Correr como un caballo libre

Cecilia nos abre las puertas a su mundo más íntimo y en el que viven caballos libres, animales y otro modo de vincularse.

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Ilustración de Yolanda

Vivimos rodeades de otres. A cada momento. En cada lugar. Si vivimos en grandes ciudades, es casi imposible encontrar un lugar o momento de soledad. Si nuestra profesión implica interactuar con otres, pasamos un gran tiempo de nuestra vida vinculándonos con otras personas. Esto que digo no es nuevo ni ningún descubrimiento asombroso: el ser humane es sociable y siempre es importante para nuestra calidad de vida vernos acompañades de otres, semejantes.

Pero a veces, algunes de nosotres, encontramos que hay momentos o situaciones en los que nos sentimos perdides al estar con otres humanes, que a veces puede que los veamos todos los días o interactuemos con elles muy seguido y aún así tenemos esa sensación de lo que en inglés se llama «detachment» y que no siempre me resulta fácil expresar en castellano. En mi caso particular, hay épocas de mi vida en las que esta sensación se ha hecho más fuerte y más poderosa. Esto no quiere decir que no quiera, ame, admire o añore a mis personas más cercanas ni tampoco que sea una misántropa, sino que simplemente que no siempre siento la necesidad de relacionarme con otres.

Al mismo tiempo que ocurre esto, quienes experimentamos estas sensaciones, también solemos sentirnos más conectades con los animales que nos rodean o con cualquier animal que nos crucemos. ¿Está mal eso? Una primera respuesta sería «¡por supuesto que no está mal! que cada une haga lo que quiera» pero detrás de esa supuesta tolerancia hacia todo lo que existe aparecen otras imposiciones y valores morales que juzgan y prejuzgan a quienes sentimos así. ¿Por qué puedo sentirme más conectada con un animal con el cual no puedo comunicarme con palabras pero sí con caricias que con un ser humane a quien puedo explicarle la Guerra de los Treinta Años? No lo sé. No puedo explicarlo. Es lo que siento y lo que no puedo cambiar, es parte de mí ser y de mi personalidad.

Muchas veces las personas introvertidas – como quien aquí escribe – tendemos a tener una conexión muy fuerte con nosotres mismes, con nuestro interior. Reconocemos fácilmente lo que sentimos y aunque tal vez no nos guste tanto hablar de ello, sentimos todo muy intensamente. Conectarnos con otres es siempre un desafío para quienes tenemos esta forma de ser (particularmente admiro a quienes tienen la facilidad para hacerlo con tanta soltura y espontaneidad). Tal vez esa emocionalidad, esa conexión con nuestro ser más interior lo que nos lleve a sentirnos más cerca de algo más primitivo, más esencial, más salvaje.

Por otro lado, somos históricamente las mujeres quienes hemos estado más en contacto con nuestra parte salvaje y sentimental, obviamente desde un lugar negativo. Siempre fuimos peligrosas por la dificultad para ser sensatas y delicadas, algo que se lograba con años de educación y aprendizaje de poses, valores y formas de comportamiento. Las mujeres que estaban conectadas con su parte animal eran las que debían ser controladas, amaestradas como una fiera salvaje, o desaparecer.

El epítome de libertad para mí es el caballo. Desde pequeña recuerdo responder ante la pregunta de «¿cuál es tu animal favorito?» con certeza: «¡el caballo! porque tiene cuatro patas y puede correr!». También me gusta mucho el pelo del caballo pero creo que en esa definición que daba desde chica está gran parte de lo que siento cuando veo a uno de ellos corriendo, libre y salvaje. Tal vez eso es lo que me gustaría poder hacer y es algunas veces con los animales con quienes siento que puedo ser más libre y donde más a gusto me siento.

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