La diversidad como construcción de la comunidad

¿Qué significa ser «normal»? Cecilia reflexiona sobre la «normalidad» que ha ido perdiendo terreno frente a la diversidad.


Ilustración: Qam


Si hay un concepto social que ha ganado fuerza, mucha fuerza en los últimos años, es aquel que tiene que ver con el reconocimiento de lo distinto, de lo diferente, de lo que escapa a los valores tradicionales y, también, a la idea de que los cuerpos, las mentes, los corazones no pueden seguir sujetos a ideas de «normalidad». La palabra diversidad ha ganado terreno justamente donde el término normalidad lo ha perdido, porque ya no aceptamos que hay formas normales de actuar, de sentir, de ser sino que hay formas diversas y que todas deben ser respetadas por igual. En el mes de febrero, la propuesta del equipo de Proyecto Kahlo fue hablar sobre diversidades (¡ni siquiera hay una sola!) y en este artículo nos sentaremos a contarles un poquito sobre el cambio de conciencia en la Argentina y la aprobación de leyes que reconocieron, finalmente, la diversidad de género y de identidad.

La fecha de transformación es fácil de recordar: 15 de julio de 2010. Ese fue el mágico día en que se aprobó en la Argentina la ley que establecía que el matrimonio dejaba de ser un privilegio de determinadas identidades sexuales para transformarse en un verdadero acto de amor, igualitario y libre para quien quisiera llevarlo a cabo. Con esa decisión, Argentina se convirtió en el décimo país del mundo y el primero de América Latina en asegurar este derecho a sus habitantes.

No hay, sin embargo, una línea del tiempo unívoca para llegar a ese resultado, ni tampoco es fácil rastrear los primeros avances en el camino hacia una sociedad más diversa. Los inicios no fueron reproducidos ni comentados en la prensa masiva. Sí sabemos que muchas organizaciones nacionales argentinas y conjuntos de diversidades de género habían desarrollado con mucha anterioridad un fuerte trabajo de reclamo por este derecho: marchas, peticiones, demostraciones artísticas, amparos judiciales para contrarrestar a una justicia aún en el siglo XXI muy conservadora, etc. La Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (FALGBT) fue la que se puso la tarea al hombro y muchxs de sus integrantes fueron responsables de que la lucha comenzara a crecer lenta pero sostenidamente desde principios de la década.

«Los mismos derechos, con los mismos nombres» fue el slogan que la FALGBT utilizó para encabezar la campaña y hacer visibles situaciones de discriminación, de falta de reconocimiento a la diversidad, de impunidad que se vivían. Cabe destacar que existían ya en nuestro país instancias tales como la unión civil para personas del mismo sexo en algunas de las provincias, lo cual era entendido como un logro pero minúsculo: estas uniones no permitían el acceso a todos los derechos ni tampoco aseguraban reconocimiento verdadero a las numerosas formas de identidad sexual que lentamente comenzaban a salir de la oscuridad en la que desde siempre habían estado. Las uniones civiles entre personas del mismo sexo que se realizaron previo a la aprobación de la ley de matrimonio igualitario en 2010 (ley nacional n° 26.618) fueron por decisión pura y exclusiva de jueces o gobernadores que sentaron su postura personal a favor de las mismas frente a situaciones específicas pero no por obligación legal.

Como pocas veces, se puede decir que la ley siguió el debate social que se había generado antes gracias al trabajo del colectivo LGBT (que hoy en día agrega las letras «i» y «q» representando las identidades intersexuales y queer respectivamente) y del cada vez mayor permiso que la sociedad se dio para hablar de estos temas fuera de burlas o agresiones. A este enorme y significativo trabajo siguió el apoyo de varios sectores políticos de izquierda, progresistas y populares argentinos que tomaron el reclamo y comenzaron en los años previos al de la promulgación de la ley a armar proyectos y bocetos de lo que sería una de las transformaciones sociales más importantes del país y de la región. Finalmente, debemos señalar la decisión política de quien fuera presidenta en aquel entonces, Cristina Fernández de Kirchner, de estimular el debate en el ámbito legislativo y facilitar la aprobación y promulgación de la misma con sus jefes de bancada tanto en Diputados como en Senadores. También es importante dejar en claro que, como todo debate controversial, tuvo marcadas oposiciones de parte de partidos de derecha y también de la misma Iglesia que entendió al cambio como algo impuro y demoníaco.

Al proyecto de ley del derecho al matrimonio igualitario se sumó un trabajo sincero y profundo sobre el derecho de las parejas para adoptar niños y niñas con el objetivo de formar una familia que tuviera en cuenta deseos y no especificaciones normativas. Un año después de la promulgación de la ley se aprobó otro componente importante en la reconstrucción de la diversidad que fue la Ley de Identidad de Género n° 26.743, facilitadora de la libre elección de nombre e identidad sexual de cada persona en el documento nacional así como también de la inclusión de tratamientos y atención en los planes de salud para quienes desearan iniciar el proceso de cambio de sexo.

Una de las modificaciones más importantes y profundas que generó el conjunto de estas legislaciones fue, además de mejorar la calidad de vida de minorías tradicionalmente discriminadas, la transformación cultural que trajo a una sociedad que empezaba a mostrar un interés cada vez mayor por comprender lo que realmente podía sentir, vivir, experimentar aquel que no era igual a unx. La diversidad en el caso de la población argentina se hizo piel y carne en la convivencia y en el respeto hacia las diferentes elecciones identitarias que hacen a la esencia de cada individuo. El pueblo argentino pudo así crecer y madurar en el hecho de que las demandas de minorías se convirtieran en demandas y necesidades de todo el conjunto social, ayudando así a cambiar incluso modos, formas de actuar y de relacionarse, de compartir espacios plenos de respeto y compañerismo.

 

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