Soledad Rosas y sus dos vidas

Cecilia nos comparte la vida de Soledad Rosas, una joven argentina que dio su vida por un mundo mejor. Paradójicamente, su revolución terminó en soledad.


Ilustración: Yolanda


Soledad es, entre otras cosas, una palabra. Cuando pensamos en ella se nos estruja un poco el pecho y, a veces, la sentimos muy cerca. Pero Soledad también es ella. Soledad Rosas. Su historia es única y por eso la elijo para contarla. La de Soledad fue una lucha tan frágil e impetuosa como lo fue su vida y aunque cueste a través de las palabras transmitir lo que realmente su paso por este mundo significó, vale la pena intentarlo. Es que cuando hablamos de Soledad no hablamos de cualquiera.

María Soledad Rosas fue una joven de Argentina. El mundo le dio la bienvenida cuando se asomó a él en el otoño de 1974 en la Ciudad de Buenos Aires. Su infancia y adolescencia la hicieron pasar desapercibida entre el montón: soñadora, alegre, vital, sensible y compañera. Soledad parecía ser como cualquier otra persona. Su delicadeza se combinaba con su vigor y la pasión que ya desde pequeña le generaban las ganas de cambiar el mundo hasta las cosas más invisibles, esas que nadie veía. También su fuego interno y sus anhelos de ser alguien se confundían con lo que el mundo, su familia precisamente, tenía organizado para ella. Sus padres no sabían interpretar su impotencia cuando de «encajar» se trataba y planeaban futuros para ella sin realmente entenderla. Soledad era, en parte, una chica solitaria.

A sus 23 años, en 1997, Soledad Rosas emprendió junto a una amiga un viaje a Italia con pasaje de vuelta abierto que le cambiaría para siempre  su historia y su identidad. Sus papás le regalaron ese viaje para que se aleje de un novio que no les gustaba y se distrajera, enriqueciera su intelecto y conociera un poco, no demasiado, el mundo. Pero Soledad nunca volvería a la Argentina ni tampoco volvería a ser la misma.

La cabeza y la forma de entender la realidad de Soledad se vieron transformadas por el acto fortuito de llegar al Asilo, una casa tomada por okupas o squatters de la ciudad italiana de Turín. Buscaba junto a su amiga algún lugar donde pasar la noche. Turín (como otras partes de Italia) era en ese momento un hervidero de protestas debido a la galopante crisis de su otrora imponente industria automotriz. Movimientos de izquierda demostraban su descontento con el sistema. Entre ellos, los anarquistas radicales llevaban a cabo acciones súbitas y controversiales para luchar contra el Estado, sus fuerzas policiales y judiciales, el sistema económico productivo y el consumo masivo de bienes y su consecuente destrucción del medio ambiente. Ocupaban casas abandonadas donde vivían bajo sus propios términos y sin reglas: la libertad era su anhelo más urgente. La experiencia de las casas ocupadas era única porque nadie imponía normas de convivencia, cualquiera podía entrar o salir, los espacios eran comunes, se realizaban actividades autogestionadas y obviamente, no se recibía plata de nadie. Mientras más se evitara el dinero y el consumismo, mejor.

En un espacio de esas características, Soledad Rosas comenzó a encontrar su estilo y a fundirse con las ideas y prácticas de sus compañerxs de vivienda. Asomó lentamente a la política mientras se involucraba en actividades colectivas al mismo tiempo que se sentía parte de algo que nunca antes había encontrado en su país. Sus ideales se hicieron más fuertes y solía ser de las más decididas cuando se armaban reuniones y discusiones. Creció su respeto por la naturaleza y su desprecio hacia todo lo que el mundo externo representaba, su hipocresía, su violencia, su desigualdad, su abandono. Su aspecto se modificó radicalmente: dejó de preocuparse por la ropa, se rapó la cabeza y comenzó a llevar una vida más sana y libre.

Cuando llegó el momento de volver a su país, Soledad Rosas decidió que quería quedarse y armar una nueva vida ahí mismo en Turín junto a sus compañerxs y amigxs. Fue para ese entonces, entre momentos compartidos, marchas, acciones radicales y viajes a otras casas ocupadas de Europa, que floreció la que sería su más grande historia de amor. Edoardo Massari era un activo anarquista italiano que le llevaba unos años y que compartía con ella las mismas ideas políticas. Baleno (como ella lo llamaba) era para Soledad todo lo que necesitaba: alguien que entendiera sus convicciones y con quien pudiera escapar a las imposiciones de un mundo artificial. Cuando conoció a Baleno, Soledad ya no estuvo sola.

Pero la historia no siempre es fácil y así como Soledad Rosas pudo vivir en unos pocos meses lo que había anhelado toda su vida, también todo terminó rápidamente. La policía italiana perseguía constantemente a los squatters y cada tanto allanaba casas ocupadas para amedrentar a los que allí vivían, aún sabiendo que era inútil y que al poco tiempo volverían a ser habitadas. También investigaba atentados ante la propiedad privada cometidos por grupos radicales contra la instalación de trenes de alta velocidad, y en ese hostigamiento cayeron Soledad, Baleno y Silvano, un amigo común. El Estado italiano los acusó de ecoterrorismo y los encarceló en 1998 con intenciones de condenarlos a varios años de prisión. De repente, tres jóvenes que sólo buscaban escaparle al sistema se transformaron en enemigos públicos número uno. Ese duro golpe no debilitó el espíritu de Soledad, quien a partir de allí endureció sus principios y su carácter. Perdió su permanente sonrisa, pero no su firme creencia en que deseaba un mundo mejor, lejos de la autoridad y las reglas. Seguía soñando que era posible.

Finalmente, un mes después de caer presos, Soledad se enteró de la peor noticia: su Baleno se había suicidado allí mismo en la cárcel, tan sólo unos metros más lejos, probablemente desolado, desarmado y sin fuerza. Desde ese momento empezó para ella un camino de dolor, ya nada tenía sentido sin su alma gemela. A pesar de tener la asistencia y el sostén de sus amigos e incluso de su familia que viajó a Italia, Soledad no pudo superar la muerte de Baleno y ni siquiera cuando le dieron libertad condicional y la enviaron a una granja alejada de la ciudad, lo logró. El  debate interno de su alma le hacía preguntarse si seguir adelante con su lucha o si volver a su país a intentar recomponer su anterior vida cuando fuera liberada. En realidad, ya nada tenía el mismo valor y su energía iba esfumándose. Sus últimos días fueron oscuros, tristes y vacíos. Un corto tiempo luego de la muerde de su compañero, el 11 de julio de 1998, después de cenar con amigos en la granja en la que debía permanecer alojada, Soledad tomó la decisión de reunirse con su Baleno eternamente. Usó el mismo método que él, tal vez para sentirse más cerca y en el baño le dijo adiós a una vida que siempre le había sido esquiva y que le era aún más áspera sin su amor.

Soledad Rosas fue una estrella fugaz y su joven vida se escurrió rápidamente entre los dedos de la historia. Su fuerte convicción sobre la posibilidad de un mundo mejor y la magia del amor que traspasaba lo físico llenaron su alma aún cuando otros alrededor suyo intentaron vaciarla. Cuando pensamos en ella se nos estruja un poco el pecho, pero podemos sentirla cerca al admirar su infinita fe en una realidad mejor y en la libertad como esencia de todo lo que uno decida hacer.

 

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1 Comentario

  1. Federico

    Muy intensa la historia y maravillosamente redactada.
    Muchisimas gracias!

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