La vestimenta como recuerdo de la lejanía

La vestimenta siempre ha sido y sigue siendo un elemento visible para marcar diferencias entre grupos sociales, entre grupos etarios, entre sexos, pero también y fundamentalmente para marcar diferencias entre culturas. Hoy te invitamos a reflexionar sobre la idea de ‘extranjerx’ en la vestimenta.


Ilustración: Conchi G.


Si uno observa la vestimenta en sociedades lejanas a la propia probablemente encuentre numerosas diferencias que van desde el tipo de material utilizado, los colores, los estampados, hasta la longitud y  la cobertura (o no) del  propio cuerpo.

La vestimenta es una prueba más de las diferencias culturales que nos habitan. Y se hace evidente en sociedades de todo tipo: sean occidentales u orientales, o en aquellas otras que caen bajo el calificativo de «modernas» o «primitivas», conservadoras o liberales. Sin embargo en el caso de la mujer, quien además en numerosas ocasiones sufre de las imposiciones y obligaciones de sociedades patriarcales y machistas, la vestimenta ocupa un lugar significativo porque evidencia cómo muchas veces se busca controlarla y definirla a partir de cánones de belleza, de valores éticos o de preceptos religiosos.

La noción «extranjerx» se usa en muchos casos de modo peyorativo hacia aquella persona que viene de otro país o territorio y que mantiene activas ciertas tradiciones culturales, pautas de comportamiento y sociabilidad diferentes, y que además se viste de otra manera y utiliza prendas que nada tienen que ver con los gustos o las elecciones del público local. Las mujeres que eligen mantener sus atavíos personales a pesar de no seguir la moda por respeto a la herencia cultural a la que pertenecen pueden ser fácilmente el blanco de las burlas, críticas o desprecio de las demás.

Usualmente se revisa y juzga sin conocimiento el lugar que la vestimenta cumple en oriente (y el verdadero sentido que la misma cumple sobre la mujer). Sin embargo, poco y nada se habla del lugar que muchas mujeres extranjeras tienen en sociedades occidentales (algunas entendidas como  modernas y avanzadas). Mientras en países europeos se les impide a mujeres árabes utilizar sus vestimentas tradicionales por considerárselas peligrosas o amenazantes al laicisimo, debiendo entonces adaptarse a un estilo de vida despojado de identidad en otros términos, la realidad nos muestra que situaciones de ese tipo aseguran una pobre tolerancia hacia la persona extranjera, hacia la diferente.

Otro ejemplo en esta misma línea sucede en algunas regiones de Latinoamérica. Las inmigrantes mujeres que viajan desde Bolivia o Perú hacia las capitales de países limítrofes deben dejar de lado su indumentaria colorida, tradicional y llamativa para asimilarse al mercado laboral que busca que nadie destaque, que se cumplan ciertas reglas de comportamiento y de imagen corporativa que también las hace perder su pertenencia y arraigo cultural.

Me resulta particularmente asombroso ver cómo muchas sociedades imponen sobre la mujer extranjera normas de vestimenta que tienden hacia la homogeneización (religiosa o laica, en cualquier sentido) y que buscan limitar la construcción de la identidad, de la historia personal, de la reivindicación del cuerpo y su sensualidad, de pautas que resultan extrañas, que generan miedo o suspicacia y que ante este panorama, mejor ocultar.  ¿Te sentiste alguna vez observada o discriminada por cómo vestías en lugares en los que no eran los propios?

 

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