¿Para qué sirve una Reina de la Belleza?

Una lectora de Cuenca, Ecuador, nos cuenta sobre los certámenes de belleza en su ciudad y reflexiona sobre el clasismo, el sexismo o el racismo que se esconden tras ellos.


Ilustración: Ori


Se ha cuestionado siempre, desde el feminismo, a los reinados como la muestra más decadente de la cosificación de las mujeres. ¿Por qué? Pues es simple: los reinados de belleza establecen modelos de ser mujeres que no se corresponden con lo que la mayoría de mujeres somos. Establecen un rango de edad, unos cánones estéticos y hasta étnicos que no tenemos todas las mujeres de Cuenca. Establecen unas alturas, unas medidas, unos pesos y unas edades que pocas pueden alcanzar. Favorecen un sistema de subordinación de las mujeres y su consideración como objetos.

Los reinados, desde aquel pequeño del club deportivo más barrial, hasta Miss Universo, son industrias millonarias. Y esa es otra cosa que me molesta. Son grandes aliados del capitalismo y de la imagen de las mujeres como eternamente jóvenes, como eternamente consumidoras de productos para la belleza, como decorativas. Y son esos moldes de belleza los que causan en muchas, cuando no calzan, sufrimiento, angustia y hasta trastornos.

Otra cosa que me molesta es ese peligroso remozamiento de los conceptos de los concursos. Desde que, en el discurso, comenzó a sonar políticamente incorrecto que a las mujeres se nos tratara solamente como objetos decorativos, los reinados de belleza incorporaron como parte de la competición la respuesta de preguntas absurdas, que van desde cuál piensa la candidata que debe ser el destino de la humanidad, o con qué poblaciones vulnerables trabajará, o cuál es el personaje al que admira (y la respuesta de esa pregunta siempre suele ser “a mi mamá”, para las más sencillas y espontáneas, y otras, en un afán de sofisticación y para dar idea de lo bien que se desenvolverán en los roles de beneficencia social inherentes a la corona dirán que “la Madre Teresa de Calcuta” o ya, en una idea más moderna, “el Papa Francisco” o «Lenin Moreno»).

Eso de hacer preguntas para que estas hermosas mujeres “demuestren” que además de ser “bonitas” son “inteligentes” presenta un problema. Porque no se habla sólo de esas mujeres, sino de una forma de concebir a las mujeres en general: como bonitas, pero también como potencialmente capaces. Pero esa capacidad, que no es como la belleza, que se ve a simple vista, debe demostrarse. Yo digo, si es que el concurso es de belleza, que se premie la belleza. Pero lo otro es como decir: sí, somos bellas, pero también inteligentes. Como si lo uno y lo otro se contradijeran.

En Cuenca ha existido por décadas el concurso de la Reina de Cuenca. Ella se erige no sólo en soberana de la belleza, sino que se convierte en una suerte de autoridad. Incluso recibía (no sé si recibe todavía) un sueldo de la Municipalidad por las funciones que desempeña. Lo cual, dadas las cosas, no me parece mal, pues su trabajo es un trabajo y dice la Constitución que está prohibido que sea gratuito.

Las sesiones solemnes del Concejo Cantonal, del que he sido parte estos últimos años, tienen lugar con motivo de la conmemoración de la Fundación (12 de Abril) y de la Independencia (3 de Noviembre) de Cuenca. Son una muestra bien interesante de los símbolos atávicos que le dan sentido a una parte de nuestra sociedad.
No son, a mi juicio, fiel reflejo de lo que efectivamente pasa en la ciudad y con quienes la habitamos, porque prevalecen las personas adultas, de clase media alta, figuras políticas, burócratas de turno, l@s ciudadan@s notables y los/as aristócratas, casi vacas sagradas, que pareciera que por cuestiones iusnaturalistas merecen un sitio en el solemne acto.
Está también, sentada en primera fila, aquella trilogía del poder: representantes de la Iglesia, de la Fuerza Pública y del Gobierno.

Entre esas figuras, siempre masculinas, aparece la mujer. El sujeto mujer construido para “equilibrar” la parafernalia de sentido casi caricaturesco, de la que se supone que es la máxima gala de la ciudad, es la representante de la “belleza e inteligencia de la mujer cuencana”. Hablamos de la Reina de Cuenca, secundada por la Reina de los Barrios, la Chola Cuencana y la Morlaquita. Son dignidades de la ciudad. Ya que las mujeres históricamente no hemos tenido referentes de máxima jerarquía en la Iglesia, la Policía, la Milicia y el Gobierno, el eterno femenino se traduce en la llegada de las Reinas, para supuestamente, diversificar el imaginario de la sociedad.

El clasismo del evento de belleza “más importante de la ciudad” es evidente. He conocido por testimonios referenciales de bellas amigas mías que han participado en dicho galante torneo, que el ambiente adentro es muy competitivo. Desde el acceso al concurso está marcado por dificultades. De ese primer tamizaje resultan unas candidatas de características más o menos homogéneas: todas universitarias, todas blanco-mestizas, todas bellas (respondiendo a ciertos cánones), todas con algo de dinero (para soportar las exigencias de vestuario, peinado y otros gastos que el concurso demanda y que no se abastecen con los apoyos de las instituciones auspiciantes) y raramente habrá alguna de apellido indígena, más bien se configuran en representantes de la pasada de moda, pero vigente, aristrocracia cuencana.

Como respuesta a esta presencia hegemónica y en el afán de democratizar el premio a la belleza, surgen otros certámenes: la Reina de los Barrios (de carácter urbano pero más popular que la aristócrata Reina de Cuenca) y la Chola Cuencana (de carácter rural). De esta manera, cada sector se siente representado en una beldad.

Aunque el elemento de clase diversifica estos eventos, dentro de sus propias categorías, aquellos reproducen los mismos esquemas: la competencia, la belleza como valor supremo, y la asignación sexista de tareas a la ganadora del certamen, de carácter estereotipado: ella trabajará con la esposa del Alcalde en eventos de beneficencia dirigidos a la niñez y adolescencia, a los adultos y adultas mayores y a las personas menos favorecidas de la sociedad. Al estilo de Susanita, la amiga de Mafalda, las reinas sacarán ventaja de su carisma, de su belleza e inteligencia, para recaudar fondos en eventos “galantes” que luego serán invertidos en ayuda a “quienes más lo necesitan”.

Siempre he cuestionado este esquema de acción de carácter asistencialista. No es solidario. Sin embargo, todas estas críticas que tengo a los reinados, me han provocado bochornos en el momento de conocer personalmente o de enfrentarme a alguna reina o ex-reina. Muchas de ellas son mujeres sobresalientes: lindas, inteligentes, solidarias, amantes del arte y de la cultura. No todas cumplen con ese estereotipo de aniñadas, superficiales, o bobas que les quieren endilgar. ¿Cómo yo, desde mis ideas y conceptos puedo juzgar a otras mujeres por querer participar en certámenes de belleza? Si acaso lo hago, no faltará quien piense que lo hago desde el resentimiento de “la niña más fea del grado” a quien nunca, salvo en un sorteo, quisieron nominar para madrina en la escuela.

A propósito de eso, creo que uno de mis traumas infantiles de menos grata recordación era aquél de los momentos de elección de las niñas más bonitas del grado para que fueran las madrinas candidatas a “Niña Deportes”. Esto era, partiendo del esquema hipersexista de que las estrellas deportivas en una escuela mixta serían los varones y que las niñas vendrían a engalanar la solemne inauguración de las contiendas deportivas con sus mejores vestidos. La elección, año a año, de la compañera más bonita era una tortura. Todas querían ser elegidas. Sus nombres se anotaban en los pizarrones, entonces de tiza, y la mano de la maestra o maestro del grado se deslizaba sobre esa superficie de un verde botella que tengo clarito en la mente, para ir anotando los votos de cada una. Lágrimas infantiles rodaban secretamente por las mejillas de las no favorecidas.

Todo concurso de belleza relacionado con niñas me parece perverso. En eso sí tengo una posición absolutamente firme. En los concursos de adultas, me siguen las dudas, dependiendo del caso. En el caso de las niñas no. Desde pequeñas imponerles valores asociados con lo físico, con el sentido de la competencia, con la imitación de una figura adulta, no es adecuado para su edad ni para la construcción de una sociedad más abierta, inclusiva e igualitaria.

Así las cosas. Desde chiquitas, nos enseñaron a las niñas que la belleza era un valor importante para cultivar. Cosa que a los niños no se les enseñaba, nadie elegía al “Niño Deportes”. Y nos enseñaban también que había cosas que no podían ganarse trabajando en ellas, sino que más bien venían dadas como dones o como regalos celestiales: la belleza. Y si no éramos lindas teníamos que ser bien estudiosas para tener éxito en la vida. Como decía Laura León, en su talk show La señora León, programa que veíamos con mi mami a la hora de planchar y que siempre nos robaba sonrisas alternadas con lágrimas en esas tardes de adolescencia del colegio que parece que nunca se iban a acabar: “quien es bella, tiene la mitad de la vida comprada”. Así, la belleza, se convertiría en una ventaja inefable.

Este esquema siempre me ha parecido complejo, criticable, pero una cosa es mi opinión desde la niña a quien nunca propusieron ser candidata a madrina del kínder, y otra la de las mujeres bellas que tienen gusto por los certámenes y que desde pequeñas participaron en ellos. Más bien, la experiencia demuestra que ser bella en ciertos contextos es un factor de riesgo mayor. “la suerte de la fea la bonita la desea”, dice el dicho. Porque a veces ser bella es sinónimo de ser pecadora, de ser provocadora, de ser tonta. Muchas mujeres con poder político, por ejemplo, se han visto en la necesidad de masculinizarse para encajar en un ámbito patriarcal como ese, para ser tomadas enserio. Por qué, porque se tiene desconfianza a lo femenino poderoso. Utilizar trajes sastres, sacos y pantalones, ha sido una estrategia de muchas mujeres para mimetizarse en un mundo que no estaba preparado para recibirnos. Lo hiperfemenino es criticado por asociarlo con la provocación, con el terreno de la seducción, con la culpa, con la falta de profesionalismo.

Y muchas veces las primeras en criticarnos la forma de vestir somos nosotras mismas.

Pepita Machado Arévalo, Cuenca (Ecuador)
http://www.mariajosemachado.blogspot.com/
Twitter: @machadopepita

5 Comentarios

  1. Muy acertado nada q acotar, debería ser una lectura obligada den las escuelas….

  2. En otro ambiente en el que también está bastante marcado es en las escuelas preparatorias, o al menos en la de México, mi país, donde tienen lugar eventos de la misma índole organizados por los comités estudiantiles y aprobados por las autoridades académicas, «Miss y Mr Prepa…» y el número de la preparatoria a la que corresponda, me parece preocupante que desde edades tan tempranas y tan sensibles en nuestra formación, en las que nuestro autoestima sufre duros golpes que nos bombardeen tanto a mujeres como a hombres, porque incluso en mí secundaria pasaba los mismo. El colmo es que las remuneraciones que reciben los ganadores son exorbitantes, además de sumas de dinero, viajes, sesiones de fotos y por supuesto un autoestima tan grande como el Kilimanjaro. Cuando en otros concursos donde se celebra al conocimiento, la creatividad e inteligencia de chicas y chicos los premios y la difusión que se les da son ridículos. Qué triste que aún vivamos en una sociedad donde las personas se rigen por la superficialidad, por si fuera poco no dejan entrar a cualquiera, no basta con que sea una chica inteligente o un chico carismático o viceversa, el comité tiene que darles el visto bueno, cerrando a decisión de unos pocos la concepción de la idea de belleza, feminidad y masculinidad. Y es lo mismo en todas las planillas escolares, todo bien supervisado por la Federación de estudiantes, que no permite planillas libres ni independientes, que solo promueve la superficialidad y el rendimiento de culto a un cuerpo socialmente estético pero sin alma, ni libertad y mentalmente quebrantado. Sin mencionar que las consejeras femeninas, que se supone que ayudan a las mujeres con sus problemas suponen que dichos problemas son «el no saber maquillarse», «no saber cómo combinar la ropa», entre otros temas vanos, incluso siendo bien sabida la cantidad de desigualdad que hay entre hombres y mujeres en sus tratos con los maestro y los trabajadores escolares, así como el acoso que sufren por parte de compañeros y maestros sin ninguna sanción correspondida como tal… Me tenía que desahogar. Gracias por tan buenos artículos, Proyecto Kahlo.

  3. Excelente reflexión. Aplaudo el análisis serio, profundo y urgente. Me ha evocado los duros debates sobre el machismo escondido sutilmente en la publicidad y las canciones.

  4. Gracias a Dios hay más mujeres que piensan igual que yo, esto es una realidad y personalmente algo que denigra a la mujer ecuatoriana. Aplausos para Pepita, esperemos que esto algún día llegue a cambiar. Saludos desde Loja.

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