¡Adiós al alcohol!

Mónica nos habla de una decisión que cambió su vida positivamente: dejar completamente el alcohol

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Ilustración de Laura Farlete

Dejé de beber hace ahora dos años. Antes de dejarlo, solía beber bastante, sobre todo cerveza. Era una gran amante de las cervezas artesanas y, además, me relajaba muchísimo llegar a casa después de trabajar y beberme una lata de cerveza. Los fines de semana, las cervezas me acompañaban todo el tiempo, tanto dentro como fuera de casa: vermú con les amigues, comida por ahí, cervecitas en casa mientras se cocina algo rico… Al final, mirándolo en retrospectiva, el alcohol estaba presente de una manera constante en mi vida. Todos los días.

Sin embargo, yo pensaba que no me afectaba. Las cervecitas de por la tarde/noche no te ponen borrache, y los fines de semana, comiendo entre cerveza y cerveza, casi tampoco se notan los efectos. O eso pensaba yo. Al dejar de beber me di cuenta de lo equivocada que estaba.

Dejé de beber después de ir al Fluff Festival, un festival de punk, que se celebra en la República Checa con un marcado componente político anticapitalista, vegano y, también, straight edge. El straight edge es un movimiento político asociado a la música hardcore y que se caracteriza por su rechazo a todo tipo de drogas. Es un movimiento rebelde de rechazo de la cultura del alcohol impuesta por la sociedad mayoritaria, y una crítica a los efectos a corto, medio y largo plazo que tiene su consumo.

En el Fluff, yo veía muchísima gente vegana straight edge: escuchaba sus canciones, leía sus fanzines y absorbía con atención sus discursos sobre el escenario. Y pensé: «¡pero si estoy totalmente de acuerdo con lo que están diciendo!». El alcohol nos atrapa, nos engaña, nos tiene idiotizades; y, por tanto, es un gran factor de desactivación de la lucha social. Pan, circo y cervecitas.

Así que decidí que mis últimas cervezas serían tomadas en la República Checa, y así fue. Le dije adiós a las cervezas tomándome algo con mi amigo Kike en Praga. Después, cuando volví a Zaragoza, estaba expectante y, por qué no confesarlo, un poco preocupada por cómo iba a afectar a mi vida. Mi sorpresa fue gratísima cuando me di cuenta de que no lo echaba para nada de menos en mi día a día. Ese gesto de volver a casa y abrir una lata desapareció sin pena ni gloria: su ausencia no fue ni siquiera suspirada con nostalgia.

Sin embargo, pronto me di cuenta de los beneficios de dejar de beber esas aparentes inofensivas cervezas. De repente, ya no estaba cansada por las mañanas. Ya no me costaba tanto levantarme, y ya no tenía una molesta neblina impidiéndome ponerme en funcionamiento. Estaba más ágil, física y mentalmente; me sentía menos adormecida y más alerta, más consciente de mi cuerpo y de mis experiencias.

Por supuesto, esto puede tener una contrapartida importante, pues muchas personas utilizan el alcohol, consciente o inconscientemente, como manera de apagar sus malestares y esconder(se) sus miserias. No obstante, para mí, y para mi experiencia personal, ha sido positivo sentir las cosas tal y como vienen, aunque fuesen negativas: he aprendido más sobre mí misma y he podido encontrar herramientas para seguir buscando mi lugar en el mundo.

Otro de los miedos que tuve fue en el contexto de fiesta y socialización de fin de semana. A las tres semanas de dejar de beber, tuve una prueba de fuego. Fui a un lugar donde había música en la calle y muchísima gente que no conocía, así que mis ansiedades sociales estaban alerta. De camino, iba anticipando que me iba a sentir vacía sin tener una lata en la mano, que no iba a saber qué hacer con las manos, y que lo iba a pasar mal. Sin embargo, de repente, a las 12 de la noche, me di cuenta de que era la primera vez que pensaba en que no estaba bebiendo. Llevaba ya horas allí, disfrutando de los conciertos y socializando, y no había tenido ni un solo pensamiento sobre el alcohol. Ahí ya me relajé, y comprendí que podría estar tranquilamente sin beber en contextos de muchedumbre alcoholizada.

Al ir pasando los meses, fui socializando más y encontrándome en todo tipo de situaciones. Hay gente gañana que me insiste, gente que hace chantaje emocional («pero es mi cumple, ¿no vas a beber?»), gente que con honestidad se interesa por mi elección vital, gente que me pregunta que cómo puedo divertirme sin alcohol, como si no se concibiese que eso pudiera ser posible…Y es cierto que la gente borracha ha pasado a ser un poco aburrida: entran en bucle, muchas veces no dicen cosas muy interesantes, y gritan mucho, entre otras cosas desagradables. Así, sigo divirtiéndome cuando salgo de noche, pero priorizo otra manera de socializar: prefiero conversaciones honestas con mis amigues tomándonos un té.

Al salir de la cultura del alcohol, me he dado cuenta también de lo extremadamente presente que está en nuestras vidas: en todas las películas, series y otras producciones culturales; en las reuniones familiares, en los conciertos, en todos los eventos de socialización. Las conversaciones de la gente giran en torno al alcohol o las borracheras o las resacas. Hay toda una serie de rituales sociales en torno al alcohol que son muy interesantes de observar, y que ahora analizo con un ojo crítico: no quiero formar parte otra vez de toda esa cultura del alcohol.

Afortunadamente, además, no he estado sola en este camino y he podido compartir experiencias con una amiga que hace ya unos meses también le dijo adiós al alcohol. Esta es su experiencia:

Soy Alba, tengo 26 años y ya son más de 6 meses viviendo sin alcohol. El consumo de alcohol siempre había sido problemático para mí (más allá de las consecuencias físicas), al beber me cambia mucho la personalidad, pierdo el control, tengo lagunas en blanco, y los días siguientes todo era culpa, remordimiento, ansiedad, preocupaciones… Yo racionalmente sabía que no me compensaba, y que la mejor decisión era dejarlo por completo, porque aunque intentara beber con moderación, la sensación de relajación y desconexión que me proporcionaba el alcohol me gustaba tanto que era difícil garantizar que no se me iba a ir de las manos. 

Lo que os quería contar es que lo intenté dejar en varias ocasiones, pero fracasaron porque está decisión fue tomada desde la culpa, la vergüenza y desde lo que sabía que «debía» hacer. Lo vivía como un autocastigo por «ser así», y las consecuencias eran que cuando el sentimiento de culpa se diluía al tiempo y/o como premio por «portarme bien» volvía a beber. Y estos procesos se convertían en círculos viciosos. La clave fue no solo pensar si no también sentir el dejar de beber alcohol como una liberación, pensar en positivo todas las consecuencias que iba a tener esta decisión. 

No fue fácil, pensar en no beber NUNCA más alcohol me producía terror, «nunca más» y «para siempre» son palabras que dan mucho miedo. También tuve ayuda, tanto del psicólogo al que estaba yendo por otro motivos, como de amigues que ya habían pasado por ese proceso y una página cuyo enfoque me ayudó a terminar de asentar este cambio de chip: vivirsinbeber.com. Todavía estoy en el proceso de asentar este cambio, sigo decidida, pero la fuerza que he sacado para llevarla a cabo es el sentir que he dejado atrás un lastre en mi vida y sentirme orgullosa de volver a tomar las riendas sobre ella.

Y vosotres, ¿os animáis a decirle adiós al alcohol?

1 Comentario

  1. Muchas gracias por escribir el artículo Mónica<3
    Es la primera vez que leo algo parecido, tenia y tengo muchas ganas de leer, hablar entre feministas sobre este tema, el alcohol, la decisión de vivir sin alcohol…
    Me he identificado muchísimo con la experiencia de Alba.

    Gracias!!!

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