Amor real e imperfecto

Al ponerse a pensar en las bodas, en lo que significan para ella, Ilazki se ha dado cuenta de la gran influencia de su padre y su madre a la hora de entender el amor.


Collage: Maite Ortega


He empezado este artículo una y otra vez… Después de escribir párrafos y borrarlos, de darle mil enfoques y reflexionar sobre diferentes perspectivas, me parece que la mejor manera de empezarlo es dando las gracias. Doy las gracias a mi madre y a mi padre por criarme en libertad, por dejarme volar (a pesar de todo). Aunque muchas veces haya sido más difícil dejarme ser libre, dejar que tomara mis propias decisiones, que me cayera y que aprendiera de mis errores. Gracias por todo ello.

Y pensaréis… ¿qué tendrá que ver esto con las bodas? Mucho. Para mí (y supongo que para la mayoría) casarse es algo muy personal, que no tiene que estar relacionado con lo que quieran les demás, sino con lo que quiere cada quién. Pero muchas de las personas que tenemos alrededor se casan de una u otra manera por «obligaciones» externas. Ante todo, lo más importante es que sea de la manera que sea, con quien sea y como sea, lo esencial es que la boda (o no boda) sea como cada quién quiera, no como nos lo digan que tiene que ser. Y en este trabajo de luchar contra lo «normal», mi madre y mi padre tienen mucho que ver en mi historia personal. Se casaron por lo civil, cuando en aquella época lo más común era casarse por la iglesia católica y de blanco. Mi madre llevaba un traje y mi padre vaqueros y camisa blanca, guapísima ella y guapísimo él; pero no siguieron las normas sociales. Y aunque ahora parezca muy fácil, en ese momento les supuso enfrentarse a la familia y no ser comprendides por muchas de las personas que tenían alrededor. Pero, aún y todo, tomaron el camino más difícil en aquel momento, ser libres.

No sé si es por eso o no, pero casarme nunca ha sido mi sueño, ni lo es y no creo que lo llegue a ser. Por muchas películas de Disney que haya visto en mi infancia, nunca he querido un príncipe azul, ni he creído en el amor romántico.

Hubo años en los que me sentía la rara por todo ello, por no tener límites de hora para llegar a casa, por no querer un novio cuando era pequeña, por no querer ir de shopping o por no soñar con un traje de novia (cuando muchas de mis amigas lo hacían). Pero hoy en día me siento afortunada. Porque no es casualidad, no es que desde niña fuera consciente de lo que nos bombardean a las mujeres con estos temas, ni mucho menos. Si era la «rara» es porque en casa no me contaban cuentos de príncipes y princesas -más bien veía a la gran Pippi o a Punky Brewster que me hacía soñar con tener una casa en el árbol-, ni me preguntaban si tenía algún noviecito, ni me llamaban «princesa», ni me impedían jugar a «cosas de chicos». Desde pequeña me han inculcado la importancia de formarme, de estudiar, de divertirme con les amiges, de disfrutar en familia, de aprender viajando, de estar conmigo misma (que no tiene nada que ver con sentirme sola); de ser libre ante los protocolos y las normas sociales.

Me alegro de haber tenido una niñez tan divertida, tan llena de momentos mágicos, de juegos con bicicletas, patines, balones, «polis y cacos» y sueños con ser una buena escritora en el futuro; y no la mujer de.

Me siento feliz por todo ello, por haberme sentido libre de ir creando mi propio camino. Ya que mi madre y mi padre lucharon tanto por su libertad, a mí me toca seguir su ejemplo. Me case o no me case, lo haga por la iglesia, en Hawai o por el rito zulú, sé que tendré su apoyo y que mi felicidad está por encima de cualquier norma social.

En esta cultura patriarcal que nos impulsa a «no pensar», a sólo ser madres, esposas y no soñar con nuestra profesión, ni con una maternidad real e imperfecta; me alegra haber crecido con una madre y un padre que lo han dado todo para que pudiera estudiar, que han creído en mí, en mis sueños, en mis locuras y que me han facilitado las herramientas para decidir por mí misma. Gracias por dejarme ver día a día una relación sana, la vuestra, en la que la comunicación es la base y cada quien tiene sus espacios y tiempos propios; una pareja que nada tiene que ver con lo que he podido ver en las películas y la cual ha sido mi mejor ejemplo frente a mil historias sobre amores románticos. Gracias por dejarme ver una relación real e imperfecta.

En cuanto a mis propias relaciones, por suerte, las parejas que he tenido son unas personas maravillosas, con las que he compartido muchas vivencias y de las que he aprendido en cada paso y experiencia. Aún y todo, nunca he pensado en casarme, lo veía como algo lejano, ajeno a mí. No me gustan las «obligaciones» sociales, prefiero que las situaciones fluyan y sean más naturales y menos protocolarias.

Aún no tengo nada claro si algún día llegaré a casarme o no, lo que sí sé es que será algo entre mi pareja y yo. Quizás sea porque no confío en los «para siempre» en esta vida; en lo que sí creo es en ser felices, en cuidarse y en amarse. Hasta cuándo, lo decidirá el día a día.

Confío en las personas, amores y familias reales e imperfectas; en las que hay mucho amor, diálogo, discusiones, apoyo mutuo y libertad. Por eso mismo, creo en las bodas sencillas, con las personas más cercanas y sin protocolos de por medio.

Eskerrik asko amatxo eta aitatxo, zoragarriak zarete! (Muchas gracias mamá y papá, ¡sois increíbles!)

 

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