La noche de bodas

Esa noche de película en la que la pasión fluye a raudales en una suite de hotel llena de pétalos de rosa… ¿O no era así?


Ilustración: Qam


Hay noches que parece que tienen que ser mágicas, únicas y especiales. El único “pero” de cuando algo DEBE ser de determinada manera es que, Murphy y su ley, se frotan las manos relamiéndose mientras nos guiñan un ojo.

Parece que ciertas situaciones conllevan determinados resultados y, al igual que mucha gente espera que en Nochevieja recibas al año radiante, feliz y con ganas de fiesta, también se espera que la noche de bodas sea algo digno de recordar.

La realidad es que hoy en día, en pleno siglo XXI, es raro que las personas que decidan casarse lleguen “vírgenes” al matrimonio. Es muy probable que hayan tenido relaciones sexuales antes e, incluso, en muchas ocasiones, no solo con la persona con la que se va a contraer matrimonio. De hecho, hay quienes se casan con un bebé de camino o cuando los hijos ya tienen una edad. Vamos, que a nadie le sorprende que los novios no sean “inocentes” y que su “pureza” solo se plasme en lo impecables que van vestidos.

Sin embargo, nos empeñamos en hacer de esa noche LA noche. Hay quienes dejan de tener sexo meses antes de “el gran día” para cogerlo con ganas. Entonces, a ver si lo entiendo, tenéis relaciones sexuales, conocéis todos los recovecos del cuerpo de vuestra pareja, os divertís, os queréis ¿y paráis todo eso para qué exactamente? ¿Os faltan las ganas de intimar con vuestra pareja si no hacéis eso? Locuras. Que, además, el sexo llama al sexo y cuanto más tienes más quieres, por lo que mi consejo no sería el ayunar sino tener una dieta rica en momentos eróticos, besos, caricias, lametones y achuchones.

La ropa, los invitados, el evento, la comida, la música, que la tía Pepa no se siente cerca del tío Ramón porque se llevan a matar, que no falte una buena botella de Gingerale que es lo que más le gusta a nuestro amigo Álvaro para acompañar sus copas, que el padrino baile con la madrina, «que se besen, que se besen», que no se acabe el ron que aún queda mucha noche, que nadie me pregunte “¿y para cuando los niños?”, etc.

Agotador pero divertido. Ya ha terminado todo. Ha sido un día estupendo y maravilloso y solo quedamos tú y yo, con ganas de comernos enteros, con ganas de estrenarnos “formalmente” y con un sólo pensamiento a ritmo de The Doorscome on baby, light my fire”.

Llegamos a la habitación y sonreímos ante el detalle que ha tenido el hotel con nosotros: ¡todo está lleno de pétalos de rosas! y nuestras toallas asemejan a unos cisnes que tienen los cuellos entrelazados. Cogiendo cada uno un cisne, hacemos como que se besan y les dejamos apartados.

Ahora la cama es nuestra.

Trajes fuera. Sin prisas pero sin pausas. Los zapatos, la camisa, el vestido, el peinado me lo dejo que no puedo verme más sexy en estos momentos, la ropa interior al suelo, adiós a la tela, hola a nuestros cuerpos.

Nos acariciamos mirándonos a los ojos. Pensamos en lo afortunadxs que somos y empezamos una vorágine de sexo y caricias que hacen que el ambiente se caliente en 3, 2, 1, ¡fuego!

Todo fluye, todo se transmite, todo se disfruta. Yo encima. Tú encima. De lado. De pie. La boca, las manos, la lengua, los genitales, los pezones, los cuellos, las orejas. Susurramos cosas al oído tipo “maridito mío” y alcanzamos el orgasmo los dos juntos.

Disfrutamos del momento abrazadxs, nos damos una duchita y, frescos y limpios, nos vamos a dormir como marido y mujer/ marido y marido/ mujer y mujer.

Esto es lo que creías que estaba pasando.
La realidad es un poco diferente…

Agotador pero divertido. Ya ha terminado todo. Ha sido un día estupendo y maravilloso y solo quedamos tú y yo… y lxs amigxs que piensan todavía que la noche es joven y que aún se puede ir a algún sitio más. Estamos con ganas de seguir divirtiéndonos, un poco borrachxs y con la canción Light my fire de The Doors extrañamente mezclada con Paquito el Chocolatero en nuestra cabeza.

Llegamos a la habitación sin saber cómo tras intentar abrir otras puertas con nefasto resultado. ¡Todo está lleno de pétalos de rosas! Morimos de risa mientras nos los lanzamos encima y, extrañamente y sin motivo, pruebas a comer uno -¡puaj!-, al escupirlo ves que las toallas asemejan unos cisnes e intentas simular como se besan cuando lo más que consigues es que parezca que les estás estrangulando.

Ahora la cama es nuestra.

Trajes fuera. Los zapatos vuelan, las cremalleras se atascan, te planteas si dormir vestidx es una buena opción hasta que compruebas el estado de tu indumentaria y no quieres que vengan los de Sanidad a poner en cuarentena la habitación. Te desnudas como puedes, te peleas con las horquillas del peinado -¿exactamente cuántas pueden caber en una sola cabeza? ¿alguien las ha contado? eso seguro que va para Guiness-, piensas en lavarte los dientes pero al coger el cepillo lo único que haces es utilizarlo como si fuese un micrófono.

Nos acariciamos torpemente. Pensamos en lo afortunadxs que somos, nos damos un beso, un abrazo y en 3, 2, 1, ¡sueño!

 

Evidentemente hay noches y noches y con esto no quiero decir que tu noche de bodas no vaya a ser especial, única o memorable, simplemente que no te fuerces a que lo sea. Que lo importante de cualquier día -hoy mismo- es vivirlo, disfrutarlo y sentirlo como a ti te salga.

¡Que vivan los novios!

 

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