Antes del feminismo

A veces nos escandalizamos de la forma en la que la libertad de las mujeres se veía coartada en el pasado, antes de la aparición del movimiento feminista. Aspectos que hoy en día se considerarían barbaridades eran, en su día, cuestiones de lo más normales que poca gente cuestionaba.


Antes del feminismo
Ilustración: Amanda


Si es verdad eso que dicen sobre que debemos conocer la Historia para no repetirla, quizás sea interesante recordar algunas de esas cosas que las mujeres no podíamos hacer hasta hace bien poco. Puede venirnos bien para reconocer todo lo que las feministas del pasado hicieron por las mujeres que hoy habitamos el planeta.

 

1. No podíamos votar.

 

Clara Campoamor, impulsora del voto femenino en España.
 

Hasta el año 1931, en la Segunda República española, no conseguimos las mujeres participar como ciudadanas de pleno derecho en las decisiones de nuestro país. Aún así, no nos lo pusieron fácil. Incluso los partidos de izquierdas, tan revolucionarios, se oponían a este paso por miedo a que las mujeres votaran en masa a la derecha:

«¿Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos títulos y los mismos derechos políticos que al hombre? ¿Son por ventura ecuación? ¿Son organismos igualmente capacitados? (…) La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación. (…) Es posible o seguro que hoy la mujer española, lo mismo la mujer campesina que la mujer urbana, está bajo la presión de las Instituciones religiosas; (…) Y yo pregunto: ¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás. Y es que a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica. Por eso y creo que, en cierto modo, no le faltaba razón a mi amigo D. Basilio Alvarez al afirmar que se haría del histerismo ley. El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer. Y yo pregunto: ¿en qué despeñadero nos hubiéramos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer? (…)¿Nos sumergiríamos en el nuevo régimen electoral, expuestos los hombres a ser gobernados en un nuevo régimen matriarcal, tras del cual habría de estar siempre expectante la Iglesia católica española?»
Norberto Novoa Santos, diputado por la Federación Republicana Gallega (1931).

 

2. No podíamos decidir sobre nuestra maternidad.

 

Familia numerosa, madre consumida.
 

Nos enseñaron que nuestra mayor oportunidad para sentirnos realizadas como personas, y especialmente como mujeres, era ser madres. Si no te casabas, si no tenías hijos, tu estatus pasaba a ser el de una fracasada. Eras una solterona, una a la que se le había pasado el arroz, una que vestía santos.
Lo más probable es que acabaras en casa, cuidando de tus padres enfermos, perpetuamente vestida de negro encadenando un luto con otro, y tu mayor momento de ocio se limitaría a asistir a la misa de los domingos.

¿Y si decidías que no querías ser madre, aún teniendo pareja? Era muy difícil tener acceso a métodos anticonceptivos, inclusive algunos tan cotidianos hoy en día como el preservativo. La moral católica imperaba en España hasta hace muy pocas décadas (si es que se ha ido…), de modo que era impensable concebir el sexo como mera fuente de placer, en lugar de como medio para aumentar la familia.

 

3. No podíamos ir a la universidad.

 

Primeras estudiantes universitarias en España.
 

Concepción Arenal (1820-1893) fue la primera en ir de oyente. Eso sí, disfrazada de hombre. La primera mujer en matricularse en una universidad española fue María Elena Maseras en 1872, estudiando medicina. Sin embargo, cuando las autoridades vieron que existía un vacío legal que no impedía a las mujeres ingresar en la universidad, decidieron poner fin a ese sinsentido, y en 1882 se publicó una real orden que suspendía el derecho de las mujeres a acceder a la enseñanza superior. ¡¿Hasta dónde íbamos a llegar?!
Solo 6 años después, esta absurda orden se derogaba y las mujeres volvían a tener vía libre, siempre que tuviesen el permiso del Ministerio de Educación y de cada profesor. Ah, y siempre que fuesen acompañadas en todo momento por algún docente y no se sentaran al lado de ningún chico.

En 1910 solo había 21 matriculadas en todo el país, pero para 1935 ya eran más de 2000. Y en 1963, el 25% del total de estudiantes.

Puede parecernos algo retrógrado; pensaremos que esto ya está muy superado. Pero preguntadle a las estudiantes de Ingeniería Técnica Informática de Sistemas (un 11% del alumnado total) cómo se sienten en clase o en su entorno social. O preguntadles al ínfimo 15% de catedráticas españolas por qué son tan pocas cuando el 52% de los doctorados se conceden a mujeres.

 

4. No podíamos escribir.

 

Jane Austen no contó con una habitación propia para escribir Orgullo y Prejuicio.
 

En general, una mujer veía su vida reducida a las paredes de su hogar. No recibía más educación que la elemental (si es que recibía alguna en absoluto) y sabía «cuál era su lugar». ¿De qué iba a escribir una mujer? ¿Qué experiencias enriquecedoras podrían haberla impulsado a expresar sus sentimientos o a crear ficciones en mundos en los que nunca había estado? Por otra parte, si alguna mujer no conseguía reprimir su creatividad y acababa cometiendo la locura de escribir, debía esconderse durante el proceso creativo, o debía utilizar un pseudónimo masculino para publicarse (véanse los casos de George Eliot, Fernan Caballero, las hermanas Brontë o Karen Blixen).

Tal y como relataba Virgina Woolf:
«Cada vez que una lee de una bruja tirada al agua, de una mujer poseída por los demonios, de una curandera vendiendo hierbas y aún de la madre de un hombre célebre pienso que estamos en la pista de una novelista, de una poeta abortada, o una Jane Austen muda y sin gloria, una Emily Brontë rompiéndose los sesos en el páramo o recorriendo con desolación los caminos, trastornada por la tortura de su genio. Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer

 

5. No podíamos salir solas.

 

Pelando la pava desde la ventana.
 

Ni siquiera en el pueblo, cuando llegaba el fin de semana y querías socializar, tus paseos sola solo podían llevarte, como mucho, a la iglesia. Si querías dar un paseo por el parque, debías hacerte acompañar de amigas, madres, hermanas.

¿Querías tener un poco de intimidad con tu novio? Amiga, naciste en el momento equivocado. No te iba a resultar fácil salir de casa y librarte de la obligada carabina.

 

6. No podíamos dirigirle la palabra a un hombre ni tener la iniciativa a la hora de ligar.

 

Los abanicos hablaban cuando no podían hacerlo las palabras.
 

Si aún a día de hoy las chicas que dan el primer paso siguen pareciendo «demasiado lanzadas», supongo que hace 80 años sería impensable. ¿Qué hombre iba a querer a una descarada así? Debías conocer, una vez más, cuál era tu lugar: hablar cuando te preguntaban, no mirar a los ojos fijamente a un hombre, no hablar de política y otras cuestiones de las que «no entendías»… No me extraña que el lenguaje del abanico fuese de uso tan común en España hasta hace pocas décadas.

 

7. No podíamos entrar en los bares.

 

Los bares eran lugares de hombres.
 

Mi tía siempre cuenta orgullosa que,  con 18 años, fue la primera mujer en entrar en un bar de mi pueblo, en el año 1968.
Antes de eso, en las ciudades, las mujeres eran libres de entrar en las cafeterías, que eran más decentes y te podías sentar (la barra era para los hombres).
En los pueblos, los casinos culturales eran el único lugar donde a veces las mujeres podían socializar y divertirse, bailar y reír. Mi tía abuela recordaba cómo los estudiantes de universidad volvieron (en un verano de los años 30) al pueblo, cargados de las últimas novedades musicales (Carlos Gardel y similares). Organizaron una velada en el casino y ella pudo disfrutar un día de lo que sus contemporáneos varones disfrutaban tan a menudo en la ciudad.

 

8. No podíamos hacer muchos deportes.

 

Contra viento y marea.
 

Todas recordaréis la famosa foto de Kathrine Switzer intentando correr la Maratón de Boston en 1967. No solo logró terminarla (con la ayuda de otros corredores que la defendieron de los organizadores que intentaban apartarla), sino que más adelante ganaría la Maratón de Nueva York y quedaría segunda en la propia Maratón de Boston.

Es solo un ejemplo de cómo el mundo del deporte quedaba socialmente vetado para la mujer, ser frágil, sin fuerza física ni espíritu competitivo.

 

9. No podíamos responder a los piropos o a los tocamientos en la calle.

 

Qué agobio…
 

Antes del feminismo, tenías que aceptarlo como parte del hecho de andar sola por la calle.
Mi madre era extranjera en la Sevilla de los años 70. Tenía serios problemas para que respetaran su espacio personal (incluido su propio cuerpo) en los autobuses urbanos. Al principio solía pedirle ayuda al cobrador, pero este le ponía caras que venían a decir «¿Y a mí que me cuenta, señorita? No me haga pasar vergüenza.»
Finalmente, una de las primeras amigas españolas que hizo cuando llegó le dio un consejo: «Cuando un hombre te toque en el autobús, pégale un buen pisotón con el tacón; así no montas el espectáculo pero le paras las manos».

 

Después de pensar en todas estas cosas, que pasaron hace no tanto tiempo, me pregunto qué situaciones de nuestro día a día llegarán a ser las barbaridades del futuro. Les contaremos a nuestras hijas que los políticos culpaban públicamente a las violadas de provocar al agresor, que las mujeres deformaban sus cuerpos en el quirófano para parecer siempre jóvenes y atractivas, y que la máxima aspiración de muchas jóvenes era hacer topless en la portada de la Interviú.

Mines

 

Fuentes

Cien años de igualdad en la universidad – http://www.rtve.es/noticias/dia-internacional-mujer/universidad/
Woolf, Virginia (1929), Una habitación propia. Editorial Seix Barral, Barcelona.

 

19 Comentarios

  1. Muy buen aporte, claro, hay que tener en cuenta que muchos de lo ítems planteados siguen vigentes en la sociedad de hoy; el no poder entrar a un bar sola, o el no responder a los supuesto «piropos» son situaciones del día a día de las mujeres.

  2. Cuando llegaron los primeros lavaropas a la Argentina, los curas se escandalizaron y dijeron que no era bueno que la mujer tuviera tiempo libre, que no era decente, y que eso podía permitir que las mujeres pensaran demasiado….»

  3. Impresionante, me he quedado boquiabierta. Me encanta tu forma de escribir y ese punto irónico que introduces en algunos comentarios. Inspirador tanto para mi naturaleza puramente emocional, como dice el capullo de Novoa Santos, como para la parte de reflexión crítica de la que dice que carezco. Una lectora más por aquí, un abrazo.

    • Muchas gracias, Carmina! Qué ilusión que te haya gustado 🙂 Un abrazo!

  4. ana belen

    felicidades y gracias por tan estupendo artículo, me ha gustado mucho, hay que poner conciencia de lo mucho que han hecho muchas mujeres con su aporte y su empeño, por conseguir un poco y un mucho a la vez. Todavia queda camino por recorrer…un saludo.

    • Muchas gracias, Ana Belén! Y tanto que hay que recorrer… Pero allá vamos! 😉

  5. Jazmín Alborada

    Es un excelente texto, aunque algunos preceptos que marginan a la mujer han ido cambiando, existen aún sociedades que desconocen por completo su condición de ser humano. La maternidad fue durante siglos la única opción para ocupar un lugar y ganar reconocimiento, una estrategia para salir del encierro que suponía el hogar doméstico, fue la posibilidad de llevar una vida religiosa, no obstante, la mujer sigue siendo objeto, al no obrar con absoluta libertad.

    Es importante propiciar espacios de reflexión a tantas mujeres que siguen sumidas en espacios controlados por el poder patriarcal, lo cual sólo genera ciclos de violencia. La historia ha demostrado que las mujeres estamos para ordenar y armonizar en el cariño, en el afecto, en la ternura, en la solidaridad, en el respeto, en el reconocimiento del otro. Largo trecho el que hemos recorrido, largo trecho el que fata recorrer!!

    Gracias y feliciaciones por el artículo.
    Abrazo de mujer… ahora que si podemos abrazar!!

    • Muchas, muchas gracias, Jazmín! Otro abrazo grande para ti <3

  6. Lo peor es que, a estas alturas, los 9 aspectos que señalas siguen vigentes en mayor o menor medida. Yo aún me sorprendo de la reacción del personal cuando entro sola o con amigas en un bar «de hombres», o del peso que tiene nuestra opinión en ciertos círculos (podremos votar, pero al parecer no sabemos de muchas cosas)… por no hablar del aborto, del acoso callejero o de los clichés que imponen a las chicas lanzadas en temas sexuales… Ojalá, con artículos como este, la gente se diera cuenta de que, por mucho que nos lo quieran vender, la supuesta igualdad no existe.
    La ilustración también es genial, sois muy grandes 🙂

    • Totalmente de acuerdo, Rocío. Gracias por tu apoyo 🙂 Un abrazo!

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