Todo lo que no es SÍ es NO

Estabas tumbada, desnuda, pero no respondías a sus caricias ni a sus ganas de sexo. Él no quiso reconocer la ausencia de consentimiento.

Ilustración: Patricia

Me llama la atención que tengamos que reclamar que el “NO es NO”, algo que parecería obvio y redundante pero que, en este mundo en el que vivimos, se ha convertido en una necesidad, algo a matizar.

Ojito, no es tan difícil: si te dicen NO… -redoble de tambores- ¡es NO!… ¡sorpresa! (confeti cayendo). No es que “se esté haciendo la dura”, no es que “quiera que insistas”, no es nada de eso que te han dicho/vendido/contado.

Por eso es tan importante recalcarlo, afirmarlo, decirlo y, lo que es más importante, educarlo.

Lo que sucede es que hay ocasiones en las que ese NO no se articula, no se hace tan evidente por lo que creo que, aunque resulte más largo, me quedo con el título del artículo: todo lo que no es sí es no.

Empezamos a besarnos, a acariciarnos, luego nos desnudamos y en el momento se quedó ahí quieta, como inerte, sin hacer mucha cosa” me decía un día Alberto -que, obviamente, no se llama así- “¿Y qué hiciste?” le pregunté yo y su respuesta fue “le dije que no se preocupase si estaba cansada, que ya me encargaba yo de hacer todo el esfuerzo y que disfrutase y seguimos con la relación sexual”… “¿Y lo hizo?” pregunté, “¿El qué?” me respondió, “disfrutar...” seguí yo y ahí hizo ¡crack! su cabeza.

Luego estuvimos hablando de como hubiese actuado él si ella en vez de “dejarse hacer” -atención a la expresión- le hubiese dicho un NO y salió el repertorio: “bueno, me lo habría tomado bastante mal porque hacía tiempo que no nos veíamos y que no lo hacíamos y uno tiene sus necesidades”.

Seguimos elaborando su pensamiento, su conducta, las respuestas dadas -y obviadas- y en ese momento Alberto empezó a atar cabos, empezó a darse cuenta de que aquello que había aprendido le había hecho hacer algo que no quería: presionar a su pareja para tener sexo, violarla sin ser siquiera consciente de ello.

Hablando con su pareja -a la que llamaremos María- me dijo “Llevábamos dos semanas sin vernos. Ya sabes, lo de la distancia es una mierda y me apeteció que nos besáramos y acariciáramos pero no quería nada más. Le aparté las manos varias veces pero al final nos desnudamos y luego, sencillamente, me tumbé boca arriba mirando hacia otro lado porque no sabía cómo decirle que no me apetecía nada más, que con los besos y las caricias tenía bastante.

Le pregunté que porqué no dijo NO a su propuesta de “ya lo hago yo, tú relájate y disfruta” si no le apetecía y su respuesta fue automática: “¡Pfff! Porque si le decía que no después de 2 semanas se iba a enfadar y se iba a estropear todo el fin de semana. Pensé que al verme así lo entendería. No fingí un orgasmo, no hice movimientos, sólo me quedé como un saco y me sentí vacía. Luego terminó y me preguntó si pedíamos una pizza y dije que sí aguantando las ganas de llorar.

Os pongo este ejemplo 100% real para que lo veáis. Porque siempre pensamos en que una violación es una imposición de un desconocido en un lugar oscuro pero la realidad es que eso no es sólo así.

Una persona tiene derecho a parar en cualquier momento, da igual si ha empezado una relación sexual como si no. Esto no es un “si te has pedido ese plato me da igual que ya no quieras más, te lo comes”. Puedes poner una peli que te apetezca y quitarla a los 10 minutos porque se te han pasado las ganas, puedes empezar a masturbarte y dejarlo porque ya no te apetece, puedes desnudarte y acariciarte con alguien y poner el punto y final cuando quieras. Y eso es algo que tenemos que ver todo el mundo. Que igual que puedo parar, tú tienes que respetar que pare, ¡sobre todo porque sino es un absurdo! Y porque sino se convierte en algo negativo, en algo forzado, en algo no querido.

No es cuestión de que una relación sea consentida o no únicamente, sino que sea compartida. ¿Voy a disfrutar haciendo algo contigo que tú no quieres hacer? No. Porque si lo hago, si disfruto “a tu pesar”, es que algo no está bien, es que me he impuesto, es que igual con mi reacción te he chantajeado, te he presionado, te he quitado libertad.

En el momento en el que pensemos en las relaciones sexuales como algo en conjunto, en el momento en el que no “necesitemos” de otro para “desahogarnos” sino que pasemos a querer compartir esa sensación con la otra persona, en ese momento en el que los dos digamos: “sí, me apetece” y nos importe que la otra parte también lo diga, ahí dejarán de existir estas situaciones.

Muchas veces me preguntan que cual es el problema sexual más común en las personas que acuden a terapia conmigo y la respuesta es: la falta de deseo sexual en las mujeres. ¿Creéis que esto influye? ¿Pensáis que una mujer, que “se deja hacer” por evitar las reacciones de su pareja o porque «hay que hacerlo» puede llegar al punto en el que no le apetezca? Claro, clarinete. ¿Puede que la idea de la mujer como dadora y procuradora de placer nos haya marcado? ¿Igual seguimos pensando que los hombres tienen un instinto sexual que nosotras no tenemos?

No tengamos relaciones sexuales cuando no queramos. No impongamos relaciones sexuales a quien no quiere tenerlas. Empecemos a plantearnos todo, a destruir mitos. Acabemos con aquello que no nos hemos ni cuestionado y entendamos que esto no es un problema aislado. Que una relación no se mide en «cuantas veces lo haces al mes, semana o día», que hay épocas más activas, otras menos, que vale más la calidad que la cantidad y que no hay que cubrir un cupo de horas sí o sí porque sino algo malo está pasando. Que lo de hoy toca porque es sábado sabadete no es bueno.

Esto se lo dedico a las Marías y los Albertos de este mundo, para que, como ellos, abran los ojos y hagan de su relación algo sano y placentero. No cuando tú quieres. No cuando yo quiero. Sí cuando los dos queremos.

Juntos podemos.

Si no es sí, es no.

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