Vida de dependienta

Una lectora desmenuza la fauna urbana que pasa a diario por la galería en la que trabaja: amas de casa, señores con gafas de aviador y canas sexies, señoritas de compañía, lesbianas solas… Nos zambullimos en la jungla urbana.


Ilustración: Javitxuela


Atención: Contenido incendiariamente feminista.
Abstente si no estás de humor.

Desde que hace unos meses empecé a trabajar en una galería dedicada a un público con un nivel adquisitivo elevado, mis ojos violetas (ni gafas ni lentillas violetas, la visión feminista que todo lo desmenuza, una vez surge, no es fácil de ignorar) no han parado de detectar techos de cristal, desigualdades y otros muchos machismos y micromachismos a tutiplén.

De fuera para dentro, el ser más común son las biomujeres de paso ralentí y leggins de leopardo (las que no trabajan) y las de traje y prisas (las que sí que lo hacen). Luego vendrían las amas de casa de mediana edad, que, entre tarea y tarea del hogar, tratan de conseguir unos minutos para ellas. Suelen pasar asimismo matrimonios en los que la biomujer se queda con las ganas de ver, entrar, probar y comprar (disfrutar a su gusto) por las malas caras y reticencias del marido-propietario. Las novias y señoritas de compañía, por supuesto, gozan de un mejor trato (aquí todo se paga). Las madres acompañadas por las hijas e incluso nietas son habituales ante fechas señaladas, cuando algo habrá que comprar, ya que sobre ellas recae todavía el peso de tener que agradar con obsequios a gente de dentro y fuera de la familia nuclear. Debido a la Nespresso, los señores (que no caballeros) day cream for men, gafas de aviador  y sexy (?) canas también son comunes.  No lo son tanto los gays, que aparecen solamente entre las 13 y las 15 de la tarde (aún no he conseguido desentrañar el misterio), ni las lesbianas (¿alguien lo dudaba?) aunque haberlas siempre haylas, y a mi gayradar escapan pocas; sin embargo, en pareja, sólo vi a unas (que casualmente entraron a mi tienda) -todavía sigo esperando que un día Elena Anaya se deje caer por aquí-. La fauna autóctona compradora de mi galería es, en definitiva, de lo más soso para las seis horas diarias que me paso aquí en pie (otra forma de tortura) todos los días.

En cuanto a las hormiguitas que hacemos que el tinglado visualemnte funcione, el panorama es de lo más previsible y traslúcido: tenemos a los seguratas (el gordo feliz, el veterano y el gruñón. El bueno, el  feo y el malo, vamos.); a los encargados: el prisas, el que nunca está y (oh, sorpresa, ¡una biomujer!) la auténtica encargada de todo; a las dependientas (a esta categoría, como es la que me implica, volveré más adelante); y a las limpiadoras (todas biomujeres extranjeras, faltaría más).

Sobre el tema de las dependientas me podría explayar mucho pero ya me estoy empezando a cansar y poner triste por esta mierda de realidad. Durante el turno de mañana (el mío, que para algo esto está basado en mis hechos reales), en mi zona (toma territorialidad), no hay dependientes. Ni uno. Por la tarde, aparte del de mi tienda (que, por cierto, es gay) (¿alguien me pasa un artículo chachiguay sobre el techo de cristal que sufren los gays?), no sé si hay alguno. Un poco más allá sí que están los Ken uniformados de, de nuevo, la Nespresso (me da que sin ella todo el centro se habría venido abajo hace tiempo). Ganan por goleada lxs blancxs aunque hay sudamericanas en las franquicias que se las dan de étnicas, que no éticas.  En cuanto al estrato de edad, solamente las que regentan su propia tienda pueden permitirse envejecer y engordar (o te sustituyo); el resto son jovencitas monas de menos de treinta años (y probablemente de veinticinco).

Del sueldo me gustaría hablar, si supiera algo. En este país, el hablar de lo que cobra cada uno es tabú.

Está mal visto. No veo el motivo. Si nos quitáramos la tontería y pudiéramos comparar seguro que nos encontraríamos con unas cuantas sorpresas y obtendríamos del colectivo el conocimiento para realizar los cambios pertinentes.

Lo más aterrador y, relajante por el otro lado (el mío) de la situación es que la jornada se lleva a cabo con una diligencia y calma absolutas. Cada personita parece saber cómo y por dónde tiene que moverse para realizar su  trabajo de la forma más eficiente y con el menor gasto energético posible sin molestar al de los demás. Sin rencores, dramas y guerras internas. ¿Será el espejismo de la recién llegada, el que trabajo sola en la tienda bajo un protocolo que me impide comunicarme con mis vecinas?
¿Será? Será.

Mara Blackflower (22), Barcelona
http://marablackflower.blogspot.com.es

 

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