Soy mujer y practico kung-fu

Y no es poca cosa. Estas son las vivencias de Irene al haber entrado en un mundo considerado “para hombres”.


Ilustración: Amanda


Me he encontrado con reacciones realmente diferentes cuando digo que hago pilates respecto a cuando comento que practico kung-fu. En el primer caso todas las reacciones son de un interés inmediato y lo encuentran de lo más natural: “¿Y qué tal?”, “Me han dicho que está bien, ¿qué es lo que hacéis?”, “Ahí sólo vais mujeres, ¿verdad?”. Pero cuando sale al caso lo segundo las respuestas son algo más escuetas y sorpresivas, centradas muchas veces en intentar entenderlo: “¿Y eso?”, “Vaya.”, “Ah.”, “¿Y cómo que haces eso?”. En poquísimas ocasiones encuentro a alguien que no se extrañe y se interese y, claro, cuando eso pasa me lleno de orgullo y satisfacción a lo Juancar y acto seguido viene una perorata por mi parte de esas pa’ cagarse. Y es que estudiar kung-fu es algo de lo que me siento realmente orgullosa. Este tema puede parecer una chorrada, “muy bien Irene, practicas artes marciales, ¿quieres un pin?”, pero os aseguro para mí no lo es. Sí, soy mujer y practico artes marciales. He de reconocer que no me deleita la reacción de la mayoría de las personas cuando lo comento, aunque la verdad es que si rascamos un poco en el asunto esa búsqueda de significado que pretenden se comprende enseguida.

Cuando comencé sabía que había muchas cosas que debería afrontar como la frustración de las primeras veces cuando algo no sale, hacerle frente al cansancio del día a día cuando toca ir o la disciplina que supone un entreno así. Lo que no tenía tan claro es que otro tipo de cosas saldrían a la luz, cosas que habían pasado de una forma asombrosamente imperceptible para mí. Absolutamente todas relacionadas con el hecho de ser mujer.

Os explico mi primera vez en clase: ahí estaba yo, toda inocente y pura cual ángel celestial presentándome ante el profesor. Presentaciones hechas, al lío. “Hija mía ¿pero qué haces?” pensaba yo para mis adentros. “¿Y ese movimiento?”, “Alaa, jaja, pareces tonta”. Me sentía la cosa más ridícula del mundo y eso que no era la primera vez que hacía algún arte marcial. Anteriormente había hecho algo de muay-thai con unas amigas y al ponerme los guantes no sentí cosas demasiado diferentes, me decía: “¿qué diablos haces?”, “¿Te crees Mike Tyson?”. Pero claro, ahora no sólo no estaba con amigas, lo que desarmaba por completo la poca confianza en mí misma ante esa situación, sino que estaba rodeada de hombres, sólo hombres, que se veían tan bien haciendo esos movimientos… Era como que les pegaba hacer eso más que a mí. Hasta mi compañero, que vino conmigo a clase y también era su primera vez, se veía mejor que yo, una mujer haciendo movimientos raros, pretendiendo hacer como que pegaba… Cómo me costaba verme, ni que fuera un pollo bailando claqué. Podéis pensar “eso es que te faltaba confianza” y ciertamente hay una parte, pero también otra no menos importante y es que, claro, eso de ser mujer y pegar se ve como muy poco femenino. He crecido, como vosotras, en una sociedad en el que uno de los precios a pagar si quieres ser considerada una auténtica mujer es que debes ser femenina y hacer lo propio de la feminidad. No, aprender a pegar no está en la lista. ¿Cuántos chistes habremos escuchado acerca de lo “macho” que es una mujer que hace algo considerado propio de los hombres?

Siguieron las clases. Alguna vez vino otra mujer y crecía en mí un profundo sentimiento de sororidad y apoyo, pero pronto tuve que ir acostumbrándome a ser la única mujer en clase. Poco a poco me iba viendo mejor, incluso me iba gustando. Hell yeah. El ver resultados me henchía de confianza y me sentía tan bien cada vez que el profesor me explicaba algo nuevo… Pero algo notaba, y es que algunos compañeros me trataban y me tratan de forma muy diferente al resto de alumnos. No digo que nos traten diferente al alumnado con menos nivel, ni que nos traten diferente a quienes no tenemos brazos como jamones, sino que a mí me tratan diferente. ¿Adivinas por qué? Sí, vuelve a aparecer el fantasma que me señala y dice: “muahaha eres mujer”. Por suerte no todos los compañeros tienen en cuenta mi condición de mujer al entrenar, pero los que la tienen se les nota a legua. Se han dado situaciones tan absurdas como que se quedasen a dos palmos de distancia cuando el ejercicio finalizaba en marcar en la parte alta del pecho, o que lo que se suponía que era una palma a la barbilla resultara pareciéndome una suave brisa marina. Vamos, que ni me tocan. Esa deferencia la hubiese apreciado a mis tiernos 9 años cuando hacía taewkondo y era la cosa más girly que te pudieras echar a la cara. Me quejaba ante cualquier golpecito e incluso había llegado a llorar… Claro, al ser algo princesita me consideraba de porcelana como parece que me consideran hoy día estos compañeros. O eso o más intocable que Al Capone.

Una de las cosas que tiene entrenar es que sales llena de morados, en mi caso llevo hechos fosfatina los brazos. Las reacciones son muy curiosas. Aunque sí que es cierto que hay gente que pregunta que qué diablos me ha pasado, sobre todo amigas y gente afín, también me he encontrado con personas que mientras hablaban conmigo han mirado mis brazos, acto seguido me han mirado a mí con cara de lástima y han agachado la cabeza… ¡No me dicen nada! Y yo pienso: a ver, si crees que me maltratan ¿por qué no preguntas? Eso dice mucho del mundo en el que vivimos: si eres mujer y llevas morados seguro que te maltratan, no es posible que te los hagas pegando tú (lógico que lo piensen), y segundo ¿qué red de apoyo van a tener las mujeres maltratadas si cuando vemos un morado agachamos la cabeza? ¿Seguimos pensando que el maltrato es un problema personal y allá cada cual con sus cosas? Creo que es algo sobre lo que debemos reflexionar.

Sobre el por qué decidí practicar kung-fu hay varias respuestas pero confieso que el principal motivo fue puramente práctico: aprender a defenderme, tomar herramientas para poder enfrentarme a una agresión en caso necesario. A ver, ante una situación violenta sigo pensando que la primera opción es “sal por patas, insensata” pero si no se puede algo hay que hacer. Sabemos que nos vemos expuestas durante nuestra vida a situaciones que requieren defensa física, no se pueden negar las situaciones violentas. Y sabemos que desgraciadamente existe la violencia sexista, ¿cuándo se comenzará a educar en la igualdad y el respeto? El caso es que decidí aprender algo realmente eficaz que a la vez de dotarme de herramientas me empodera cosa mala, ¡yoosh! Y os he de confesar que es adictivo, para mí entrenar ya es una necesidad. Sé que hoy día no soy una crack en lo que practico y que soy una persona con poca fuerza física (oye, que está muy bien eso de conocer las limitaciones), pero me siento más segura de mí misma y el saber que algo podría hacer en caso de ser necesario me quita un poquito de miedo al ir sola por las noches. Uhm, todo esto de no querer ser más una princesa esperando que un príncipe la rescate también suena muy poco femenino… ¿no os parece? Creo que se comprenden bien esas respuestas de las que os hablaba al principio. Yo he despertado esa parte que nos dicen “masculina” y me siento más completa, he conocido otra parte de mí a la que adoro. He dejado de sentir que no llegaré tan lejos por no ser hombre y en las clases ya me siento una más. Mi cuerpo responde, se amolda, reacciona y el ver esa evolución no tiene precio.

El camino que nos queda por recorrer es largo, muy largo, porque todo los que os he contado no son más que señales de que no existe una igualdad entre sexos. Los roles siguen muy marcados y se nos siguen presuponiendo actitudes, actividades y conductas en función del sexo al que pertenecemos. Al practicar kung-fu ejerzo un rol que no se me presupone y el tener que ir dando explicaciones, aguantar risitas y según qué expresiones faciales me ha resultado bastante incómodo. Para ilustrar una vez más y con esto finalizo, os dejo un pequeño diálogo que sucedió hace poco en clase:

-Profesor: ¿Tu mujer está embarazada? ¡Enhorabuena! ¿Qué quieres que sea?
-Alumno: Niño, para poder traerlo aquí.

Irene

 

9 Comentarios

  1. A mí, desde muy pequeñita, siempre me llamaron mucho las artes marciales. Karate, judo, taekwondo, kung-fu, etc. Siempre me quedé (y me sigo quedando) fascinada con sus movimientos, exhibiciones, etc. Siempre me ha gustado mucho el cine de Bruce Lee, Jackie Chan, Jet Li… incluso jugaba a Street Fighter y demás juegos en las recreativas, porque me encantaba la lucha xD Pero siempre que decía a mis padres que quería ir a clases de artes marciales, mi padre decía que eso no era adecuado para mí. Desde muy pequeña hice siempre deporte, sobretodo natación, baloncesto y atletismo. Incluso con 5 o 6 años, me apuntaron a ballet, cosa que odié desde el principio hasta el final (por suerte, el espacio de tiempo entre uno y otro no fue muy grande jajaja). Y las artes marciales siempre fueron mi espinita clavada. Ahora hago pilates, running, y hago mis pinitos de yoga y kick-boxing (que me encanta y me relaja mucho).
    Respecto a las actitudes sexistas y machistas, hay muchas. Desde el no poder salir a correr sin tener que aguantar miraditas, pitidos de coches, e incluso tocamientos (una vez un chaval que no tendría más de 13 años, me dio una palmada en el culo y salió corriendo en su bici… congelada me quedé). ¡Es horrible! O que te digan que una mujer no hace pesas, o que pegar patadas es poco femenino…. incluso una vez un tío en Facebook me atacó diciendo que las mujeres hacemos pilates y yoga ¡como excusa para no tener que follar! En fin, ver para creer.

  2. Wow! Me siento super identificada con todo el artículo!
    Yo practico wing tsun (variante del kung fu del sur) a menudo me siento absolutamente torpe y también voy llena de morados! Tal fue que una vez un señor se me acercó y me dijo «Oye niña, te pega tu novio?»
    En mi clase hay más chicas que en lo que tú comentas pero las actitudes las he vivido en carnes, la mayoría de mis compañeros me tratan con algo más de suavidad que al resto y resulta muy frustrante (especialmente cuando tienes que parar un golpe a la cara y te van directos a la mano) pero bueno, luego aparece mi maestro y nos pone a todos a caldo y por ser chica no te salvas!

    • Anda Araceli, ¡yo practico lo mismo que tú! ¿No es genial el estilo?

      Qué bien tener más chicas, yo sigo estando solita :p, pero animada a seguir. Te comprendo 100%, incluso en lo de meter caña jaja.

      ¡Abrazo!

  3. Me ha enkantado tu articulo! Gracias!
    Me siento muy identificada en la parte de motivación, enganche, razones, moratones.. jeje en mi caso con el Kenpo Kai, y también soy novatilla 🙂
    pero yo a mi alrededor no he sentido lo que cuentas. al contrario, las feminas de mi entorno me preguntan intrigadas y les gusta la idea transmitida. Y en clase, la mayoría son hombres, (somos 2-3 chicas) pero la igualdad (dentro de las diferencias de fuerza de cada uno) es total.
    Creo que se debe a que nuestra profesora es mujer, una gran mujer!

    animo con la practica!! Cada día somo más!!

    • Hola Miren :).

      Qué suerte no haberte encontrado con la parte fea del asunto ;). Me gusta saber que hay otra manera de vivirlo. Qué guay, una mujer como profesora de Kenpo Kai, es muy poco habitual, ¡disfruta de ella!

      Mucho ánimo a ti también, no hay quien nos pare jeje.

      Un besote.

  4. Aquí una practicante de Ninjutsu totalmente identificada con tooodo lo que dices.
    Y a los que me trataban con delicadeza, yo iba un poco más que a marcar cuando entrenaba con ellos.
    La suerte que yo he tenido es que siempre hemos sido más o menos el mismo número de hombres que de mujeres en mi dojo, y en el resto en los que he entrenado siempre había alguna mujer más, demostrando que no somos señoritas, ni damas, ni delicadas.
    Orgullosa voy yo con mis brazos y mis piernas llenas de golpes jajajaja

    • Presumamos de morados :D. Hoy mismo tengo los brazos bien marcados, y me encaaanta porque sé que es la consecuencia de los últimos entrenos que han sido a tope.
      Aay cómo me gustaría que, como en tu caso, viniesen muchas más mujeres a entrenar y demostrar entre todas que eso de la «delicadeza femenina» es otro mito.

      ¡Gracias por comentar! Un besote, ninja ;D

  5. Me encantó el artículo porque precisamente por éstas fechas me ha ocurrido algo similar en mis primeras clases de Kendo («Camino de la espada»), el grupo conformado por hombres, movimientos torpes de princesa y que cuando mencionas lo que practicas te encuentras con «¿no es un deporte muy brusco para una nena?», «de seguro entrenas eso para ver a un chico», ¡¡horror!. ¿Tan malo es que una mujer busque un deporte que reafirme su figura más allá de la finura y elegancia estandarizada?

    • ¡Cómo te entiendo An! Ojalá llegue el momento en que no tengamos que enfrentarnos a esa serie de cosas, que se vea como una opción normal más y que no se nos cuestione por el hecho de ser mujeres.

      Qué interesante el Kendo, seguro que llegas lejos :).

Navegar

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies