La mujer y la tierra

Una lectora nos envía esta bonita reflexión con tintes de ecofeminismo, perteneciente a la novela en la que está trabajando.


Ilustración: Estrella


Cerró los ojos y tomó un poco de tierra en cada una de sus manos y al abrirla la contempló con nuevos ojos, quizá como nunca antes la valorara. Tan completa y perfumada le parecía ahora, que casi le era posible creer que existía un mundo entero en solo un puñado. Que en un puñado de tierra de bosques pueden caber todos los sueños, esperanzas y dolores de un hombre. Que de un árbol puede florecer el vientre de una mujer y que en una semilla puede habitar el reino entero ideado por un mortal creador. Que las mujeres en su cualidad de hembras suelen parecerse a la tierra, y que los hombres pueden parecerse a ésta cuando son soñadores o creadores, pero como las mujeres sueñan y crean tan a menudo como los hombres, ellas son doblemente parecidas a la tierra.

Y entonces se preguntó que con qué pretexto el hombre había subyugado a su compañera, y había olvidado que él era su compañero y la había herido de múltiples formas, si después de todo él mismo se había encargado de enaltecer el valor de la tierra como sagrada… quizás aquella era la razón: las mujeres se parecían demasiado a la tierra y las habían vejado y ultrajado de la misma forma a ambas.
Les habían puesto precio, les habían visto como algo que era posible poseer y domar, que también era verosímil acumular, que podían ser vistas sólo como elementos procreativos, que eran inferiores e incapaces, que eran algo ajeno o propio, distinto, pero igual a una joya. Que cuando se quería se podía herirlas, mas, cuando otro hombre pretende la propia, con uñas y dientes ha de ser defendida o vengada, a punta de fuego y acero. Que se les enaltece convirtiéndolas en poesía e himno, pero que en la realidad no parecen más que otro bien tal cual oro. Verlas a ellas como algo distinto y aparte de ellos mismos…

Y se preguntó por qué la primera hizo a las segundas tan parecidas a ella en lo que al cuerpo refiere, y que a los compañeros los hizo distintos en lo que a cuerpo también refiere, si aquello sólo perjudicó a las segundas. Que si el sexo verdaderamente existe; y de existir, si algo realmente justificaba. Y también se preguntó que si la mujer, al igual que el hombre, subyugaba a la tierra porque ella se parecía a esta y su sociedad le decía que aquello que así era, al parecer, era posible y debía ir bajo el yugo. O viceversa, que se dejaba subyugar porque era parecida a la tierra, y la sociedad le indicaba que así debía ser. Que por qué el ser humano se empeña en poner precio a lo que le rodea, y tenerlo bajo su pie y mandato, que, insaciable, había llegado a hacerlo con otro ser humano.

Una mujer puede ser de un hombre en la medida que el hombre le pertenece a esa mujer, pero que a la vez la mujer es tan independiente y libre del hombre como él lo es de ella. Y que lo mismo podía ser en dos mujeres o en dos hombres. Y extraño le pareció entonces todo aquel pensamiento. Y luego recordó a Roxanne y se preguntó qué pensaría ella de todo aquello, o si era esto a lo que se refería cuando hablaba de su feminismo. Y cierto era que de no ser igual, muy parecido era.

“Reflexiones del joven lobo sobre los sexos”

Fragmento de la novela Nono.

Mägnnolian (Talca, Chile)

 

2 Comentarios

  1. Precioso, no tengo palabras para este relato.

  2. Minnerva

    Tierra y mujer, pensamientos desde el sur. Desde chile. Te adoro cachorra… amo tus remolinos en la frente y las palabras que te cuelgan del pelo.

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