«¿Qué tal el castillo de Drácula?»

Una lectora rumana hace balance de sus 11 años en España: tópicos culturales, hospitalidad, cocidos, locutorios, nostalgia…


Ilustración: Patricia


«Todo el mundo debería de tener un amigo rumano”

De todos los comentarios que he escuchado durante mis 11 años en España, me quedo con esta frase. Dicen que somos muy apañados, que un chico rumano tan pronto te arregla una pila atascada, como te pinta toda la casa en dos días mientras que «una rumanita maja» te puede dejar la casa como un paño y el paladar rozando la gloria con sus guisados y pasteles ricos.
Menciono de paso que también nos tachan de ladrones, estafadores, fulanas, pero me quedo con lo bueno sobre todo porque a mí siempre se me ha tratado con respeto y no he tenido ningún incidente xenófobo.
Y que no se queden sin decir la típicas preguntas cuando oyen que soy rumana: “¿Qué tal el castillo de Drácula?”, “¿Ceausescu era tan malo como dicen?”.

Cada 26 de septiembre me pongo pensativa y hago un balance al cumplirse otro año más desde mi llegada a España. No puedo dejar de pensar con melancolía en las primeras impresiones de este país: paisaje seco alrededor de Madrid, gente apresurada, mucho tráfico, el habla rápida y atragantada de la gente, muchos cafés, marcha y cubatas, mucho miedo de que me pillaran trabajando sin papeles; pero también mucha gente dulce, amable, “mi casa es tu casa”, mi primer cocido en casa de amigos, las comidas, cenas de emigrantes polaco- rumanos, la vuelta en coche por Madrid de noche, con luces deslumbrantes.

Recuerdo los locutorios de donde llamábamos a casa, aguantando lágrimas, los mismos que nos saqueaban a la hora de enviar dinero a nuestras familias. Eran tiempos de paradojas: tener tarjeta de la Seguridad Social y cuenta en el banco, papel de nómina pero no tener contrato legal de trabajo; sentirse libre pero con miedo de que haya un inspección de  trabajo que te pueda devolver a tu país; tener un techo y comida pero sentirse totalmente desplazado aunque hayas sido tú el que ha elegido este camino.

He tenido mucha suerte por nacer en Rumanía y no en África, y no lo digo en plan despectivo, sino  por ser tan parecida la civilización y cultura de mi país a la de España. He tenido también la suerte de encontrarme con gente que me ha corregido el español y me ha ayudado a hablar tan bien como lo hago hoy. He tenido suerte de sentirme en muchas casas españolas como en casa. He dado con mucha gente que viene de familias españolas que han emigrado en su tiempo y me han entendido perfectamente.

Por todo esto lo he tenido más fácil que otrxs extranjerxs. Con todo esto sé lo que es echar de menos tus amigos y familiares, tus costumbres y tu comida tradicional, las bromas, la manera de ser, de trabajar. Todo esto lo comparas inevitablemente los primeros años.

Hay dos aspectos importantes que no se nos deben de olvidar tanto a unos como a otros.

Uno sería referente a  aquellas personas a las que se les olvida que los españoles se han visto muchas veces durante la historia, no tan alejada, obligados a emigrar a Francia (guerra civil), Bélgica, Alemania, Argentina, etc.

El segundo aspecto se relaciona con los emigrantes: deberíamos estar más unidos, formar más asociaciones y hacer más piña para afrontar juntos las dificultades de tantos cambios. De estos aspectos van surgiendo imperativos como: ser tolerantes con cualquier piel y lengua hablada, ser abiertos a conocer y enriquecer nuestra cultura conociendo gente de todo el mundo, ayudar a quien lo necesite venga de donde venga, no encerrarnos en tópicos (“el morito”, ”la prostituta rumana”, “el guirri borracho”, “el ecuatoriano vago”)…

Entre todxs, no busquemos límites donde no los hay.

 

Cosmina Cozma, Baia Mare (Rumanía)
 http://madreaprueba.wordpress.com/

 

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