Responsabilidades cambiadas

Les padres y madres son les que suelen hacerse cargo de sus hijes, pero, ¿qué ocurre cuando aparecen responsabilidades cambiadas?

 

Ilustración de Amanda

La lógica de las relaciones humanas nos dice que les padres y madres deben ser responsables del cuidado de su prole. Es más; tener hijes es el summum de la responsabilidad. Creo que es la única decisión irreversible en la vida y, si siempre he tenido reticencias en cuanto a la maternidad, es precisamente porque no sé si mi responsabilidad está a la altura de lo que mis hijes podrían necesitar.

Hablo desde las entrañas y la experiencia de haber tenido un padre irresponsable. He tenido muchas vivencias (algunas las guardo sólo para mí) que me han hecho sufrir mucho por su falta de cuidados y de trabajo. A día de hoy, aunque él ya no está entre nosotres, sigo sufriendo y me duelen los recuerdos.

Cuando llegamos a la adolescencia, empezamos a tener un montón de comportamientos llenos de locura, en mayor o menor dosis: alguna borrachera, relaciones amistosas más o menos convenientes, amoríos de dudosa procedencia… Creo que es normal que esto ocurra; en el fondo nos rebelamos contra todo lo que nos han enseñado y queremos empezar a experimentar por nosotres mismes pero, ¿qué pasa cuando a esta edad quien se desentiende de sus responsabilidades es un adulte con adolescentes a su cargo?

La sensación es la de que los papeles se dan la vuelta y quien ejerce de madre es quien debería estar ejerciendo de hija. Esta situación es rara, desagradable y difícil para toda aquella persona que la haya vivido (quien haya tenido la mala suerte de sufrir algo así, seguro que entiende perfectamente de qué hablo). Es algo difícil de explicar; por un lado sientes la responsabilidad de cuidar y preocuparte por tu progenitor; por otro, algo en tu interior te avisa de que no deberías ser tú quien ocupe ese lugar.

Sin duda creo que cualquier relación entre padres/madres e hijes debe ser de doble vía: elles nos cuidan y nosotres les correspondemos con nuestro amor y nuestra preocupación. Es evidente que, de algún modo, les cuidamos también, pero no es nuestra función tener ciertas preocupaciones a ciertas edades. Esto puede hacer que nos sintamos insegures, en soledad y que naveguemos en un mar de dudas continuo. En general, no estamos preparades para ello.

¿Cómo podemos lidiar con una situación tan retorcida como esta? En mi caso, me costó muchos años dejar atrás la rabia, esa que salía en el momento más insospechado y contra quien menos se lo merecía. La rabia solía ir de la mano con su gran amiga la culpa porque sí, muchas veces tendemos a pensar que si un adulte supuestamente responsable se desentiende de los cuidados que debería darnos, es porque algo malo habremos hecho.

El tiempo, la madurez y el análisis hace que podamos ir colocando las vivencias y los sentimientos en su sitio y que aprendamos a convivir con nuestros problemas libres de culpa, aprendiendo que, por desgracia, a veces no podemos esperar más que la ausencia.

Pero poco a poco, con el pasar de los años y la experiencia, aprendí que la rabia me hacía daño a mí y a los que más quería y que yo no había tenido culpa de nada. Me di cuenta de que no era yo quien había sido irresponsable, y entonces el dolor, aunque nunca ha desaparecido, empezó a no ocupar un lugar tan grande en mi vida. Decidí entonces que debía hacerme responsable de cuidarme, de pensarme y de quererme. Y en ello sigo.

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