las alarmas que se buscan), me cuesta que en la sanidad pública me tomen en serio (recientemente un endocrino me ha llegado a decir que me deje de excusas y me ponga a dieta).

Cuando estudiaba la adicciones en psicología nos explicaban que el alcoholismo era difícil de curar porque en nuestra sociedad hay alcohol en todas partes; que nadie le ofrecería heroína o cocaína a una persona adicta a estas sustancias, pero que una persona alcohólica tenía que convivir a diaria con su adicción en cafeterías, fiestas familiares, restaurantes, etc.

Pues imaginad esto con el tema de la comida: los anuncios publicitarios de helados, hamburguesas, snacks, salsas, batidos… Las ideas tipo “por un día no pasa nada”, “pero cómo no vas a probarlo”, “esto se come sin sentir”, “luego cenas ligero y ya está”… Y la cultura gastronómica que tenemos, ¡que es maravillosa! (¿o no?) en la que celebrar, disfrutar, compartir, pasar un buen día o ir de vacaciones es sinónimo de (mal) comer.

De momento, creo que la ayuda psicológica es imprescindible, también el ejercicio, el apoyo social (más difícil de lo que parece porque a la gente le cuesta mucho entenderlo) y una reorganización de la alimentación y las rutinas. Seguramente muchas necesitemos también alguna medicación para controlar la ansiedad, los impulsos o el efecto cerebral que supone la comida… Siempre con supervisión médica, claro. ¡O igual hay que irse a Supervivientes tres meses!

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Patricia Izquierdo Huelves (31) , Madrid (España).

6 Comentarios

  1. es terrible.. me siento tan identificada con tu articulo.. es que.. que barbaridad yo tengo años de una constante lucha, soy un sube y baja.. hago un gran esfuerzo por bajar de peso cuando llego a mi meta (o zona de confort) pues ya me siento cómoda y cuando vuelvo a reaccionar he ganado el peso que tanto me había costado perder.. es muy pero muy difícil aprender a comer, y no engañar la mente con los bocadillos.. saludos…

  2. Gracias por tu escrito Patricia, no sabes lo identificada que me he sentido al leerte, y también aliviada al saber que no soy la única a la que le pasan este tipo de cosas.
    Para mí han sido muy frustrantes todos estos años intentando «curar» esta ansiedad y estos atracones que me daba. Soy una mujer alta, pero he llegado a tener un sobrepeso de 30kg. Cuanto menos me gustaba mi cuerpo, más deprimida estaba y más comía para calmar mi tristeza. Durante casi 5 años no tuve pareja ni relaciones íntimas por mi propio complejo, todo se lo achacaba a mi gordura. En mi familia no conseguía ningún tipo de apoyo más que darme dinero para que fuera a terapia, dietista o para que me comprase productos para adelgazar, mientras por otro lado en la despensa había dulces, precocinados, etc. He pasado por varias terapias, nutricionistas, dietistas, endocrinólogas y nada me ha ayudado. También me pasó que la enfermera de endocrinología, la cuál me iba a poner una dieta hipocalórica, me echó la bronca por no ser capaz de seguir una dieta así. Salí casi llorando de allí y por supuesto no la hice.
    He estado realmente desesperada.
    Hasta que hace ya unos meses, por la falta de apoyo de mi familia y por otros temas, me independicé. Con mi compañera de piso nos cocinamos y cuidamos nuestra alimentación, me muevo en bici porque ahora vivo en la ciudad y lo más importante de todo, dejé de preocuparme por mi gordura. Dejé de pesarme, de contar calorías, grasas, etc. y empecé a preocuparme por mi bienestar completo: físico, espiritual, emocional… Así se me ha calmado la ansiedad constante que tenía y así he adelgazado en estos meses unos 7kg.
    Sigo con sobrepeso, pero eso ya no es una preocupación prioritaria en mi vida, porque he conseguido quererme tal cómo soy y valorar otras muchas virtudes que tengo.

    Gracias de nuevo por tu testimonio, ha sido muy reconfortante.

    Un abrazo,
    Tamara

  3. Un articulo muy interesante y necesario.¡que lastima que casi solo se aprende con la experiencia. Yo te he entendido perfectamente, pero llevo luchando con la enfermedad de la comidad hace un monton de años. Saludos

  4. Carolina

    Me siento muy identificada con este artículo. Desde pequeña he gozado de la comida en grandes cantidades y más allá del hambre, siempre fue por aburrimiento o para llenar el vacío. A fines del año pasado me di cuenta que la ansiedad era mucha y eso, sumado al término de una relación de más de dos años desencadenaron atracones cada vez más frecuentes. Iba a la despensa y me trataba lo que fuese masa o grasa: galletas, chocolate, pan, manjar… LO QUE HUBIESE LO COMÍA. Y comprendo tanto el sentimiento de verguenza, cuando preguntaban quien había acabado las galletas y yo, callada, pensaba en porqué lo hice. Fue un poco después que aprendí a vomitar y cuando sentía que había comido demás, iba al baño y lo devolvía. Más que un método para ser delgada (que no lo soy, casi siempre he permanecido en un peso estable, ni muy delgada ni muy pasada de peso) lo hacía para liberarme de la culpa de necesitar comer para sentirme normal, lo hacía porque si continuaba con la comida en el estómago me sentía sucia. Luego, por circunstancias extremas, tuve que revelárselo a mis papás y me llevaron al psiquiatra. No he sentido ninguna ayuda de parte de la doctora y al final dejé de ir. Hasta ahora no me dan atracones ni vomito como hace algunos meses, pero sigo haciéndo de manera ocasional, y no sé si sea algo que pueda o quiera detener.
    En fin, creo que necesitaba desahogarme.

  5. Ah! cuánto te entiendo. En mi caso toda la vida estuve con algo de sobrepeso, hasta que el año pasado terminé una relación que acabó siendo un cambio fundamental en mi vida. Comencé a interesarme realmente en mí, a cuidar mi alimentación y evidentemente, adelgacé mucho y ahora me siento mucho más saludable. Por cosas de la vida, llegué a un curso de ‘Ecología del cuerpo’ que en verdad era un seminario sobre alimentación higienista. Luego de ello, ya no puedo ver la comida igual…ya pasa de ser sólo comer, a nutrirse, a alimentarse, y ahí es cuando uno se da cuenta que en verdad uno no come porque tiene hambre, sino que hay necesidades emocionales de por medio…aún no tomo la decisión de comenzar con hábitos nuevos en su totalidad (como comenzar por ejemplo, con la alimentación higienista), pero sin duda, creo que es sumamente importante cambiar hábitos, más allá de para estar delgada o lo que sea, para aprender a cuidarnos emocionalmente, darnos lo que realmente necesitamos, sin parches de comida. Si no perdemos poder cada vez que permitimos que algo externo (un pastelito, un premio en comida) nos de la satisfacción que no nos damos a nosotras mismas…

  6. Al igual que muchas personas yo también tengo sobrepeso, mi cuerpo se pasea desde el peso normal al sobrepeso con mucha facilidad. He hecho muchas dietas, siempre logro llegar al peso saludable para mi con ellas, pero así mismo siempre reboto porque por a b c motivo vuelvo a comer sin control. En lo personal me clasificó como una «comedora social» como cuando estoy feliz y acompañada pero cuando estoy triste o nerviosa mi hambre se esfuma.
    Actualmente he decidido cambiar mi vida en serio ya no quiero hacerle más daño a mi cuerpo con el sube y baja, en ese camino encontré un libro que se llama «ser flaca y feliz» que aborda el problema de la gordura desde su dimensión emocional. En general el libro plantea que en muchas ocasiones comemos porque la comida es un placebo de bienestar, es decir, nuestro cerebro evade los problemas del mundo real generando una falsa sensación de bienestar mediante la comida, debemos buscar otras fuentes de placer. Otro punto importante es la percepción social de la comida como expresión de todos nuestros sentimientos, el libro nos invita a evaluar eso y por últimos otro punto que me parece rescatable es el tema de la disciplina y nuestra percepción occidental al respecto. En fin lo que quiero decir con todo esto, con mucha humildad, es que nuestro cuerpo y sus kilos son más que estética, son expresión de como estamos en nuestro interior y para poder encontrar el equilibrio más que una dieta es necesario evaluar que anda mal en nuestro fuero interno. Saludos!! 🙂

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