Trabajar envilece VI

Nuestra Frida se encuentra en la tesitura de tener que elegir qué es mejor para ella. Sus amigos se vuelcan para ayudarle a llegar a una solución.


Ilustración: Laura F.


Qué bien la salida con Maca. Me maravilla su disposición. Ha sido genial salir hoy con ella, como en los viejos tiempos, antes de los niños y del pavo de su marido. Que no es mal tío, pero es que es soso. El amigo perfecto, el marido perfecto y el padre perfecto. Ella siempre con tanto sentido común. Lo hizo todo, pero demasiado pronto. Pero bueno, la tía es feliz y nosotras somos felices por ella. Y es que es muy sabia.

Las opciones para vengarme del asqueroso de ventas han sido geniales. Esta mujer tiene una imaginación maravillosa. Nos hemos reído mucho. Qué tía, qué ingenio. A ver si me acuerdo: meter en una de las traducciones que tengo que hacer para él, sin que me la paguen, vaya por delante, una morcilla que diga que “toco el culo a la chica de recepción cuando sale de mi oficina”; pero cuando me pillen, que me pillarán, se me cae el pelo; hacer llamadas a escondidas a su mujer y decir “tu marido es un tocaculos”; hacerme la encontradiza con su mujer cuando le viene a buscar en su cochazo los viernes y decirle lo mismo; es demasiado obvio, definitivamente, no es una opción; cogerle a él por sus asquerosas partes y apretar. Ésta ha sido la mejor, porque apretaría hasta que me dolieran los nudillos, pero a ninguna me atrevo. Además, sí, Maca tiene razón: el miedo a perder el trabajo, el primero en que aplico lo que con tanto esfuerzo me ha costado conseguir es más fuerte que mi sed de venganza. No me arriesgo, no tengo el valor. Me callo, me lo como y me callo.

Este metro va hasta arriba siempre, pero creo que me suena la cara de aquél. Trabajará cerca. Ay, qué metedura de pata con Pablo, pobre, con lo majo que es, ya decía yo que si era amigo de Laura no podía ser tan mezquino. Pero es que yo pensaba y juraba que estaba hablando con Sonia y que me estaba vendiendo. Cuando me ha dicho que sabía que yo estaba en el baño de chicos y cambió la conversación para que la oyera y pensara que estaba poniéndome a parir, casi le mato. Y encima con Laura, menudos dos personajes. Me ha agradecido mi discreción a no comentarlo con nadie, ¡como si tuviera con quien comentarlo! Pero no, ni con él, ni con Laura ni con Sonia. Semanas con el runrún pero me lo he comido sola. El viernes me sacan para compensarlo. Son geniales.

Veintitrés días sin ver el taxi. Ni al taxista. ¿Quién es más orgulloso? Por una tontería nos vamos a perder una aventura estupenda. No quiero perdérmelo. Pero me toca las narices llamarle y decirle que no voy a volver a provocar una situación que a él le resulte incómoda, por la sencillísima razón de que no hice nada malo. Si le molesta que hable con tíos, que se reviente, son mis amigos, o no, pero podré hablar con quien quiera, digo yo. Y si cree que me estoy acostando con alguien mientras él trabaja, pues él mismo. Que cambie el turno. Pero es que le echo tanto de menos. Lo hemos pasado muy bien, sabe de todo, tiene una voz preciosa, unos brazos que me abarcan entera, me sentía en casa cuando me apoyaba en su pecho. Le echo tanto de menos. Sí, es una tontería, a mí no me cuesta nada ahuyentar a los chicos cuando quede con él. Son mis amigos, lo comprenderán. Dos tics: le ha llegado el wasap. Contesta, contesta…

Me encanta. Levantarme un sábado sin despertador. Amaneciendo. Voy a aprovechar el día. Lavadoras y compras. A las once, libre para vaguear, hasta las dos y media no he quedado para comer. Um, qué bien, por favor. Qué a gusto. Igual después me doy una vuelta a ver escaparates y me compro algo. Para celebrar lo de anoche.

Qué cara puso el asqueroso. Y Pablo al quite. Qué campeón. Mira que jamás hubiera entrado a un bar tan repugnante; cuando Laura me dijo que tenía mucha curiosidad por entrar, y el otro le seguía el juego, estuve a punto de irme. ¡Qué gran error hubiera sido, qué grande! Yo entiendo que cada uno se tiene que ganar la vida como puede, pero eso de besar a la gente, con lengua y todo, cada vez que piden un chupito con alegría, es que no puedo con ello. Es denigrante, por muy buenos que estén los camareros. Los besos son algo muy íntimo, y gratis, jolines, gratis. En la vida me hubiera pensado que el de ventas entrara en garitos así, bueno, ni yo misma, pero jamás me pediría un chupito de esos. Pues allí estaba. Y no hacía más que pedir chupitos, y le daba igual si se lo servía chico o chica, les metía la lengua hasta el fondo, el marrano de él. Nauseabundo. Hasta que nos vio. Se dio la vuelta y nos vio a los tres. Justo detrás de él, sonriendo.

Y Pablo es un jefe, le salta: “Recuerdos a su señora”.

 

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