Todxs somos extranjerxs

Voy a  contar la historia de una cría que se fue un verano a Estados Unidos, vivió en una realidad paralela y al volver se sintió menos en su casa que nunca. Pero volvió siendo toda una mujer. Esa chica de la historia era yo.


Ilustración: Caribay


Quiero empezar este texto siendo sincera del todo: nunca me he sentido demasiado perteneciente a mi propio país, España. Siempre me he visto ajena a muchas de las costumbres de la tierra en la que me tocó nacer; y sigo creyendo que sentirse orgulloso de pertenecer a un país, sea el que sea, es bastante absurdo, ya que nacemos en él por puro accidente. Con los años me he dado cuenta de que, me guste o no, comparto muchas cosas con mis compatriotas y, en el fondo y aunque sea por el azar, se nota de dónde provengo.

En el año 2006 me ofrecieron presentarme a una beca para poder estudiar durante un verano en Estados Unidos. Obivamente, en cuanto me lo comentaron dije que estaba interesada. En un principio pensé que iba a ser una de esos típicos viajes en los que vas con un grupo de españoles, estudias inglés durante un mes y al final vuelves sin haber aprendido demasiado pero con bastantes fiestas a la espalda y un puñado de amigos nuevos. Pero no podía estar más equivocada.

Mis profesoras me advirtieron de que lo tenía muy difícil para poder conseguir la beca, ya que buscaban sobre todo a descendientes de inmigrantes y yo, al ser hija de españoles, tenía menos oportunidades. A pesar de este requisito, el tribunal decidió que yo fuera una de las agraciadas. Los participantes seríamos veinte chicos y chicas procedentes de cinco países de Europa: Alemania, Dinamarca, Francia, Holanda y España. Pero no sólo eso; de esos 20 participantes, tan solo cuatro proveníamos de padres que eran de nuestro país. Imaginaos la mezcla de culturas y gente diferente que suponía esto.

Yo no sabía que mi vida estaba a punto de cambiar. Sé que puede parecer una frase bastante manida y carente de significado a estas alturas, pero es que es totalmente cierto. No sólo maduré como persona, sino que abrí mi mente y aprendí muchísimas cosas nuevas. De los veinte participantes, once eran de origen musulmán; y resultó que una de esas chicas, Salam, se convirtió en una de mis mejores amigas. Y eso que la primera vez que la vi, con su hijab, no me dio muy buena impresión. Sí, una también ha tenido sus prejuicios. Lo importante es saber ir derribándolos poco a poco.

Durante un mes y medio conviví con un grupo de personas con las que se podía hablar de temas controvertidos como la religión o la política sin que se levantara la voz ni una pizca. Aprendí que llevar un pañuelo en la cabeza no significa estar oprimida y también que no llevarlo no significaba ser totalmente libre. Tuve la oportunidad de acudir a celebraciones religiosas de distintas confesiones; yo, que jamás piso una iglesia. Aprendí, en definitiva, a valorar a las personas por lo que son, sin dejar llevarme por estúpidos juicios de valor.

Sabía que la vuelta me iba a resultar dura porque iba a echar de menos a todas esas personas con las que había convivido durante el último verano. Pero lo que no me imaginaba era que iba a tener que luchar contra los prejuicios del resto de la gente que me esperaba de vuelta en casa. Cada vez que comentaba todo lo que me había enseñado mi nueva amiga, recibía comentarios del tipo ándate con ojo, a ver si te va a intentar convertir. ¿Convertir? ¿Exactamente en qué? Si en algo me convirtió Salam fue en una mejor persona, abierta, tolerante y con ganas de aprender. Me costó adaptarme e intentar explicar cómo me habían cambiado esas experiencias. Me dolía cada vez que la gente elevaba el tono de voz y discutía por cualquier tema. No era capaz de hacerles entender cómo todas esas experiencias que yo había vivido me habían hecho replantearme mi lugar en el mundo.

Y otra duda rondaba mi cabeza: si yo me sentía así, ¿cómo se sentirían las personas que emigraban a nuestro país? Probablemente perdidas y, en muchos casos, lejos de su familia y sin apoyos aquí. Mucha gente no entendía que yo hiciera esta analogía, y pensaban que la vida del emigrante no podía ser tan dura.  Curiosamente, algunos de ellos han tenido que irse de España buscando un futuro mejor ahora que las cosas van mal y echan de menos hasta lo que estando aquí echaban de más. Ironías de la vida, ¿no creéis?

Lo que he intentado transmitir en este texto es que todxs podemos sentirnos extranjerxs en nuestra piel en algún momento de la vida. Por eso creo que no está de más que sepamos tener empatía, ponernos en la piel del resto y pensar que todas las personas somos ciudadanas del mundo: todas reímos, lloramos y sentimos igual. Y merece la pena interesarse por otras culturas, pues siempre supone una fuente de enriquecimiento personal.

 

6 Comentarios

  1. Me gusto mucho el texto, es bueno saber que también alguien perteneciente al país donde actualmente resido entienda lo que se siente al ser extranjero, yo he tenido experiencias buenas y malas, que me pueden mas las buenas, por que he conocido gente maravillosa de muchos paises estando en tan solo un trocito de este país, con la cual también como tú he podido conversar de todo tipo de temas; y han apliado mi panorama idelogico… creo que cada persona que conoces a lo largo del camino, enriquece tu vida.

    Besos ^.^

  2. A mi me pasó lo contrario. Soy de Sudamérica y me fui a USA un verano también.. a trabajar en un campamento. Me fui con altas expectativas, y dispuesta a llevarme el mundo por delante. En este viaje descubrí que me gusta más estar sola, que mis opiniones respecto a la familia eran errados y que mirar hacia el norte con admiración no tiene ningún sentido. Me hubiera gustado volver con tan buenos recuerdos como tú, pero me ha pasado que me encontré con personas vacías y frías…..

  3. Cuando no se pueden gestionar las discrepancias lamentablemente no podemos tener la oportunidad de visualizar otras posturas. Cada persona tiene derecho a expresarse sin que dañe ni ofenda a lxs demás.
    Otro mundo es posible, y no es que sea una idealista ni una utópica, ni mucho menos ilusa; si no más bien es que quiero creer que las cosas realmente pueden cambiar y nos dejemos de prejuicios tontos y aprendamos más lxs unxs de lxs otrxs!!!

  4. Martushka

    Muy interesante tu artículo! Yo siempre he pensado que viajar abre la mente y, si además te dejas sumergir en la cultura y costumbres del país o gentes en cuestión, mucho mejor. Llevo cuatro años de «emigrada» en Suecia y he tenido la suerte de hacer amigos de todos los colores y confesiones religiosas. Cuando vuelvo a España intento desmontar tópicos en las conversaciones… pero es realmente difícil. Gracias por compartir tu experiencia!

  5. Me ha gustado mucho el articulo.
    La idea de nacer en un país como puro accidente lleva años merodeando por mi cabeza. Siempre me he preguntado por qué he nacido en una familia, en una casa calentita con comida rica todos los días y no en la calle fría de Moscú, por ejemplo. ¿Como se decide esto, en que momento?Evidentemente a estas preguntas no tenemos respuesta pero si podemos ser más tolerantes con los que no han tenido la misma suerte.
    Te da a pensar esta frase también:»Aprendí que llevar un pañuelo en la cabeza no significa estar oprimida y también que no llevarlo no significaba ser totalmente libre».
    Un placer leerlos,
    Un abrazo,
    Cosmina

  6. Me parece muy interesante, y maravillosa esta anécdota y me alegra mucho que te dieras cuenta que los prejuicios son los que no nos permiten avanzar como humanidad, que primero hay que conocer a las personas para luego hablar de ellas y que la empatía y la aceptación abren a la mente la posibilidad de aceptar otras culturas y otras formas de ver el mundo. Estoy de acuerdo con lo que dijiste «… llevar un pañuelo en la cabeza no significa estar oprimida y también que no llevarlo no significaba ser totalmente libre.» Bueno, eso es todo de mi parte, que te la pases chido, saludos desde México.

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