Esa noche yo caminaba sola…

Una Frida nos cuenta la historia de la agresión que sufrió por parte de un desconocido en la calle y cómo desde entonces transita con miedo el espacio público.


Ilustración: Conchi G.


En enero sufrí un ataque por parte de un desconocido. Eran las diez y media de la noche y yo caminaba por una calle un poco oscura en el microcentro de la ciudad. Ese día iba a casa de una de mis amigas, pero nunca llegué.

Después de bajarme del colectivo caminé una cuadra y media sola, faltaban poco más de tres cuadras para llegar. Mi marido me acompañó a esperar el colectivo y me pidió que lo llamara al llegar y que antes de bajar llamase a mi amiga para que saliese a esperarme. Cuando bajé del colectivo recién me acordé de hacerlo, pero no me preocupé porque el primer tramo que caminé estaba iluminado. Después de cruzar un pasaje, la calle se volvió más oscura. Iba distraída, o más bien concentrada mirando los autos y las motos que pasaban por la calle; siempre lo hago “por precaución”. Cuando mis sentidos se enfocaron en lo que pasaba más cerca, sentí pasos apurados detrás mío; giré la cabeza y vi los ojos de un hombre, muy cerca, que me miraban fijamente.

Intenté en vano apurar el paso, porque inmediatamente me rodeó el cuello con un brazo. ¿Me quiere secuestrar? ¿Me va a violar? No sabía qué quería. Con la otra mano me apuntó con una punta de metal. Miles de pensamientos se me agolpaban en la cabeza al mismo tiempo, los segundos eran muy lentos. “No me va a llevar a ningún lado, no voy a desaparecer, no puedo ser una más. Tengo un hijo en casa, tengo un marido, tengo una familia con tres hermanas. Solo tengo 22 años, tengo una vida, estoy a tres cuadras de llegar. Esto no me va a pasar a mí”.

“Quedáte callada” fue lo primero que dijo. Me acordé de mi marido que me dijo “pedile a tu amiga que te espere en la parada, llamala antes de bajar del colectivo, está muy oscuro ahí”. Apretaba con fuerza el cuchillo sobre mi cuello. CALLATE.  Seguí gritando y él siguió presionando el cuchillo contra mi cuello.

Estábamos en la vereda de una casa que tenía una verja y la entrada del garaje abierta. Ahí estaba mucho más oscuro. Él intentaba hacerme caminar hacia ahí y me empujaba con fuerza, yo trataba de mantenerme firme, aterrorizada por la oscuridad y sabiendo que si llegaba a empujarme ahí dentro, la verja o la oscuridad misma ocultarían lo que me estaba pasando. Me lo imaginé intentando sacarme el pantalón (y lo sencillo que le resultaría) y di el grito más fuerte y cargado de pánico que pude. «¡Dame el celular!» Me dijo al tiempo que intentaba taparme la boca. En ese momento sentí un alivio. Ahora sabía lo que quería (¿sabía?). Volví a gritar. «¡CALLATE, HIJA DE PUTA!», me dijo, y con bronca, bajó la mano en la que tenía el cuchillo y empezó a darme golpes a la altura del estómago. El morral que llevaba cruzado me cubrió y afortunadamente no me hirió (más de lo que ya lo había hecho).

De repente, en medio de la oscuridad se escuchó el grito  de un hombre: «¡¡¡Che!!!»  Y el tipo que me atacaba miró hacia la izquierda, me soltó y salió corriendo. Temblorosa y asustada corrí en dirección contraria con las pocas fuerzas que me quedaban. Tenía miedo de caerme, de que me estuviera persiguiendo, de que saliera otro tipo de algún lado a terminar lo que el otro no había podido. Creí que corrí un montón, y en realidad solo fue una cuadra y media. Llegué a un hostal y entré intentando (en vano) parecer calmada y no-vulnerable. Había un chico mirando el partido en una mesa y un hombre detrás de un mostrador. «Me quisieron asaltar», le dije al hombre del mostrador. «¿Me podés ayudar?» El hombre  me miró el cuello y abrió grande los ojos. Yo me toqué lentamente y me di cuenta de que sangraba; cuando vi la sangre en mis dedos, entré en shock y empecé a llorar.

Mientras intentaba calmarme, me acompañó al baño y esperó afuera mientras yo me enjuagaba el cuello y la cara. Salí al hall del hostal y llamé a mi amiga y a mi marido avisando lo que me había pasado. Al sacar el celular vi los mensajes de ambos preguntando si ya había llegado y por donde estaba. Me maldecí (por milésima vez esa noche) por no haber llamado a mi amiga antes de bajar del colectivo (como si hubiese sido mi culpa).
Mientras esperaba que vinieran a buscarme, el encargado del hostal me preguntaba lo que me había pasado. Cuando le conté lo sucedido, me contestó “es que claro, te vieron sola, así vestida y bueno…”

Por supuesto, una mujer sola es una invitación a los ataques de cualquier índole. Se sobreentiende que si estás sola y es de noche, algo malo te puede pasar. ¿Por qué es tan normal que se ataque a las mujeres que caminan solas por la noche? Y así vestida… No sé qué tendrán que ver mis calzas negras y mi chaleco de jean con el hecho de haber sido atacada por un hombre al que no pude identificar porque me agarró de espaldas.

Mi amiga fue la primera en llegar junto a su mamá. Las dos me hicieron compañía y me tranquilizaron. Recién entonces llamé a la policía, que llegó pocos minutos antes que mi marido. Otra de mis amigas llegó y ya me sentí más aliviada. Me dio bronca e impotencia que nuestra noche estuviera arruinada. Al final no puede despedirme como correspondía; una de ellas viajaba al otro día hacia Córdoba a comenzar con la rutina de estudiante.

Además de tomarme los datos y llamar a la ambulancia, que demoró más de media hora en llegar, los policías no hicieron nada más. Ni siquiera me acercaron a la comisaría a radicar la denuncia, porque sobreentendieron que si mi marido llegó en moto a buscarme, yo podría trasladarme por mis propios medios. Lo que sí dejaron en claro es que era una zona demasiado oscura y peligrosa como para que una chica “como yo” anduviera caminando sola, por la noche.«¿Y si es tan peligrosa, por qué no hay móviles patrullando la zona?», preguntó mi amiga, pero no obtuvo respuesta alguna. También hicieron notar que una chica de contextura pequeña como la mía, que fácilmente se confunde con una adolescente y que por mi vestimenta se notaba que no era de ahí, era un blanco ideal para este tipo de delincuentes. ¡Genial! Más de lo mismo: el delincuente vio en mí una oportunidad, no una mujer, no una persona. Pero, como él es hombre y, al parecer hay hombres que “son malos”, que lastiman a las chicas que no son precavidas, la que no tuvo cuidado fui yo.

La sociedad acepta que haya “hombres malos”, delincuentes que lastiman mujeres, pero… qué se le va a hacer… desgraciadamente es así. Lo que sí es inaceptable es que una joven camine sola a las diez y media de la noche por un lugar oscuro y poco transitado. Eso sí que es descabellado y hasta irresponsable; una provocación a los delincuentes, violadores y secuestradores que están sentaditos ahí, esperando que una oportunidad vestida con calzas y chaleco de jean, con sandalias y morral se les pasee por las narices y los “invite” a lastimarla.

La policía tomó mi declaración y la única pregunta que me hicieron fue «¿Lograste verlo?». No, no lo vi. Me atacó de espaldas. Solo le vi la remera y los ojos, la gorra y el pelo. Nada más, no me dio tiempo. Entonces, llegamos al callejón sin salida: no lo vi, no lo puedo reconocer, es un NN, caso cerrado. Mi marido, en toda su preocupación e impotencia me llevó en la moto a dar vueltas por la zona. Le mostré el lugar exacto del ataque, dimos mil vueltas, preguntamos a la gente si vio algún movimiento raro o escucharon algo. Nada. Mientras dábamos vueltas en la moto, él me hacía mil preguntas que a mí ni siquiera se me habrían ocurrido: «¿Sentiste algún olor en particular? A alcohol, a marihuana, a humo de cigarrillo… ¿Cómo hablaba, tenía alguna tonada en especial? ¿Su aspecto era solo desaliñado o parecía alguien que vive en la calle? ¿Tenía barba? ¿Estaba sucio, tenía mal olor?» Incluso preguntamos en una estación de servicio por la ubicación de las cámaras de seguridad de esa zona. Supongo que ese era el trabajo de la policía.

Los días que siguieron no fueron mejores. Mis papás no se enteraron de lo sucedido recién hasta el otro día por la mañana, cuando aparecí con los ojos hinchados y el cuello vendado. El shock de mi mamá fue evidente y mi papá, que recién habló conmigo a la tarde cuando volvió de trabajar, tenía una gran indignación en la mirada. Advertí a mis hermanas de lo ocurrido, y la más chiquita, de 10 años, se largó a llorar cuando vio la herida en mi cuello. A mi hijo le mentí, le tuve que decir que tenía una contractura en el cuello y que por eso me había vendado (fue lo primero que se me ocurrió, en ese momento no podía ni articular un pensamiento coherente). No creo que sea saludable para ningún niño de 7 años saber que a su mama le cortaron el cuello con un cuchillo.
Estuve dos días con dolor en los músculos del estómago por la fuerza que hice al gritar y al intentar zafarme de ese tipo que se había tirado con todo su peso sobre mi espalda haciendo que me encorvase mientras él me atacaba.

La noche siguiente al ataque tuve que ir al médico legal para que me examinase. Yo, muy estúpidamente, ni siquiera me bañé; junté mi chaleco con el cuello ensangrentado y mi morral en una bolsa para presentarlo como evidencia. Supongo que de tanto ver series policiales se me quemó el cerebro y creí que a la policía le importaba lo que me había pasado. La médica legal, que ni por ser mujer se inmutó con lo que le conté, ni siquiera se levantó del escritorio para revisar mi herida, la miro desde lejos y eso fue todo. Nada de tomar muestras, nada de recomendarme una vacuna antitetánica o análisis de sangre para descartar alguna infección. Ni un analgésico me recetó. NADA.

Quizás a algunos les resulten estúpidas mis expectativas. ¿Que pretendía yo?  Si no era para tanto, un puntazo en el cuello y nada más, ni puntos me hicieron, ¿cómo voy a pretender que se lo tomen en serio si cosas como esa pasan todos los días? Si además no me desangré ni me morí, si no logró robarme nada (si es que quería robarme), se mira la herida y punto, se acabó la historia, a bañarse y a lavar el chaleco para que no quede percudido por la sangre, eso es todo.

Llegar al médico legal aquella noche, para mí fue lo más difícil del mundo. Antes de llegar a la parada del colectivo empecé a sentir que me faltaba el aire y me largué a llorar. Mi marido no sabia que hacer conmigo, e intentaba calmarme mientras me decía que él estaba conmigo, cuidándome y que no me iba a pasar nada. Lo único que quería era encerrarme en el cuarto y olvidarlo todo, y ser valiente otra vez. Todavía no volví a salir de noche con mis amigos desde esa vez.

Hoy, a dos meses, la causa está archivada. En realidad nunca hubo causa, y mientras tanto yo estuve con miedo cada día de mi vida hasta hoy. No importa si es de día o de noche, a veces cuando estoy caminando sola, siento que me persiguen. Varias veces entré a algún negocio y me puse a mirar las vidrieras disimuladamente, porque creía que me estaban siguiendo.

Otras veces me cruzo de vereda cuando veo hombres y cada vez que salgo de noche sin compañía me pongo una tijera o cuchillo bajo la manga. Y así ando, mirando mil veces a los costados, dándome la vuelta a cada rato, asustándome cada vez que escucho pasos, saliendo armada a la calle, tratando de mirar a la cara a cada hombre con el que me cruzo, por si me quiere atacar. Todavía me late el corazón a mil por hora y me transpiran las manos cuando alguien se me acerca demasiado, supongo que se me nota en la cara.

El miedo todavía no se va, pero espero superarlo pronto, porque -recordando a  Eduardo Galeano con la noticia de su partida- vino a mí una frase que dice porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.”

 

Romi (22), Salta (Argentina)

 

5 Comentarios

  1. Hola Oumayma, creo que te confundiste. Mi hermana menor tiene 10 años y mi hijo 7. Y si, fui mamá a los 15 años.
    El ataque fue por parte de un desconocido, y no de mi pareja. El punto es que ademas de culpabilizar a la victima, no hay ningún tipo de medidas que nos estén protegiendo y sobre todo, las personas que te pueden ayudar no lo hacen. Ya sea por miedo o porque simplemente no es asunto suyo. Yo estoy completamente segura de que aquella noche me escucharon gritar y me vieron forcejear mas de una persona, pero solo uno intervino, aunque sea de lejos, pero intervino y eso hizo la diferencia. Quizás deberías centrarte en los detalles mas significativos del post. Yo mencioné a mi hermana menor porque incluso hoy en día tengo terror de verla salir de casa aunque sea a comprar a la esquina, y se que ella va a crecer igual que todas nosotras con ese miedo a que nos pase «algo» y me gustaría que eso cambie, no quiero que las nuevas generaciones de mujeres vivan así.
    Por otra parte, no se que hubiese pasado con mi hijo si a mi me pasaba algo, ni tampoco se como estaría él hoy si supiera lo que me pasó aquella noche (ya que de hecho no lo sabe) probablemente hubiese sido un doble trauma.
    Lo que me deja pensando es ¿que es lo que concretamente te llama la atención?
    Saludos!

  2. Buen post, nunca había comentado, aunque siempre leo lo que publica Proyecto Kahlo, hace 3 años en Bs As, fui atacada a plena luz del día de una manera similar, iba para mi oficina y dos hombres en moto se me acercaron, era pleno marzo, 7 de la manana, un día muy claro, me preguntaron hacía dónde quedaba Caseros les dije que no sabía y de repente sacaron una pistola, uno se bajó de la Moto me quitó la cartera hasta me preguntó si ahí adebtro tenía todo o si me faltaba darle algo más, nunca dejaron de apuntarme, tuve crisis de llanto por muchas semanas, me levantaba a llorar a media noche, no era por el robo como tal, era una sensación de miedo horrible. La policía vino a mi casa y me hizo un par de preguntas, me dijeron que si quería denunciar tenía que ir hasta la comisaría (¡yo no quería ni salir de mi cuarto!)… la gente lo único que atinaba a decirme era «es por lo que te vieron tan flaca y pequeñita», como si por ser pequeña o delgada tuviera menos derecho a caminar libre por la calle. Siempre se termina culpando a la víctima.

  3. Me he identificado mucho con este relato, yo misma he sufrido lo mismo que Romi aunque en menor escala. Sufrí una agresión, «solamente» un robo y a plena luz del día, con personas alrededor que no hicieron absolutamente nada, ni si quiera cuando (estúpidamente) hice forcejeo con mi atacante tratando de evitar que me robara un objeto que más que valor monetario, tiene un gran valor sentimental. Eran alrededor de las 11 hrs, iba saliendo del instituto. Recibí aquellas acusaciones, como si yo estuviera fuera de lugar en un parque a plena luz del día y no ese delincuente que me agredió.
    No me hirieron físicamente, pero hasta el día de hoy voy por la calle con miedo. Han pasado más de dos años y tal vez parezca cualquier cosa, algo no tan grave, pero para mi, que aún me sigo recordando voltear cada tantos pasos buscando a alguien sospechoso, no lo es.

    Gracias por compartirnos estas vivencias, al menos a mi me han servido mucho y sé que no soy la única. 🙂

  4. No entiendo una cosa: dices que tu hijo tiene 10 años y luego dices que tiene 7. Pero lo que menos entiendo esque dices que tienes 22 años cuando entras en pánico y dices que «eres demasiado joven para motir». Entonces, ¿tuvistr a tu niño a los 12 años? ¿O a los 15?

    Lo siento, es lo que más me llama la atención cuando veo a mujeres asesinadas por sus propias parejas no solo agredida por un desconocido en medio de la calle.

    Repito, suento mucho mi frialdad.

    • Proyecto Kahlo

      Hola, Oumayma

      Es posible que, al leer el relato, hayas confundido la edad de su hermana pequeña (10) con la de su hijo (7). Y sí, por lo que podemos entender del texto, Romi tuvo a su hijo con 15 años.

      Por otra parte, pensamos que lo menos importante es quién perpetrara el ataque contra esta chica, si su pareja o un desconocido: este relato reflexiona sobre la eterna culpabilización de la víctima y la ausencia de medidas institucionales para protegernos.

      Un saludo! 🙂

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