Yo estaba de moda en la isla

Una lectora venezolana llegó a una pequeña isla del Caribe para trabajar como camarera. Lo que no esperaba encontrar era el acoso continuado de los habitantes del sexo opuesto. No te pierdas el «¿Por dónde empiezo…?» de este mes.


Querido Proyecto Kahlo, me encanta leerles, y hermosamente me hace siempre llegar a la mente ese célebre pensamiento de Frida: “…tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú.» Esta vez he tomado con mucho entusiasmo la iniciativa de probar como creadora del Proyecto Kahlo y así compartir con ustedes una historia personal.

En Febrero de este año, por una situación de carácter político y social en mi país, Venezuela, debí aceptar una pausa en mis estudios universitarios, propicia para cambios de actitud en mi vida. Así fue como decidí realizar un viaje lejos de casa, a una isla de mi tierra en el Caribe. Conseguí trabajo como mesera en un restaurante en la playa, y la experiencia traía consigo toda clase de desafíos diarios: desde adaptarme al cambio climático (Soy de Mérida, una región andina, y por tanto fría, de Venezuela), a las constantes picaduras de mosquitos, escasez de agua potable, y sin duda uno de los más importantes: lidiar con turistas de mi país o extranjeros, y hacerles sentir felices y satisfechos en cada una de sus visitas al restaurante.

A los pocos días de llegar a la isla tuve la sensación de que en general las personas que habitaban allí tenían la atención sobre mí, y luego comprendí que en un lugar con solo tres mil habitantes uno nuevo despierta curiosidad entorno a sí. La verdad, no me molestaban las miradas de las personas, incluso tampoco ese cuchicheo constante. De lo que me advirtieron a continuación, y tuve que vivir, es sobre lo que realmente les quiero contar.

En más de una ocasión, mis compañeras del trabajo comentaron algo que instantáneamente me hizo sentir claramente como un objeto: “te vas a poner de moda”, “a todas nos pasó cuando llegamos aquí” y se carcajeaban. Mientras, yo empezaba a sentir un cosquilleo de ese que no es sano en el estómago, y me creaba por minutos nerviosismo. No hizo falta mucha explicación para entender de qué se trataba “ponerse de moda”; al contrario, parecía algo muy primitivo. Era algo así como que había una nueva hembra en la “manada” y los machos pelearían por ella.

Los primeros “aspirantes”, (¡y vaya que varios de ellos sí que aspiraban cosas!), fueron los más sutiles y valga especificarles lo que en mundo de primates es sutileza: uno de ellos era un jamaicano que habitaba desde hacía un año en la isla, y se acercó a mí así sin que yo lo viera venir cuando finalizaba mi jornada en el trabajo, y me dijo en patois: “Je querer contigo, you know, acompañado de una segura sonrisa que en medio de la noche alumbraba toda la playa.

Mi dilema empezó a ser entonces cómo reaccionar a ese tipo de frases, insinuaciones bien directas, hasta lo que en un punto se volvió una persecución para mí. No solo era agotador porque provenían de distintas personas, sino por mi situación de sentirme bien conmigo misma, no querer pareja, y haber tomado mucho antes de ese viaje la decisión de trabajar en mi persona y espiritualidad, y de no involucrarme sexualmente con nadie, a menos que realmente lo deseara.

Naturalmente, empecé a hacer amistades en la isla, y con mucha decepción descubría luego de un máximo de tres conversaciones que esos “nuevos amigos” también eran fashionistas, y dado un tiempo, insinuarían también cosas.

Otros aspirantes aplicaban la idea de que, por tener poder económico o social, yo estaría más que contenta -luego de unas cuantas cortesías suyas- de ir a la cama con ellos. Entonces la persecución supo bien hasta cierto momento, con deliciosos postres preparados que llegaban a mí por un mediador a medianoche, ofrecimientos de paseos chárter a los cayos más lejanos del archipiélago, vino, almuerzos en los mejores lugares y la ahora para mí famosa frase “tú no tienes que preocuparte por nada”. Estos aspirantes fueron de los más resistentes, pues estaban seguros para entonces de que yo tendría algún precio, y tras semanas de persecución, (visitas diarias y eternas al restaurante, envío de obsequios), aterradores aparecimientos en una calle, o un bar del pueblo, entendí que mis sonrisas de vuelta a sus palabrerías y mis “gracias pero estoy bien”, “tal vez en otra ocasión”, “te agradezco pero no es necesario”, no iban a sacarme de la agobiante situación.

Así fue como en la isla pasé de ser una chica dulce a una fiera que no soportaba más a estos tipos, y que los bajó de las nubes y de sus tronos de arrogancia de vuelta a la Tierra. Por supuesto, luego de esto, los que parecían corteses caballeros se reconvirtieron en los presumidos patanes que realmente son.

Pasaban los meses y por su puesto “el hierro siempre al calor es blando”. Tuve mis affaires con un par de chicos extranjeros, en los que por decisión mía no hubo sexo, pero sí muchas risas entre mar y sol; los viajeros vienen y van. Al cabo de un tiempo yo estaba ya segura, estaba lista para retomar mi actividad sexual, había conocido a un chico  de la isla que me “sacudía la arena”, y de no haber sido por la manera tan directa e irrespetuosa con la que pretendía que tuviéramos intimidad, y con la que sin duda congeló las fantasías más ardientes que yo hubiese tenido sobre él, habría sucedido.
Acto seguido atravesé por el humillante episodio de escuchar a todo el mundo murmurar sobre que yo no le había “querido dar” a Fulanito, y que por eso él nunca más me buscó. Entonces pasé a uno de esos extremos dónde nos suelen situar a las mujeres, el de “santurrona”.

No con ya suficientes situaciones incómodas, tuve que vivir la más triste de todos esos meses, cuando uno de mis amigos, y que hasta ese momento había sido todo oídos a mí, intentó abusar sexualmente de mí, tras pensar que yo había ingerido suficiente alcohol como para “querer” que eso pasara. Algo muy grave pero que lamentablemente tanto él como muchos hombres ven como una exageración o un drama de intensidad femenina, e incluso se sienten ofendidos cuando lo describes con las palabras que son: abuso sexual, violación. Y él, como cualquier otro, luego de una extenuante conversación basada en mis reclamos como persona y mujer, acotó que empezó a dejarme de ver como amiga por mis “shortsitos y vestiditos playeros”.

Luego de eso, por el resto de mi estadía una luz se apagó en mí, solo podía hablar sobre mis experiencias con mujeres educadas para ver muchos de esos comportamientos masculinos con normalidad, y de la misma forma asumirlos. En cientos de ocasiones mi compañera de habitación me decía “disfruta la vida”, cuando le comentaba mi incomodidad ante las invitaciones de los extranjeros dueños de lugares turísticos en la isla, a comer o beber algo, como si disfrutar la vida para una mujer trabajadora fuese recibir comida y bebida gratis, o como si fuéramos todavía lo suficiente ingenuas para pensar que en una sociedad como la de mi país es común que los hombres quieran gastar dinero en una mujer para tener una buena conversación.
Yo también me caí de la nube y dejé aún lado mis expectativas de nuevas amistades; deseché la ilusión de crear conexión y confinidad con un hombre sin que él estuviese siempre esperando a “que te resbales”, con un abrazo, un guiño de ojos, una caricia cariñosa en la mejilla.
Y cada día pienso en el peso que es vivir cuidándote las espaldas, por los hijos que madres y padres educan día a día con machismo, por las mujeres que siguen aceptando y resistiendo los abusos de sus parejas y familiares.

Hoy me sigo concentrando en mí como persona, y en mi espiritualidad. Todavía un mes después de regresar a casa me sorprendo al recordar la incredulidad de los hombres que conocí, cuando les decía que la razón de no corresponder a lo que ellos querían no era que estuviese ya con alguien, como si fuese descabellado querer estar sola en una isla mientras puedes estar con alguien. Algunas amigas me preguntan por qué paso tanto tiempo sin sexo cuando antes era tan importante para mí, en entonación de que es un problema ahora, y yo me respondo dentro de sí: no tengo un problema con mi sexualidad, ahora es cuando más me importa el sexo, tengo un problema con los hombres paridos en mi sociedad y en compartir mi sexualidad con ellos, si eso me hace sentir irrespetada.

La experiencia del viaje fue maravillosa y enriquecedora en un saco de aspectos: ser mujer es enfrentarse a un mundo sin haber soñado lo que significa ser mujer.

Daniela Rangel Barroeta, Mérida (Venezuela)
@DaniBarroeta

6 Comentarios

  1. Serpent soleil

    a nuestra hermosa Latinoamerica por lo visto nos toca replantear las bases

  2. Hola, te entiendo perfectamente, a mi me ocurrió lo contrario, yo no había vuelto a Sudamerica en 11 años, en concreto Lima.

    Así que aproveche para visitar un poco la ciudad, frecuentar viejos amigos y un poco de vida social, es triste ver tu país con otros ojos ahora y darse cuenta de que es un lugar muy machista, incluso con los propios hombres que según ellos no lo son por llevar ropa colorida, corte de pelo diferente y modales por ejemplo, espero que esto vaya cambiando con el tiempo, pero veo que si cambia sera lentamente.

  3. Zarah Ferreira

    Waaaaoo.. Te comprendo, yo soy de México y hace un tiempo decidí salir de mi ciudad natal para ir a la universidad y comenzar a enfrentarme a la vida sin la protección de mis padres… Recién llegué típico, comienzas a estudiar el territorio y su gente, tristemente es una sociedad con una cultura super machista, estoy en el área de salud y fue indignante cuando estaba de servicio en el hospital y un paciente armó un pancho porque YO MUJER estaría presente en la consulta haciendo alusión a que yo debería estar en casa con hijos y marido… Días después me asaltaron y me golpearon. Mientras que me da pánico caminar por la avenida cuando es hora de regresar a casa y sola, en la noche, con tipos que te desnudan con la mirada y cinicamente te dicen «Buena noches». Es triste y estremecedor no poder ser libre y vivir con temor por estar lejos de casa. Lo importante es que no nos dejemos caer y estemos llenas de fortaleza…

    Dios contigo… Un abrazo desde México..!

    • Es muy triste no poder ser libre por la inseguridad.Yo soy de Argentina y al igual que vos, siento ese miedo de caminar sola por la calle y de vivir cuartada(sin poder ir a ciertos lugares,hacer determinadas cosas o salir en ciertos horarios) porque vivimos con el temor de que nos violen,secuestren o asalten, cosa que lamentablemente pasa muy seguido.No digo que no haya malhechoras mujeres (hay y poderosas) pero muchas veces me siento acosada por los hombres y lamentablemente creo que chicos de mi misma edad (16) pueden disfrutar y hacer más cosas porque no cargan con el riesgo extra que ser mujer implica.
      Las quiero Fridas! Ojala logremos cambiar las cosas :*

  4. No dire que me siento identificado con tu experiencia porque soy hombre y no me pasan pues pero si entiendo que esta sociedad aqui en venezuela es extremadamente machista algo que pienso que no es lo justo.

    Me parece bastante mal que allas tenido una mala experiencia en mi estado nativo (supongo que estabas en nueva esparta) pero como en todos los lugares hay personas buenas y malas de repente la suerte no te acompaño aca pero reconozco que al igual que puede ser grosero el oriental puede ser un excelente amigo
    Sientete libre de volver a venir y darle otra oportunidad

    Que tengas un buen dia, buenas vibras.

  5. Bf, menudas experiencias. Que sepas que todas las Fridas te acompañamos y nos hemos sentido identificadas en algún momento. Para mí, lo peor es que para muchos hombres están siendo corteses y tal, («encima te quejarás de que te tiren piropos» dirán!) cuando es realmente un acoso.

    A veces es duro ser mujer pero vamos a ser fuertes y a intentar cambiar estas cosas!

    Un abrazo mu grande! 🙂

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