La chica sin pueblo

Cada viernes oía a menudo como mis compañerxs del cole planeaban lo que iban a hacer el fin de semana en el pueblo. El lunes volverían con mil historias para contar. Y yo me preguntaba cómo sería eso de tener pueblo.


Ilustración: Javitxuela


En Madrid es muy extraño no tener pueblo. Al fin y al cabo es una ciudad creada a base de muchas personas que abandonaron sus lugares natales en busca de una oportunidad o un trabajo. Los gatos, aquellos madrileños cuyas raíces se remontan tres generaciones, son como los billetes de 500 euros: nadie los ha visto nunca. En mi caso, tengo un abuelo madrileño cuya familia materna era del barrio de Lavapiés. Más castizo imposible. Pero eso es una rareza. De hecho, mi propio padre ni siquiera era nacido en la capital.

Pero yo nunca pasé los veranos en el pueblo de mi padre, ni tampoco en el de mi abuela materna. Los he visitado en alguna ocasión, pero no he pasado los interminables veranos allí haciendo amistades inolvidables ni saliendo a tomar el fresco. Cada vez que escuchaba las aventuras que la gente vivía en sus pueblos me moría de envidia. Es verdad que yo, cada verano, disfrutaba en la casa que mis abuelos tenían en la playa. Pero aquel sitio no era nada mío. No tenía nada que ver con mis raíces.

En los pueblos la gente te reconoce porque eres de la Paquita, o la nieta de los del bar. Creas lazos con tus amigos hasta parecer casi hermanos. Vives los primeros amores y bailas en la verbena. Desde mi punto de vista de chica de ciudad, los pueblos son como una gran familia. Las historias corren como la pólvora, quizá también las envidias, pero la solidaridad entre los vecinos es más fuerte que los rumores.

Yo no he ido a bañarme en un río, ni me he peleado con los del pueblo de al lado, ni he hecho peña para las fiestas. Habré vivido otras cosas, sí, pero me da pena no poder tener un sitio al que sentir mío. Soy tan urbana que para mí sigue siendo un acontecimiento cruzarme con una vaca o caminar entre huertas. No he paseado en bici por el monte ni he recogido flores del campo, y me muero de miedo cada vez que oigo el zumbido de un insecto. Siempre lo digo, y es totalmente cierto; soy más de ciudad que los semáforos.

Me he criado entre asfalto. Como el resto de mis amigos, sí. Pero al menos a ellos les quedaba el respiro de los fines de semana, cuando huían de la jungla de Madrid para adentrarse en la tranquilidad de esos maravillosos pueblos. Es imposible echar de menos algo que no se ha vivido; pero puedo jurar que tengo esa sensación de nostalgia de un pueblo que nunca tuve. Es como si todas esas historias rurales de los demás hubieran calado en mí hasta hacerme sentir que yo también tuve un pueblo al que volver alguna vez.

Por todo esto he tomado una decisión. No quiero tener que echar de menos nada, así que voy a pedir a mis amigxs que me adopten en sus pueblos. Voy a visitarlos, correr por sus alrededores, bailar al son de sus orquestas y chapotear en sus arroyos. Quiero que llegue cada viernes y poder decir bien alto y claro a la gente que voy a pasar el fin de semana a MI pueblo. Y volver cada lunes llena de historias y con las pilas cargadas a la ciudad.

 

3 Comentarios

  1. ¡El pueblo de la ilustración es el mío! ¿alguna conexión de la ilustradora con Maeztu?
    Me ha encantado.

    • Javitxuela

      Hola Ali, no hay ninguna conexión, google fue lo que me conectó a tu pueblo 😛 Pero lo elegí porque es muuuy bonito!!

  2. Ay, yo tampoco tuve pueblo, además de vivir en dos ciudades diferentes habiendo nacido en otra, cambiar tres veces de colegio y dos de instituto, para, a los 20 años volver a cambiar de ciudad… y yo me pregunto, de dónde soy??
    Y siempre he sentido nostalgia de los pueblos de las demás, y de los abuelos que no llegué a conocer… Me encanta este artículo, yo también quiero que me adopten, lo de los abuelos ya es más difícil no quedan muchos, pero pueblos si! de todas formas ahora se que sobre todo soy de Granada y eso también crea nostalgia a otras personas, así que podéis ir a que os adopten allí!

    igualmente todas somos de la madre tierra

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