Cruce de odios

Todo el mundo tiene secretos. Johana nos ofrece tres relatos, con tres personajes llenos de secretos. Algunos realmente oscuros…


Ilustración: Laura F.


Mohamet tenía 5 años cuando le regalaron su primer balón de football. Fue una magnífica sorpresa. Jamás habría imaginado que aquella bolsa de cuero y aire tanto estrecharía su relación con su hermano mayor y futuro mentor de vida. Nada más patear torpemente la bola y despacharla a orillas del Atlántico, hicieron del océano testigo de todas aquellas trastadas que planeaban desde la complicidad contra los turistas y curiosos.

En los siguientes 10 años, hombres ya, habrían estudiado ambos hermanos la herencia doctrinal y mística del sufí senegalés Alí Al-Alaw; predicador de la palabra de Alá e ilustre historiador de los años 90; escritor, igualmente, de la controvertida obra que alzó el grito del movimiento feminista islámico el 14 de octubre del 1990, siendo aplazado, a los meses, por la manipulación mediática y más de una amenaza anónima contra dicha fundación por los Derechos de la Mujer.

Ya inmersos en el deber musulmán –la sumisión al designio divino– y más que relegados los sueños por los que Mohamet hubo peleado algún día, su vida fue orientada por cada una de las obligaciones y sacrificios descritos en el libro santo: El Corán. Era un recto musulmán a ojos de la comunidad; y así era, también, su reputación como padre y marido. Temía a Alá sobre todas las cosas y sólo golpeaba a su mujer al ser puesta en entredicho su autoridad como varón. Con mano firme castigó a su mujer al descubrir, tras aquél viaje, la copia infame de unas figuras humanas pintadas sobre las cortinas de su hogar. No sólo del Grande habría pena en el cielo, también en la tierra a todo el que falsifique la Creación de Alá.


Fue una mañana de verano, la brisa tempranera agitaba a un ciprés inclinado y ya desmejorado por el tiempo, refugio de polluelos que chillaban de hambre, mientras sus padres revoloteaban en el frescor, quizá buscando cómo saciar ese reclamo.

Abrió los ojos. Clara terminaba de cruzar la cuarta década cuando tuvo, en la clandestinidad de un estío, su primer orgasmo. Luego de cruzar el trance sexual, el céfiro ya había envuelto su cuerpo y, sin permiso, la sal se había apoderado de su olfato. Se castigó durante meses por ello; la masturbación es un acto sucio y sólo practicado por putas, le decía su madre.  Indigno para toda mujer que haga valer la unión sagrada con su esposo, se repitió, antes de abandonar a su dedo corazón a la que sería la morada del pecado.

Ella era una mujer de talle, señora del hogar y comedida a sus deberes como esposa; jamás permitiría que su primogénita violara los cánones estrictamente impuestos femeninos; cuya condición de señorita bien le prohibían la mezcla con gentes de herencia corta en recursos y toda provocación al sexo masculino. Así la mandó a dónde no habría cabida al deseo impuro ni otras obscenidades propias de fulanas de baja clase.


Nunca las había considerado enemigas o arpías dramáticas de las que huir. Tampoco las odiaba o veía en ellas lo que muchos especulaban erróneamente a sus espaldas: «aquello que a él le faltaba para sentirse auténtico y que Dios, como castigo, le había negado»: una vagina y lo ademanes típicos del segundo sexo. Él jamás menospreció a las mujeres, las respetaba, pero no las envidiaba o amaba carnalmente.

Cierto que jamás sufrió de ninguna agresión física como embestida por su atracción por los hombres, pero Jaime, de infancia feliz y mejor madurez, doctorado y aun formando parte de la población activa trabajadora, contaba con la privación de más de un derecho civil y religioso. La homosexualidad no es actualmente una condición aceptada por la sociedad; ni mucho menos, respetada. Mas tampoco maldecía su suerte por ello, pues se encontraba en tierra española, al menos; Mas tampoco maldecía su suerte por ello, pues se encontraba en tierra española, al menos;  Bien aprehendido tenía el orgullo nacional, heredado de su padre.

Se trasladó del barrio que vio desarrollar sus habilidades como orador y asentó residencia más al sur de la capital española. No era el barrio que había pretendido años atrás, pero su economía no podía satisfacer el deseo de vivir al borde del Retiro, donde imaginaba perderse entre la flora y la reposada lectura de filosofía oriental.


– Nota: el cuerpo sin vida de Clara Sánchez, vecina de Madrid y madre de dos hijas, fue hallado por los autoridades a las 7:00 am, después de una llamada anónima que alertaba de una fuerte discusión -a los minutos, pelea- entre dos varones de mediana edad. Según fuentes cercanas de la víctima, ésta se dirigía al Centro de la Mujer, donde confiaba la ayuda necesaria para poner fin al maltrato psicológico por parte de su marido, que hubo ocultado vergonzosamente durante años.

De uno de los presuntos asesinos, la policía confirmó su procedencia africana, además de su «odio acérrimo contra las mujeres del que fue pasivo discípulo», tal como concluyó un grupo de psicólogos sociales. Durante el arresto mostró señales de violencia, al defender una hoja más que arrugada y rota; después de traducirla vieron que en la carta su hermano reprochaba la deshonra de sus raíces y su pecado contra natura.

El segundo hombre, de 34 años y natal español, fue arrestado a las pocas horas, en un bar cercano a los hechos; presentaba lesiones de segundo grado y claras muestras de embriaguez. Nada más ser acusado por agresión racista, la defensa apeló tal cargo ante el juez, declarándole víctima de intento de robo a su cliente; cuyo pasado alcohólico y actual coartada jurídica fue descubierto con pesar por sus allegados.

La absolución de ambos imputados tuvo fecha a los cuatro años homicidio, luego de ser ignorada por la prensa y jamás haberse levantado, la sociedad, contra la burla legal por parte de ambas defensas, al cambiar en múltiples ocasiones la versión de los hechos; obteniendo, ordinariamente, el beneficio de la duda razonable. Qué ocurriera un martes a las 5:00 de la madrugada, será el secreto que celosamente guardará quien argumentara: trastorno amnésico por alcoholismo, y aquél que por locura transitoria, tomara definitivamente de defensa; mismo hombre, del que se presume, mantenía una conducta homosexual.

Johana G.

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