Vos florecerás

Victoria nos cuenta la historia de Berta Cáceres, una luchadora latinoamericana que como tantas otras murió violentamente cuando su gesta empezó a molestar a los poderes de turno.

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Ilustración de Patricia Corrales

Vos florecerás 

De mujeres latinoamericanas indígenas e indómitas se ha dicho muy poco (y queremos corregirlo). Empezamos por recordarlas y esparcirlas, para que se vuelvan inmortales. 

A Berta Cáceres la asesinaron hace ya tres años, en algún momento de la medianoche entre el 2 y el 3 de marzo, apenas un par de días antes de su cumpleaños y un año después de recibir el Premio Goldman (una suerte de “Nobel” medioambiental).
Desde entonces se convirtió en leyenda. ¿A cuántas más enterraremos para que florezcan los derechos de las que queden en pie?  

Berta fue una lideresa indígena lenca, feminista, anticapitalista y activista ambiental nacida en Honduras en 1971, 1972 o 1973, y muerta en el mismo pueblo de La Esperanza. 

En su lucha fundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) para defender el medio ambiente y rescatar la cultura lenca. Los titulares dirían que le torció la mano al Banco Mundial y a China oponiéndose a la construcción de represas hidroeléctricas que pretendían “privatizar” el Gualcarque, un río considerado sagrado espiritual y socialmente porque sostiene cientos de vidas.

En la tradición los lencas son custodios de la naturaleza, de la tierra, y sobre todo de los ríos, porque en ellos residen los espíritus femeninos que son sus principales guardianas. 

“Cuando iniciamos la lucha contra Agua Zarca” – solía decir Berta – “yo sabía lo duro que iba a ser. Pero también sabía que íbamos a triunfar. Me lo dijo el río».

Honduras no es un detalle en esta historia. Según la organización Global Witness se trata del país más peligroso del mundo para el activismo ambiental: desde 2010 más de 120 personas fueron asesinadas por oponerse a proyectos de explotación del medio ambiente como lo hizo Berta. 

Entre sus luchas se destacó la oposición a la represa en el río Gualcarque, pero también encabezó protestas contra proyectos mineros y madereros. Su gran batalla era contra el desplazamiento de comunidades indígenas y la privatización de escenarios naturales que servían como hogar y sustento para cientos de familias. 

Su organización – COPINH – denunció que en 2010 el Congreso Nacional otorgó docenas de concesiones de ríos en toda Honduras a empresas. ¿Un río entregado por 20 años a un grupo empresario? No era ciencia ficción pero lo parecía. 

El Gualcarque se concesionó a 4 empresas, entre las que se contaba DESA (Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima). Al no haber consultado a la comunidad local, los lencas concluyeron que se violaba el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo: su modo de vida y su supervivencia se ponían en peligro. 

La estrategia de la comunidad indígena fue bloquear el área de construcción, además de presentar quejas legales. La Policía y los militares los desalojaron y les dispararon en repetidas ocasiones, a pesar de que las manifestaciones eran pacíficas. Al menos 3 activistas fueron asesinados y otros tantos heridos. 

Berta denunció a miembros del Gobierno de ser testaferros de DESA, a la par que ellos negaban la existencia del pueblo lenca. También denunció el intervencionismo de Estados Unidos y la contratación de sicarios para amenazar su vida y la de sus compañeros. 

Tanto las autoridades como los medios organizaron una campaña de desacreditación de la comunidad indígena acusándolos de violentos y de “atrasar al país”. A Berta la acusaron de delitos de usurpación, daños y coacción, y se le dictó prisión preventiva. 

Organizaciones de derechos humanos se opusieron porque los consideraban “presos de conciencia”. Y por fin, después de años de lucha dos de las empresas se retiraron del proyecto en 2013. 

Sin embargo, Berta se había vuelto demasiado incómoda para seguir con vida.
A pesar de que el móvil del asesinato era obvio para todos, las autoridades hablaron inicialmente de un crimen pasional. En la posterior investigación todo apuntó a que el gerente de la empresa DESA encargó el homicidio para callar la voz de los lencas, que ya estaban de pie. 

Dos años después de su muerte, siete hombres fueron declarados culpables. Pero aún restan los autores intelectuales del hecho (el Presidente de DESA, David Castillo, y sus accionistas). 

“Pensaron que matando a Berta matarían la lucha, pero Berta fue una semilla que se multiplicó», dijo Miriam Miranda, coordinadora general de la Organización Fraternal Negra Hondureña (OFRANEH). 

“Cada vez que voy al río, siento que ella anda por ahí. Una siente la energía que ella nos da para hablar, para todo, para no tener miedo». Lo dice Rosalina Domínguez, activista y también amenazada de muerte. 

De acuerdo con Gustavo Castro, amigo y activista que estaba con ella la noche del crimen (y que también fue baleado), las últimas palabras de Berta fueron «¿Quién está ahí?» 

Ahora podemos contestarle que estamos todas nosotras. 

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