3 mujeres y 1 sueño

Una historia de África a Escocia, de Escocia a España… y vuelta.


Tengo una mancha de nacimiento en mi mano derecha que, al menos para mí, tiene forma de mujer diciendo adiós con un pañuelo contra el viento (como en las películas). Siempre la vi así, y cuando llegué a la adolescencia, decidí que era una señal: las despedidas iban a ser mi destino. No es que crea en el destino, pero supongo que algo de aquella película que me monté quedó en mi mente. Y así, a veces me sorprendo haciendo aquello que hacen las lectoras de horóscopos: amoldando los acontecimientos de mi vida a la interpretación que he hecho de mi destino, en lugar de al revés.

Todo encaja como las piezas de un puzzle cuando pienso en las vidas de las mujeres que más me han marcado: mi abuela y mi madre.

Mi abuela Maria (Escocia, 1932) nació en una familia de emigrantes irlandeses católicos. Se emociona cada vez que escucha la canción Danny boy, porque recuerda a su padre cantándola.
Cuando se convirtió en la joven morena y guapa que veis en la foto, conoció a Robert, un muchacho que los fines de semana caminaba las 2 millas que separaban sus pueblos para poder verla.
Después de un tiempo, decidieron casarse. A los pocos meses, sus vidas dieron un vuelco cuando el tío John, militar retirado del ejército británico, les ofreció trabajo en la granja que había alquilado al norte de Tanzania, donde había dirigido un campo de refugiados para exiliados de la Segunda Guerra Mundial (judíos europeos, en su mayoría).
Mi abuela recuerda con sorna cómo contestó a la propuesta de irse a África: «Yo era joven y estaba enamorada, y le respondí «Yes Robert, I’ll go wherever you go, Robert«¹». Se imita a sí misma con voz muy aguda y burlona, y ríe. ¹»Sí, Robert, iré donde tu vayas, Robert«

 

Mis abuelos y mi madre (Tanganika)

 

Atrás dejaron a toda su familia y amigos, la vida tal y como la conocían. Llegaron a la granja en 1954 y allí tuvieron a mi madre y a mis dos tías. Aprendieron swahili con las personas con las que trabajaban y vivían; mis abuelos aún lo usan cuando discuten o cuchichean secretos.
Las fotos y los vídeos de Super8 que grabó mi abuelo reflejan un lugar idílico, digno de Memorias de África, pero la realidad debió ser muy diferente. Aislamiento, soledad, nostalgia y falta de comodidades caracterizaron sus 11 años allí. Mi abuela pasaba los días sola, cuidando de las niñas y de la casa, mientras mi abuelo trabajaba en el campo.

Mi madre, Agnes -aunque aquí la llaman Inés-, aprendió a hablar swahili a la vez que inglés, rodeada de niños y adultos nativos. Cogía camaleones para ganarse una propina, aprendía a leer y escribir en casa, y una vez su falda escocesa la salvó de ahogarse en un pozo (gracias a su color rojo vivo pudieron encontrarla).

Pero, a los 7 años, mis abuelos decidieron que debía recibir una educación formal, y -a falta de un colegio a la vuelta de la esquina- debieron matricularla en un internado a horas de casa. Aquí entra otra de las despedidas que caracterizan a las mujeres de mi familia: la que pasa por dejar a tu hija de 7 años corriendo tras el Land Rover en el que te alejas, sabiendo que no volverás a tenerla en casa hasta las vacaciones de navidad.

 

Mi madre y su aya

 

Allí, mi madre aprendió a ser dura, y para cuando cumplió los 11 años sabía hacer la cama mejor que un marine profesional. También hizo amistades de todo el mundo que recuerda hasta el día de hoy.

A comienzos de los años 60 las cosas empezaron a cambiar en Tanganika. En la vecina Kenia, el movimiento insurgente del Mau Mau había precipitado la huida de colonos británicos (entraban en las granjas y se cargaban a todo dios) y, a la postre, la independencia del país. La intranquilidad de la población colona se contagió a Tanganika (mi abuelo siempre dormía con la pistola a mano) a pesar de que la violencia no era comparable a la del país vecino.
En el año 1964, Tanganika siguió los pasos de Kenia y consiguió su independencia del Imperio Británico, convirtiéndose en Tanzania. A partir de entonces, las cosas se pusieron más difíciles para los colonos y los tanzanos de 2ª y 3ª generación. El nuevo gobierno comenzó a requisarles terrenos sin seguir un criterio determinado. No todos fueron malvados imperialistas explotadores. La mayoría de ellos eran personas que habían venido de Europa e India, algunos hacía más de 100 años. Otros muchos habían sido destinados allí para construir el ferrocarril, y se habían quedado.
El tío John perdió la casa que había comprado en una pequeña ciudad cercana -a 2 horas de la granja- a manos de un político local. Este y otros motivos hicieron que él y su mujer decidieran pasar los últimos años de su vida en Malta, donde John murió y fue enterrado.

Pero el principal motivo que hizo a mis abuelos tomar la decisión de marchar de África fueron sus hijas. La idea de tener que someter a las dos más pequeñas a los meses de separación que había sufrido mi madre en el internado se les hacía demasiado dura, y finalmente decidieron despedirse del que había sido su hogar durante 11 años.
La granja se devolvió a la Comisión Forestal que la había estado alquilando todos estos años, mi familia empaquetó sus recuerdos y embarcó en un buque de vuelta a Escocia. Me cuentan que fue muy difícil decir adiós a unas personas y a un lugar que, a día de hoy, no han vuelto a ver.

Mi abuelo volvió a trabajar en los astilleros, y mi abuela se convirtió en la bibliotecaria del instituto local. Mi madre y sus hermanas fueron recibidas en su nuevo colegio como “las africanas blancas”.

Pasaron los años y mi madre estudiaba español en la universidad (ya vais viendo por dónde van a ir los tiros, ¿verdad?). Consiguió una beca para trabajar de lectora en un colegio de Sevilla durante un curso académico, y allí llegó en septiembre de 1975, meses antes de que Franco estirara la pata.
Si alguna vez habéis visto una peli de Pajares y Esteso, os podréis hacer una idea de lo que se encontró la pobre mujer cuando llegó a España. Solo os diré que no le gustaba mucho viajar en autobús urbano… 😉
En un piso de estudiantes de la zona universitaria, mi madre fue perfeccionando su español macarrónico (a día de hoy es la guiri más “camuflada” -a nivel lingüístico- que conozco) y disfrutando del Spanish way of life. Allí conoció a un vecino, estudiante de biología, andaluz de grandes patillas y guitarra en ristre, que provocó otro de los grandes giros de su vida.

 

Mis padres

 

Se casaron cuatro años después, en la pequeña iglesia del pueblo de mi madre, en Escocia. Desde entonces, la vida que recuerdo está salpicada de preciosas y cálidas bienvenidas aeroportuarias, de abrazos y besos, pero también de tristes despedidas. Una vez al año, veía a mi madre, mi abuela y mis tías llorar. La marca de mi mano cobraba cada vez más sentido en mi mente infantil.

Yo crecí, junto a mi hermano, en el pequeño pueblo gaditano de mi padre. Mi infancia transcurrió en un lugar privilegiado, hermoso, amable. Verde naturaleza, blanco cal, azul cielo.

 

Mis primeras vacaciones en Escocia

 

Cuando llegó el momento de ir a la universidad, todas las historias que mis abuelos me habían contado sobre África demostraron haberse metido bajo mi piel, y a falta de swahili, decidí estudiar Filología Árabe.
Durante el último curso disfruté de una beca Erasmus en la universidad L’Orientale (Nápoles, Italia), durante la cual conocí a la persona con la que hoy comparto mi vida. Después de un año inolvidable (¿qué Erasmus no lo es?), ambos volvimos a nuestra realidad; yo a mi realidad sevillana, él a su realidad zaragozana. Pero las circunstancias nos hicieron instalarnos en la ciudad maña un año después, y desde entonces sufrimos las sacudidas del cierzo juntos.
Como podéis comprobar, las despedidas se siguen acumulando en las vidas de mi madre y mía.

Y ahora yo tengo 30 años. Me doy cuenta de que el tiempo no pasa en balde, y decido que no puedo dejar pasar un día más sin poner en marcha la maquinaria de un sueño. Del sueño de volver a África y conocer, de la mano de mi madre, el lugar en el que ocurrieron esas historias. La granja, el monte, la escuela, el pueblo vecino.
Estas navidades abrí una cuenta de ahorro y le regalé a mi madre un marco con esta lámina:

 

«Siempre parece imposible hasta que se hace» (Gracias, Carmen T.)

 

Estamos muy pobres, pero volveremos a África (yo me siento como si ya hubiese estado allí en una vida pasada) aunque tardemos 15 años en conseguirlo.

Reflexionando sobre los vaivenes de las mujeres de mi vida llego a la conclusión de que todas somos pedacitos de Historia, de que todas hacemos Historia. Miro atrás y solo veo valentía, fuerza y amor; solo veo ejemplos a seguir.
Siempre supe que escribiría sobre la historia de las mujeres de mi familia. Y, aunque un artículo no satisface mis ganas de narrar todas las experiencias vividas, las historias de las personas que se encontraron por sus caminos, o las sensaciones acumuladas, es un buen comienzo. Y un buen homenaje a unas mujeres increíbles.

Todas las familias tienen su historia; esta es la nuestra. Os animo a que conservéis con celo y cariño todas esas anécdotas, hitos y memorias de las (y los) que vinieron antes de vosotras, porque constituyen la materia de la que estáis hechas. Y recordad también que las nuevas generaciones seguimos entretejiendo el manto con nuestras acciones; seguimos haciendo Historia.

Mines

 

22 Comentarios

  1. María Celeste

    Hace un tiempo que vengo leyendo los artículos de este espacio, y reconozco que cada vez que los pongo en práctica, que los empleo en mis acciones cotidianas me siento mejor, sí que hay problemas con el entorno, ya decía Chavela Vargas que no hay nadie que aguante la libertad ajena… Y cada vez se me hacen más presentes sus palabras. Aunque estoy en desacuerdo con la parte en la que dice que el precio que hay que pagar es la soledad, Quizás sea un poco iluso de mi parte, pero creo que es solo una cuestión de comunicación. Personalmente, creo y me gratifican mucho las relaciones humanas, es por eso que no creo que tengamos que pagar con la soledad por ser libres… En fin…
    Como iba diciendo, hace un tiempo que vengo leyendo los artículos y es este, y no sé por qué, el que me animó a escribir por primera vez aquí. Me encantó tu historia, amo las historias biográficas y me gustaría que algún día llegue a mis manos un libro con tu historia, plagado de las experiencias tan únicas que vivimos en cada estación de este tren que es la vida. Me encantaría leer una Historia hecha de Historias vividas en cada estación.
    «Las despedidas son esos dolores dulces…» dice el Indio Solari y creo que es así, si bien son dolores, son necesarios y paradójicamente son dulces.
    ¡Saludos!

    • Muchas gracias, María Celeste.
      Me alegra muchísimo que hayas conectado con mi historia. ¡Ay, un libro! Quién sabe, quizás algún día 🙂
      ¡Un abrazo!

  2. verdeketequieroverde

    Tu historia me ha recordado mucho a un libro que leí hace poco y que, considero muy recomendable:
    ‘PALMERAS EN LA NIEVE’ de Luz Gabas.
    Si alguna se anima, espero que os guste!!! 😉

  3. Hola chicas! Soy Alba de 16 años vivo en barcelona y os sigo tanto en fb como aquí, gracias a vosotras he formado mi parte más feminista y sé cuales son mis ideales, me he encontrado a mi misma a raiz del feminismo, gracias!! Estoy muy intrigada por la mancha de tu mano, curiosa forma ¿no? Me encantaria poder verla si no te importa!! Un beso muy muy grande!

    • Hola, Alba!

      Muchas gracias por comentar. Nos hace muy, muy felices que chicas como tú nos escribáis y nos contéis cómo ha cambiado vuestra visión de las cosas gracias, en parte, a nuestro trabajo.
      Con respecto a la mancha de mi mano, me vais a permitir que me la reserve para mí 😉 Es una cosita a la que tengo mucho cariño y que me gustaría mantener en la intimidad.

      Otro beso para ti! :*

  4. María Jesús Alvarado

    Me ha encantado tu historia, que bien se merece una novela. Te regalo a cambio un poema que hace alusión a la memoria y a la importancia de la propia historia. Un abrazo.

    La memoria,
    nuestra huella en la tierra.

    La pasión y el dolor,
    el idioma del fuego.

    De agua, solo amor
    y silencio.

    En la luz
    y en el brillo del aire que la envuelve,
    el tacto leve
    de la eternidad.

    María Jesús Alvarado (Del libro «Grietas»)

    • Gracias, María Jesús 🙂 Qué regalo tan bonito… Me lo guardo! Un abrazo!

  5. q historia tan bonita mines, yo tb me he quedado con ganas de mas!!!

  6. Esta historia bien merece un libro….¡Ahí lo dejo! 😉

  7. Mis antecesores no se han movido tanto pero yo creo que sí que voy por ese camino también… ya he vivido dos veces fuera y mi novia está al otro lado del charco o_O

  8. es precioso.. me han venido unas lagrimillas y me he quedado con ganas de más.. que suerte que tus raices femeninas lleven las alas integradas..

    • Gracias, Grid! Para mí es un artículo muy especial, me alegro de que haya conseguido trasmitírtelo… 🙂 Un abrazo!

  9. Qué bonito Mines! Me ha encantado leer la historia de tu familia 🙂
    Beso gordo

  10. Pingback: Dream big | Proyecto Kahlo

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