Trabajar envilece II

Nuestra Frida acaba de sufrir el primer baño de realidad en la oficina. ¿Irá a mejor a partir de ahora?


Ilustración: Marta D.


Estoy agotada. Las once menos cuarto. Ya va siendo hora de levantarse. Lo primero, ducha y exfoliarme las piernas, que hay que darles una pasadita. Y cortarme las uñas, que me estoy quedando sin medias. Mientras, lavadora, luego colgarla y supermercado. Quién me mandaría quedar con éstas hoy, no me levantaría en todo el día. El pelo. Puf, paso, me lo recojo.

Si voy a tener que pasarme el fin de semana estresada para terminar todo lo que tengo que hacer en casa, esto no va a ser vida. ¿Cómo lo hará Maca? Con los críos, el trabajo, el pavo de su marido y aún tiene tiempo de salir a comprarse cosas y de salir con nosotras un día de la semana. Le tendré que hacer el tercer grado, que me lo explique, porque a mí el tiempo no me da.

Cuando les cuente a las chicas lo de Sonia, no se lo van a creer. Supongo que estaba quemada por haberme pasado tres días haciéndome con la centralita, y aprendiéndome los nombres de todos los jefes, subjefes, responsables, técnicos, secretarias, asistentes y administrativos. Y el de sus familias.  Y encima me dice Pablo que a él le pagan el plus de idiomas, y a mí no porque, aunque pertenecemos al mismo convenio, tenemos distintas categorías. Tres hurras por las jerarquías.

Cuando me dijo la jefa que me acercara porque quería aclarar un puntito del protocolo de entrada, me imaginé que la había cagado después de haber hablado con el jefe de ventas de la empresa de suministros alemana. Me aterroriza ese hombre, aunque Pablo diga que es peor la secretaria, que cuando grita no le hace falta teléfono, se le oye desde Dusseldorf. Pero no, el hombre no ha vuelto a llamar al técnico barrigón, así que le debí dar los precios bien.

Pero no, me dice que cuando nos llamen y pregunten por alguno de Ellos, y no estén en la oficina, estarán inlocalizables, y así he de ponerlo en el fichero de entrada. Y de ningún otro modo: los que llaman no deben saber dónde está nadie. Que se imaginen que están reunidos o de viaje de negocios, pero nunca que han bajado a tomarse un café, a hacer las comprar al supermercado, a la peluquería o a cambiar la camisa que ha decidido no quedarse,  los cuatro motivos reales por los que ella no ha vuelto a la oficina esta semana por las tardes.

Menuda imagen hacia el cliente, me parece increíble.  Manda narices. Y sólo a mí se me ocurre corregirla. Las miradas que me echaban Pablo y Laura no tenían precio. Estaban aterrorizados. En serio; ¿esta mujer es la jefa?, ¿terminó la carrera?, ¿y el cole?

Y es que no me lo quito de la cabeza. Ayer Sara me contaba que su jefe es un tipo estupendo, siempre accesible, amable y trabajador. Se acuerda del cumpleaños de todos y les da las dos horas del viernes por la tarde libre como regalo. Paga el café del descanso y si tienes que ir a un médico o a una gestión, te pide que no tardes, pero te deja ir sin que tengas que justificarlo. Lo malo, según ella, que nunca sabes si te necesitarán un sábado o un domingo porque si se cae el sistema, siempre debe haber alguien de guardia. Pero les dan un móvil y le pagan una pasta por la guardia. Y tienen seguro de empresa. Yo no voy a ver ni un euro por mis cuarenta y cuatro horas de trabajo esta semana.

No llego, no llego. Odio el metro a estas horas. Mira esa qué monísima va, será jefa. Este pantalón, tendría que haberle pasado la plancha ayer, no tiene ni raya. Los zapatos sin limpiar. El móvil, la cartera, el tupper, el cepillo de dientes, el chicle. Las llaves. Sí, lo llevo todo. Sólo es lunes, sólo es lunes. Voy bien. Vaya asco de flequillo. Quiero volverme a la cama. Quiero estar inlocalizable.

MLuz

 

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