Marta Dillon: escribo, luego sano

La tragedia de la dictadura cívico-militar en la Argentina es contada en «Aparecida» de Marta Dillon. Ella elige narrar su recorrido personal desde el momento en que le avisan que se pudieron identificar los restos de su madre desaparecida hasta que resuelve despedirla con una celebración plena de abrazos, colores y amor.

La tragedia de la dictadura cívico-militar en la Argentina ha sido contada y retratada en un sinfín de obras; algunas de ficción, otras biografías o relatos íntimos. En su libro Aparecida, Marta Dillon elige narrar su recorrido personal desde el momento en que le avisan que se pudieron identificar los restos de su madre desaparecida hasta que resuelve despedirla con una celebración plena de abrazos, colores y amor.

El libro nos cuenta parte de la historia desde el momento en que lo vemos en los estantes o vidrieras de las librerías: en su tapa, la imagen elegida nos muestra a una mujer de espaldas caminando en la playa en dirección al mar. ¿Quién es esa mujer que vemos en colores pastel, con su cabello suelto y actitud resuelta? No lo sabemos pero podemos intuirlo. A medida que nos hundimos en las palabras escritas vamos aprendiendo sobre ella y la autora.

Marta Dillon es una periodista argentina, militante, pero también es hija y madre. Todas esas categorías definen su trazo y dejan filtrar a lo largo de las páginas del libro su necesidad de construir sin detenimiento una identidad propia.  Su historia está marcada por la desaparición forzada de su madre, Marta Angélica Taboada, a fines de octubre de 1976. Marta, la narradora, era sólo una niña. Sus hermanos y ella vivieron esa noche sin entender del todo, pero sabiendo: su mamá era militante peronista y en la casa se sentía un aire pesado provocado por discusiones de adultos, precauciones que tomar, silencios que mantener. Desde entonces, terminaron la infancia con su padre, quien tenía nueva familia hacía ya unos años. Todo era conocido pero ajeno al mismo tiempo.

Con esas contradicciones típicas de alguien que busca y necesita saber qué pasó pero que teme que las respuestas causen dolor, Marta transita su adolescencia y su adultez con la inquietud y la ansiedad que nos puede traer la ausencia forzada de una madre y el desconocimiento de qué ocurrió con ella. El dolor y las heridas abiertas (que no cierran con casi ninguna respuesta) comienzan a sanar el día en que Marta recibe la información: los restos óseos de su madre han sido identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Ahora sí, después de años, después de una vida, ¿cómo hacer para asimilar la idea de que quien faltaba vuelve a estar?

Así, a lo largo de las páginas de esta conmovedora historia la autora hace una composición que avanza y retrocede en el tiempo  y nos transporta por toda su vida. Los datos científicos sobre los restos de los desaparecidos, los números con los que se los identifica, los informes policiales y los registros censales se mezclan con recuerdos personales, conversaciones con sus hermanos (que no realizan el mismo proceso de búsqueda que la autora), con sentimientos crudos y con preguntas sobre qué pasará a partir de ahora. Aprendemos que la identidad personal la construimos cada une de nosotres, con nuestras decisiones tomadas y nuestros miedos, pero siempre en relación a lo que fuimos y a lo que seremos«Aparecida« se convierte así en una línea del tiempo desordenada, reflejo caótico pero real de la experiencia vivida, en el deseo de ser y saber tanto tiempo apretujado en el corazón, en el alivio y las preguntas que se formulan al futuro.

La sabiduría del texto radica en la tarea de la autora de lograr no sólo reconocerse como «hija de» sino también como madre, deseante, hermana, compañera. En ningún momento la historia deja de lado el sentir de quien busca saber qué pasó con su madre, cómo fueron sus últimos días, qué ropa llevaba puesta, con quiénes estaba, cómo enfrentó la tortura. Un sentir entremezclado con las sensaciones y vivencias actuales, sus pasiones, amarguras, su dolor, sus risas y el amor por sus hijos y esposa. En ningún momento la historia se sumerge en la tristeza que solemos sentir cuando recordamos los eventos de aquella terrible época: esta es una historia de búsqueda, ansiedades, heridas cerradas, de paz interior y de reencuentro. ¿Puede uno reencontrarse con quienes ya no están? Marta nos asegura que sí.

En el capítulo final, la autora, acompañada de amigos, familiares y compañeros, realiza la despedida de los restos de su madre una vez que han sido entregados y devueltos a ella. Es realmente una celebración, un cierre y la tranquilidad de poder encontrar paz en donde la ausencia lo impedía. No es casual que la imagen de contratapa sea aquella misma mujer en la playa, con la misma bikini y el mismo cabello al viento. Ahora, al cerrar la historia y la de la autora, podemos ver su rostro sonriente y comprender quién fue, imaginar qué anhelos y deseos tenía. Tal vez no importe en ese momento de despedida qué haya pasado; tal vez ese instante en que honramos a quienes amamos y nos desprendemos de sus restos es cuando podemos finalmente unirnos en alma, esencia e identidad. Marta Angélica Taboada y Marta Dillon se hallan así unidas para siempre en la historia y en la lucha.

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